La intención de los medios de comunicación en la Historia

Danielle Cruz Por Danielle Cruz
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A fines del siglo XIX el mundo ve empezar un arte elegante mezclado a la propaganda en Francia. La Belle Epoque, Toulouse-Lautrec, Alphonse Mucha, garantizaban buenas exposiciones, alrededor de este tipo arte-mensaje, en una cultura de tertulia situada en los cafés. La litografía empieza en una atmósfera de dinámica crítica, pero de cierta forma anestesiada, ya que se da pocos años después de la Comuna de Paris, represión que ha costado la vida a unas 30.000 personas. En esta época el arte se aparta de la política tal como era vista. La historia, que en el siglo XVIII era narrada intencionalmente desde la pintura, como ha sido el gran trabajo de Jacques-Louis David, empieza a tomar otro rumbo de representación. Los impresionistas, como por ejemplo Monet, no se acercan a la crítica que pudo haber tenido la obra de Gustav Courbet, e incluso Cézanne, alumno de Camille Pissarro, es estimulado por Zola, “pues ahora empieza su momento” y prefieren hacer un arte propiamente burgués. Momento de los grandes negociadores, como diria Renoir.

Será a principios del siglo XX donde se tiene lugar los primeros ajustes que darán luz a los aparatos de televisión, a mediados de la década de 1920. En los años 30, Europa tiene las primeras emisiones públicas, en Inglaterra y Francia. Son años claves en la historia de los fascismos. La maquinaria estaba desplegada y era el momento de poner em práctica esta alimentación conceptual que doblaría psicológicamente a los trabajadores, pues finales del XIX y principios del XX de lo que se hablaba en Occidente era de marxismos, comunismos, y consolidación del capitalismo. La mecánica -préstamo científico que se ajustará a las ciencias humanas- del trabajo, entendida como mecánica social, confirmará una razón técnica destinada a mejorar, a hacer progresar lo social, de manera igualmente técnica.

El positivismo, una de las herencias neokantianas, parecía adosar toda forma de teoría alrededor del entendimiento. Basadas en la experiencia, la creencia en resultados objetivos sirvió de optimismo a las élites militares deseosas de consolitar su gestión. La sociedad de entonces se veía inscrita en unos programas de propaganda, de aliento y sofoco, en donde la voz de los Estados finalmente se haría presente. Si tenemos en cuenta de que en la época de los Antiguos Régimenes, era normal que un plebeyo no conociese siquiera el rostro de su majestad, la realidad simbólica en la que la humanidad está inscrita pasa por una intensa presencia propagandística del poder.

Tal necesidad de autoafirmación se ha visto, pues, de muchas maneras en el siglo pasado. Después del desastre de la Segunda Guerra Mundial, los norte-americanos, en el gobierno de George Bush padre, empezaron a escuchar un nuevo concepto, y han sido castigados con este discurso hasta la saciedad: un nuevo orden mundial. Este “Nuevo Orden” trataría de establecer la dinámica de poder entre los países, a través de una mediocracia respaldada por una gran y extensiva industria militar. Los medios tienen una función, y no es precisamente la de la crítica: la propaganda del Estado.

En las guerras americanas, hemos visto que reporteros “ensamblados” al ejército, se sometían al mando militar, cumpliendo al dictado sus órdenes. La historia que es escrita por los periodistas dista ya de la historia del ciudadano común, del filósofo o del historiador. Primero, porque filósofos e historiadores, no están preocupados con la difusión de su trabajo, sino con su concretud. Hay una diferencia muy grande de actitud, de insignia entre estos profesionales. El periodista sólo es mientras lo miran, o lo leen. Se juega en el inmediatismo. Trabaja bajo control editorial, y el editorial bajo el control empresarial y político. Segundo, el académico, tiene el deber de buscar una construcción coherente y desisteresada.

No está, pues, dispuesto a sacrificar su trabajo por el inmediatismo de la información. Sabe que la información que produce es transepocal y sujeta a revisiones, rectificaciones, detalles que el periodista actual no tendrá tiempo de hacer pues: 1) pone en riesgo su credibilidad, 2) si fuesen rectificar todas las equivocaciones que ha publicado hasta la fecha, tendrían que hacer nuevas publicaciones tan solo dedicadas a esto, 3) no llegan a contrastar los datos pues estos vienen preparados por las agencias de notícias y muchas veces sólo tienen que traducirlos y reproducirlos.

La información está disponible, hoy la lucha es buscarla y conjugarla. Como el funcionamiento del cerebro, en la dinámica social sabe mejor quién logra hacer las conexiones más efectivas. El ciudadano interesado ya abierto el ojo para el dominio de los editoriales, la falta de tiempo de la prensa, y sabe dónde y qué tipo de información va a buscar/encontrar. El que se niega a hacerlo, es porque se ha convencido de la unilateralidad y repetición de que lo que se escribe en los medios de comunicación inmediatos, exentos de revisiones y/o contrastes, y tendenciosos por su financiación.

Hoy día en los medios se consigue dar una apariencia de disolución de la crítica -como señala Jürgen Habermas- de anestesia, como el arte burgueses del periodo posterior a Comuna de París, como si nada fuera tan preocupante. Ideas y conceptos son reiterados y nunca discutidos, la rectificación es nefasta, pues genera comprensión, cambios de paradigma, y lo que se trata es de hacer información unilateral, indiscutible y entretretenida. Es lógico que si no hacemos caso, por ejemplo, a los intensos documentos sobre “el Nuevo Orden Mundial”, este nunca llegará a exisitir de hecho en nuestras mentes. Mientras no aceptemos el concepto (los conceptos, en general, que nos hacen cada día los bombardeos de información) seguiremos sosteniendo otro tipo de articulación, una articulación por donde tal concepto no pasará nunca: la legitimidad de las naciones y sus gobiernos, los derechos humanos, la no injeriencia, la política como ejercício social y no de élites o partidos, el verdadero pensamiento crítico social a fin de construir un bello cosmopolitismo.

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Es editora de elemmental. Doctoranda en Comunicación. Estudió Edición y Filosofía. Amante del arte y los nuevos medios. Estuvo antes en el Cultura/s del diario La Vanguardia.