Henri Michaux: mescalina, sueño, dibujo y fuego

José Luis Vila Por José Luis Vila
12 Min lectura
La experiencia con las drogas del autor belga se tradujo también en una nueva relación con la imagen

Todo explorador serio con drogas busca una cosa: ir más allá de los modos habituales de ser y conocer. Henri Michaux (1899-1984) no fue una excepción e intentó el oxímoron del místico: hacer colapsar lo universal en lo particular, destrozar la conciencia mediante una introspección salvaje, coquetear con los propios límites para dejar paso a nuevas percepciones:

Muchedumbre en la conciencia, una conciencia que se extiende hasta perecer, que se desdobla, se multiplica, ebria de percepciones y de saberes simultáneos. (Michaux, 1972, 11)

 

Henri Michaux, Sin título, 1961

Conciencia o cerebro dependiendo del pasaje escogido, pero en todos ellos se rinde honores a la psiquedelia exploratoria. Dentro de ella el autor belga encontró su sustancia favorita: la mescalina. A través de su uso disfrutará de la “violación cerebral” que conlleva someter la mente a contorsiones extremas para que surja lo extraño que se mantiene velado:

La mescalina, más espectacular que las otras drogas (…), predestinada a desenmascarar lo que, en las demás, permanece envuelto, hecha para violar el cerebro y ”entregar” sus secretos. (Michaux, 1972, 10)

 

Henri Michaux, Mescaline drawing, 1960

Nada menos que a los 56 años probó Michaux por primera vez su amado alcaloide extraído del cactus mexicano del peyote. Corría 1955 y con la ayuda de médicos y científicos cercanos al mundo literario quedó deslumbrado ante las mutaciones psíquicas y sensoriales que le generaban esta y otras sustancias psicoactivas, como la psilocibina o la LSD 25. De ellas dio cuenta en conocidas obras literarias como Miserable milagro, Conocimiento por los abismos o El infinito turbulento.

Pero el ímpetu exploratorio general de Michaux no esperó a los 56 años. Ya a los 20 abandonó sus estudios de medicina y se embarcó en un navío mercante rumbo a Sudamérica. Volvería dos años más tarde a su lugar de nacimiento, Bruselas, para leer a un Lautréamont que le incitaría a escribir. Poco después se instala en París y empieza a sentirse atraído por el Surrealismo, aunque solo en la pintura. Paul Klee le fascina: con él descubre una plástica que le conmociona profundamente al no limitarse a copiar la realidad.

 

 

Henri Michaux, Sin título, 1956

A partir de su pasión por la pintura Michaux produjo un gran número de minuciosas obras saturadas de surcos, arborescencias, simetrías y micrografías. Una y otra vez volvía sobre las experiencias “lisérgicas” que tan profundamente le marcaron.

Sus dibujos mescalínicos, que solo comenzaba una vez el efecto de la droga había desaparecido o era muy tenue, consiguieron la plasmación formal de su embriaguez, la más fiel traducción visual del plano espiritual que se abría ante sus ojos. Una apertura que resultaba doblemente paradójica ya que, por una parte, era con los ojos cerrados como Michaux se abandonaba a recorrer paisajes lejanos, líneas luminosas o abstracciones fulminantes y; por la otra, y como decía Havelock Ellis y gustaba de parafrasear el propio Michaux: “la mescalina elude la forma”:

Usted no ve. Usted adivina. Usted hace apresuradamente (…) un intento de identificación. (…) Nunca (o me equivoco mucho) vio alguien realmente objetos ni monumentos en la visión mescalínica. Solo hay dibujos formados por lineas ondulantes, puntos agitados, espaciados, que no forman un bloque, que nunca han sido vistos, que siempre han sido interpretados. (Michaux, 1987, 41)

 

Henri Michaux, Sin título, 1944

Puntos en movimiento, adivinaciones apresuradas y líneas ondulantes forman parte del trabajo pictórico de Henri Michaux. Su principal caladero creativo fue la imagen, la misma sobre la que tanto le gustaba teorizar a un seguidor tan fiel de su trabajo como Gilles Deleuze.

Otro gran Henri muy amado también por Deleuze, Bergson, se introducía también con gusto en el estudio de la imagen, aunque en su caso cinematográfica. Dibujo para Michaux, cine para Bergson, pero ambos (como seguramente también Deleuze) fascinados por una herramienta con la que desacondicionarse, con la que quitarse de en medio el exceso de cultura verbal que les sofocaba. El pensamiento establecería así una relación nueva con la imagen: esta sería el lugar del encuentro con un territorio desconocido para el lenguaje:

Recibía, con ojos cerrados, la prueba de que la imagen es algo inmediato que el lenguaje no puede traducir más que remotamente. La imagen tiene en el espíritu un lugar verdaderamente aparte, es la materia prima para el pensamiento. (Michaux, 1993, 84)

 

Los dibujos de Michaux evidencian su búsqueda a través de la imagen acompañado por las fuerzas químicas de la mescalina. Comenzó, ya lo dijimos, con 56 años, y su búsqueda duró todo el período febril que se extendió entre 1955 y 1960. Este es el llamado período mescalínico, de enorme intensidad, pero que no agotó la relación de Michaux con el dibujo ni con los estados alterados, con o sin drogas.

