Lo que Foucault le diría a Brendan Dassey: el escándalo de la confesión en ‘Making a Murderer’

José Luis Vila Por José Luis Vila
14 Min lectura
El documental pone encima de la mesa el problema de la veracidad del ‘juez interior’ y aniquilación de la presunción de inocencia

En 1978 Foucault comienza el texto La evolución del concepto de “individuo peligroso” en la psiquiatría legal del siglo XIX* mostrando el diálogo de un juicio con el autor de varios crímenes:

«¿Ha tratado usted de reflexionar sobre su caso?»


Silencio.

«¿Por qué con veintidós años se desencadena en usted esta violencia? Tiene usted que hacer un esfuerzo de análisis. Es usted quien tiene las claves de usted mismo. Explíqueme»


Silencio.

«¿Por qué reincidiría usted?»

Silencio.


Un miembro del jurado toma entonces la palabra y exclama:
 «¡Pero bueno, defiéndase usted!» (Foucault, 1999, 37)

En este juicio las pruebas son objetivas y claras, no hay duda de que el acusado es culpable. Aún así falta algo, queda un hueco, se le pide algo más:

Además del reconocimiento, hace falta una confesión, un examen de conciencia, una explicación de sí mismo, una aclaración de lo que uno es. […] Los magistrados y los miembros del jurado, además de los abogados y el ministerio fiscal, no pueden desempeñar su papel si no se les provee de otro tipo de discurso: aquel que el acusado mantiene sobre sí mismo […]. Si este discurso falta el presidente se ensaña y el jurado se pone nervioso. Se intenta presionar al acusado, se le empuja, pero éste no sigue el juego. Se comporta como esos condenados con los que hay que cargar hasta la guillotina o la silla eléctrica porque arrastran las piernas. Hace falta al menos que caminen un poco por sí mismos si de verdad quieren ser ejecutados. (Foucault, 1999, 38)

Queda claro cuál es este hueco: el de la confesión o la autoinculpación; el misterio judicial de tener que declararse culpable, de tener que dar una explicación de sí mismo.

En Making a Murderer todo sucede exactamente al revés. Ninguna prueba objetiva certifica que Brendan Dassey diga la verdad, pero sí se tiene su confesión. Y es precisamente esta confesión a falta de pruebas la que construye la tensión dramática de su caso en el documental. Solamente ella lleva a Dassey a la cárcel y lo mantiene allí mientras el espectador observa escandalizado todo el proceso.

 

Brendan Dassey. Netflix, Making a Murderer.

 

En la segunda temporada del documental el litigio que mantienen los abogados de Dassey intenta denunciar esto. Su argumento: que se declaró culpable por las presiones, que su edad y limitaciones cognitivas lo hacían vulnerable a la manipulación policial.

Defienden que la confesión no es válida, que cuando Dassey afirmó haber participado en el crimen no estaba dando una “explicación de sí mismo”. De ahí la estupefacción generalizada ante su calvario penal. La misma que se ve en los jueces favorables a su liberación: “los inspectores me pusieron la piel de gallina al ver este vídeo. Su comportamiento […] fue tan, tan deshonesto. […] Sin esta confesión involuntaria y poco fiable el caso contra Dassey casi no existiría” (**).

Aparece una zona gris de interpretaciones “psicojurídicas” basadas en el vídeo de la confesión. La gran duda: ¿Dassey dijo lo que los inspectores querían oír o es que le costó confesar?

Esta última es la versión de los policías. Según ellos la actitud de titubeo del joven no se debía a que estuviera siendo intimidado, sino a la culpa y vergüenza interiores que sentía por lo que había hecho. Aquí residiría el poder legal de la confesión. En base a ella se entiende una interacción que no induce ni construye psicológicamente, sino que constata en base al sentimiento interno.

La acción de los policías obedecería simplemente a la aplicación del método necesario por el que la verdad del crimen sale a la luz. Si volvemos a lo apuntado por Foucault y lo ponemos en relación con el caso de Dassey surgen las siguientes preguntas: ¿qué significa confesar? ¿Qué tipo de verdad “sale a la luz” cuando se confiesa? Si lo llevamos un poco más lejos: ¿por qué otorgarle credibilidad al sentimiento interior de culpa?

Nos aproximamos a la postura de los oficiales si creemos que la coherencia narrativa junto a una confesión conduce a un veredicto fiable aún sin evidencia objetiva. Si nos situamos del otro lado y ahondamos en las “inferencias psicojurídicas” tendrían cabida otras explicaciones.

Arriesgaremos una: que ante un crimen horrendo, como el retratado en Making a Murderer, la tentación de buscar culpables es demasiado fuerte. Diremos algo más: que esta tentación, fruto de valoraciones tradicionales en las que reposan buena parte de nuestras sociedades, se vuelve prácticamente irresistible cuando hay una confesión de por medio.

Existiría una creencia fundamental a los pies de esto: que uno es transparente consigo mismo, que todas las personas lo son, que cualquiera es capaz de distinguir con claridad los errores que ha cometido.

La indignación ante lo sucedido, el peso de la incertidumbre y la furia moral que el crimen desata buscan ser resueltos lo más pronto posible. Este fuego apenas encuentra diques de contención al escuchar al otro culparse. No habría motivos suficientes para la inocencia ni explicaciones posibles para confesar no siendo culpable. Existiría una creencia fundamental a los pies de esto: que uno es transparente consigo mismo, que todas las personas lo son, que cualquiera es capaz de distinguir con claridad los errores que ha cometido. Habría una verdad accesible a la propia interioridad que sería especialmente evidente cuando se ha obrado mal: lo indubitable sería la propia culpa como instrumento de certidumbre.

