Humanidades ‘reloaded’: El archivo blando de la memoria

Arantxa Serantes Por Arantxa Serantes
7 Min lectura
La mejor forma de definir las humanidades digitales es a través de la praxis

Las humanidades son una silenciosa obra de arte total. Una escultura maleable como soporte de su propio corpus que ahora se representa en un escenario virtual. Por ello no se ha perdido su prestigio. Tan sólo transita entre la tecnología y todo lo viviente manifestándose mediante diferentes técnicas de experimentación.

Una materia hecha artefacto rememorando a aquellos que en otra era fueron homo faber y que mañana serán tecnohumanos. Una imitación que está siendo hábilmente documentada a través de procesos de digitalización que modulan un nuevo entorno en el que transcurrirá la esfera de la vida. El problema no es el medio de supervivencia, sino la intención unidireccional de convertirlas en un producto de consumo denominado “industrias culturales” en lugar de aprovechar el potencial de los nuevos medios para generar exploraciones basadas en la curiosidad, sin las restricciones propias de la actual cultura de la investigación científica.

Estamos más preocupados por el alcance de esos productos o servicios que por la gestión de los procesos derivados de la innovación.

Estamos en un tiempo de convergencia. El ámbito humanístico siempre fue revolucionario y vanguardista en este sentido, porque ni la política ni la ideología pueden manipular su valor intrínseco. Es posible que el aspecto normativo que rige nuestra sociedad sea cambiante y deba asumir grandes retos ante una tecnología no exenta de controversias, pero no olvidemos que estamos hablando de artefactos, prototipos y modelos sociales que nacen y se extinguen con la misma rapidez a hombros de gigantes/corporaciones.

Estamos más preocupados por el alcance de esos productos o servicios que por la gestión de los procesos derivados de la innovación. Por este motivo, poco importa tener una definición precisa de las humanidades digitales, ya que hay que abandonar toda aquella terminología o categoría que sugiera la idea de «disciplina» que tanto daño nos ha hecho al segmentar las áreas de conocimiento, así como sus variantes intra- o trans- que suelen acompañarla. Es el momento de la indisciplinareidad.

 

Kim Dong-kyu, ART X SMART Project: Jacques Louis David, ‘Juramento de los Horacios’ (1784)

 

Más allá de las variables clásicas a las que se asocia el saber humanístico, símbolos de la naturaleza y evolución de un pensamiento que no deberíamos relegar al olvido –ya que nos forma como personas y son los pilares de la civilización– nos cuentan por qué somos como somos más allá de las buzzwords y las modas que prometen conocimientos y al final incumplen su promesa y su propósito. Pero dentro de esos entornos profesionales, se nos atribuyen propiedades directamente enlazadas con los análisis de redes, mapas de sentimiento y visualizaciones que permitan predecir el comportamiento humano. Parece ser que todo radica en los datos, porque tras ellos hay una minería mediante la cual se pueden resolver problemas futuros o conocer mejor los perfiles de usuario. Es innegable que los datos pueden ser muy valiosos, pero no importa tanto la dimensión como la calidad, así que todos los esfuerzos se basan en hacer complejo lo simple.

Muchos colegas humanistas y otros tantos que provienen de las ingenierías, cuando dialogan conmigo cuestionan la palabra “digital” que sigue al término humanidades y los posibles ropajes con los que vestimos a la verdadera protagonista para deshumanizarla. Los defensores de este supuesto afirman que lo digital es ya un hecho que se debe dar por supuesto, una transición necesaria. Ser digital es un añadido que sólo justifica el update. Las humanidades merecen algo mejor, como lograr la fusión de las dos culturas, un marco común académico desde el cual rediseñar los planes de estudio, al más puro estilo americano, en el que poder elegir aquello que se quiere ser combinando diferentes áreas de interés.

 

Kim Dong-kyu, ART X SMART Project: Marc Chagall, ‘Sobre el pueblo’ (1918)

 

Dejemos de lado la figura del experto, que es totalmente artificial, para embarcarnos en la aventura del saber: un saber que deje huella. Así podrán aflorar nuevas expresiones artísticas: glitch, hipermedia, ecoarte, holopoesía, etc., que aunque tengan una taxonomía propia no son excluyentes sino reinterpretables por distintas vías gracias al conocimiento abierto y colaborativo que surge en los laboratorios, como equivalente de los míticos garajes en los que desde siempre se vienen fraguando las grandes ideas.

En medio de todo este tecnoescenario, la mejor forma de definir las humanidades digitales es a través de la praxis. Mediante aquella innovación oculta, que se viene gestando de manera experimental y que dará lugar a nuevas y valiosas revoluciones, que como un latido, un eco, siguen remitiendo a su alma mater aunque ya hayan desplegado sus alas, como un árbol de los deseos técnicamente articulado.

Sin embargo, todos los anhelos humanos tienen una vertiente sacrificial, un horizonte del límite que depende de un nivel de desarrollo global sostenible. Ese punto cero que se desmarca de la historia, que vive de forma paralela a los fundamentos éticos o a su propia naturaleza, sentido como superación de sus propios miedos y fracasos, puede suponer perder el archivo blando de la memoria: la parte emocional de nuestro ser que pide ser rescatado, no como una memoria RAM de un disco duro, sino como una fuente de sabiduría aplicable a la lógica del descubrimiento.




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Licenciada en Humanidades por la Universidad de A Coruña. Obtuvo el Diploma de Estudios Avanzados en Historia Antigua por la misma Universidad. Experta en Pensamiento y Creatividad por la Universidad Francisco de Vitoria (Madrid), en Marketing, Publicidad y Comunicación por EUDE (Madrid) y en Humanidades Digitales (UNED). Doctora en Filosofía por la Universidad de Santiago de Compostela.