En años posteriores experimentaría varios flashbacks, momentos de la vida ordinaria que por su potencia consiguieron evocar en él los estados mescalínicos. La recurrencia de ellos lo llevó a hacer otra tanda de dibujos entre 1966 y 1969: los dibujos de desagregación o postmescalínicos con los que cerraría el periplo iniciado en 1955.

 

Henri Michaux, Sin título, 1967

 

Michaux rehusó con frecuencia ser tildado de “drogadicto”. Dejó sin más de tomar mescalina diciendo que “no estaba muy dotado para la dependencia”. Afirmaba que no se sentía esclavo de ninguna sustancia y que, en general, era un “bebedor de agua”. No buscaba el recreo o el goce sino, como dijimos, conocimiento. Pero ese conocimiento tenía que venir acompañado de algo más: la sorpresa, el acontecimiento, lo inesperado. Nunca organizaba planes rígidos o perseguía resultados programados, prefería que su material hiciese emerger figuras, signos y paisajes ambiguos.

Su lejanía a lo cerrado, predefinido o dogmático le hizo también renegar de toda filiación o movimiento instituido confesando que solo podría adscribirse al fantasmismo: el arte de los espectros y las apariciones repentinas. Sin duda esto tuvo mucho que ver con los seres indefinidos y retratos imaginarios que poblaron su obra. En ellos se mostraba su amor al estudio y su voluntad de aprender de este conocimiento fugaz que también interpretaba como un “espectáculo”:

Mi estudio ha comenzado así: fiel al fenómeno. He considerado el espectáculo para que éste me instruya. (Michaux, 1979, 23)

 

Henri Michaux, Sin título, 1981

 

Finalmente Michaux abandonó sus dibujos, pero lo hizo como un testimonio de su “violación cerebral”, de su búsqueda de la naturaleza, de la imagen, de lo inesperado, del infinito, del pensamiento, de la conciencia, del universo y de lo divino.

Durante los últimos 20 años de su vida se negó a revelar su propia imagen, a dejarse fotografiar, a conceder entrevistas o a desvelar los menores detalles de su vida privada. Fue un hombre solitario que odiaba el contacto social pero que, irónicamente, no hacía más que incrementar la lista de devotos admiradores que querían conocerle: Octavio Paz, Paul Celan, la generación beat o Francis Bacon (que siempre lo consideró superior a Jackson Pollock) estaban entre ellos.

 

Henri Michaux, Composition, 1978

 

Para algunos Henri Michaux tenía algo de pintor prehistórico. Un artista de los tiempos en que no existía el arte, una bestia en la que el lenguaje todavía no había aparecido. Pintaba como si lo único que existiese fuese una simultaneidad ajena a la escritura, una nueva forma de expresión por venir que rivalizaba con esa facultad verbal que le resultaba demasiado planeada y trazada, muerta, sin interés. Frente a la vía preestablecida prefería dar a luz a una simultaneidad creativa sin horizonte intelectual: de ahí su pasión por la obra anónima de los locos y los niños.

Para otros muchos la pintura de Michaux tenía orígenes y destinos diferentes. Bajo esta hipótesis se habría sumergido en la pintura y la mescalina con el objetivo de olvidar. En 1948, y después de solo cinco años de matrimonio, su mujer moría quemada a causa de un incendio en su propio domicilio. ¿Se puede decir que Michaux se refugió en las drogas, que su etapa de dibujo se debe al dolor?

Diremos más bien que aunque escribiese en esos años sus páginas más desgarradas y en su obra aparezcan monstruos y cabezas enloquecidas, consiguió atravesar el sufrimiento mediante la mescalina y sus dibujos. Gracias a ellos pudo volver a vivir y a soñar. El propio Michaux sabía que era necesario este requisito onírico “para que la mescalina produzca su efecto”. Que era necesario tener “una disposición natural a la ensoñación”. Esto le mantuvo despierto aunque atravesado por alucinaciones: explorando, viajando, investigando. Llevando consigo los secretos que se encuentran lejos de los modos habituales de ser y conocer.

 

Henri Michau, Sin título, 1961

 

Henri Michaux, Sin título, 1938–39

 

Henri Michaux, Mouvements (rosa schwarz), 1984

 

Henri Michaux, Sin título, 1937-38

 
Referencias:

Michaux, H. (1972): Conocimiento por los abismos. Buenos Aíres, Sur (1ª ed. [1961]: Connaissance par les gouffres. Paris, Nouvelle RevueFrancaise).

Michaux, H. (1979): El infinito turbulento. Tlahuapan, Puebla, Méjico, Premia Editora. (1ª ed. [1957]: L’Infini turbulent. Paris, Mercure de France).

Michaux, H. (1987): Misérable miracle. La mescaline (Miserable milagro. La mescalina). París, Gallimard. (1ª ed. [1956]: Mónaco, Editions du Rocher).

Michaux, H. (1993): Emergences-resurgences (Emergencias-resurgencias). Ginebra, Editions d’Albert Skira. (1ª ed: 1972).




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Doctorando de Filosofía, Licenciado en Psicología e Historia y Ciencias de la Música. Trabajando en investigación política y científica sobre drogas. Docente y tallerista de Filosofía y Cine.