 

Brendan Dassey, Making a Muderer, Netflix.

 

El misterio judicial de la autoinculpación tendría efectos legales por la inmediatez de una verdad que seríamos capaces de contemplar en primer plano en nuestro interior; tal verdad nos diría lo que somos debido a lo que hacemos. Se trata, nada más y nada menos, que de reconocer la existencia y fiabilidad del “juez” que somos (o tendríamos que ser) para nosotros mismos. El culpable ha de saber la verdad de lo que hizo y, si sucede, como en el caso de Dassey, que existen titubeos o gestos poco comunes, no es porque ese juez no exista o falle, sino por lo traumático de admitir ante otro la propia culpa.

Se trata, nada más y nada menos, que de reconocer la existencia y fiabilidad del “juez” que somos (o tendríamos que ser) para nosotros mismos.

No solo los policías y algunos de los jueces de Making a Murderer creen que Dassey hizo una confesión válida, sino que también lo hace parte de la sociedad. Abunda la certidumbre sobre la veracidad de ese “juez interior” a la hora de reconocer el mal dentro de sí. En lo judicial esta postura es altamente funcional. Al final del camino los procesos penales tendrían una certidumbre a la que agarrarse, existiría un fundamento interno del derecho en la transparencia interna de la culpa, en el buen trabajo de ese juez.

De lo contrario se estaría al borde de un precipicio: las acciones humanas flotarían en la nada irresponsablemente. De ahí la necesidad de enunciar la verdad sobre uno mismo, de saber que cualquiera ha de obrar, como mínimo, bajo la creencia de que él mismo es capaz de conocerse, de decir cómo es, de conocer la imputabilidad de sus propios actos. Y, sin embargo, un pequeñísimo espacio separa el precipicio de la irresponsabilidad de la aniquilación de la presunción de inocencia. Cuando alguien con el poder de procesarte cree que eres tú mismo el que se culpa, y no él, ese espacio puede llegar a borrarse.

Making a Murderer pone encima de la mesa este problema. El juicio de Dassey no existiría sin las creencias sobre cómo funciona la culpa al interior de uno mismo y lo que esto dice de cómo se es. ¿Por qué alguien se confesaría culpable si no es porque se siente culpable? ¿Por qué alguien se sentiría culpable si no es porque lo es?

La culpabilidad del otro se deslizaría allí donde no se puede creer otra cosa: este sería el poder de la verdad interior en los procesos judiciales (y no solo en ellos). Decir que se ha presenciado un crimen si eso no hubiese sucedido, decir que se ha visto a alguien apuñalar a otra persona cuando es mentira: ¿qué clase de individuo haría algo así? El círculo se cierra si se está tentado a responder: “uno capaz de hacerlo”, aquel que potencialmente puede llevar a cabo crímenes atroces, aquel que puede ser culpado por lo que es y no por lo que hace, aquel cuyo juez interior oscila en el precipicio de la irresponsabilidad: un individuo peligroso.

Varias incertidumbres recorren este caso de Making a Murderer: ¿dónde está la diferencia entre confesión y manipulación? ¿Dónde está la diferencia entre lo que se hace y lo que se es? ¿Qué habría pasado si Dassey hubiese guardado silencio privando a los oficiales de una “explicación de sí mismo”?

No sabemos lo que Foucault le diría a Brendan Dassey, pero podemos dejar que el final de su texto hable por él:

“Insidiosamente, lentamente y por abajo, por fragmentos, es como se organiza una penalidad sobre lo que uno es: se han necesitado cerca de cien años para que esta noción de «individuo peligroso» que estaba virtualmente presente en la monomanía de los primeros alienistas, sea aceptada en el pensamiento jurídico y, al cabo de estos cien años, si bien se ha convertido en un tema central en los peritajes psiquiátricos […], el derecho y los códigos parecen dudar en darle cabida: la reforma del código penal que se prepara en la actualidad en Francia apenas ha conseguido reemplazar la vieja noción de “demencia”, que hacía al autor irresponsable de un acto, por las nociones de discernimiento y de control, que no son en el fondo más que su versión apenas modernizada. Tal vez presintamos lo que habría de temible en autorizar al derecho a intervenir sobre los individuos en razón de lo que son: una terrible sociedad podría salir de ahí. […] La escena que evocaba al empezar lo atestigua: cuando un hombre llega únicamente con sus crímenes ante sus jueces, cuando no tiene nada más que decir, cuando no hace al tribunal el favor de desvelarle algo así como el secreto de sí mismo, entonces…” (Foucault, 1999, 58)

 

Referencias:

(*) Foucault, M. (1999): “La evolución del concepto de ”individuo peligroso” en la psiquiatría legal del siglo XIX”, Estética, ética y hermenéutica, Paidós, Barcelona, pp. 37-59. (1ª ed. [1994]: Dits et ècrits. Paris, Éditions Gallimard).

(**) Demos, M. y Riccardi, L. (2015-2018): Making a Murderer, 2ª temporada, cap. 10, min 48, Netflix.




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Doctorando de Filosofía, Licenciado en Psicología e Historia y Ciencias de la Música. Trabajando en investigación política y científica sobre drogas. Docente y tallerista de Filosofía y Cine.