Las drogas y el mal: pistas sobre el pasado histórico de la prohibición

José Luis Vila Por José Luis Vila
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Los antecedentes de la prohibición internacional sobre drogas tienen más de cien años pero la moral que las condena como diabólicas cerca de dos mil. No dejaremos atrás las consecuencias de esa prohibición si no comprendemos cómo la idea moralizante del mal llega hasta nuestros días a través de «la droga».

«Las Partes, Preocupadas por la salud física y moral de la humanidad (…)»1.

Así de a saco empieza el preámbulo de la Convención Única de 1961 sobre estupefacientes, uno de los tres tratados de fiscalización internacional que orientan las políticas sobre psicoactivos a nivel mundial. «Las partes»: los más de 180 países que han firmado esos tratados, el 99% de la población del planeta. Pero: ¿qué es la salud moral de la humanidad? ¿Es qué se puede estar enfermo moralmente?

 

 

Moral y toxicomanía

 

¡Ay! El discurso moralizante. Solo hace falta sentarse y esperar a que pronuncie sus palabras mágicas: «bien» y «mal». Las convenciones internacionales sobre drogas no son una excepción. La de 1961, por ejemplo, dice que «la toxicomanía constituye un mal grave (serious evil) para el individuo»2. El uso de esta expresión indica el tono moral de unas convenciones para las que las drogas se relacionan con lo diabólico o demoníaco: con la enfermedad espiritual. Si la moral piensa las acciones humanas en función del bien y el mal, para comprender la prohibición convendrá preguntarse: ¿qué significa pensar así? ¿Qué consecuencias tiene?

 

 

 

Cartel de la película «Marihuana» (1936)

 

 

 

Al leer la expresión serious evil quizás hemos pasado algo por alto: las convenciones hablan de toxicomanía sin más explicaciones. Esta palabra, neutral para algunos, contiene ya una valoración. Toxicómano, etimológicamente, es aquel que se vuelve loco por el veneno. Habría gente que siente un deseo anormalmente intenso de envenenarse, que corre directa hacia la perdición perjudicando su salud de manera inconsciente. Quienes abogan por la prohibición creen que esto es lo que sucede cuando cualquiera utiliza drogas. Tiene sentido: ¿por qué prohibirlas si existiese un uso razonable?

 

 

El resultado de valorar negativamente el uso de drogas, de considerar que todo el que no sea médico-científico es irracional y maligno, pone al usuario al borde de padecer la violencia: una vez identificado el mal ya se le puede hacer la guerra.

 

 

Estar contra la prohibición, entre otras cosas, implica lo siguiente: que hay usos deseables más allá de la toxicomanía. Las convenciones parecen dejar un hueco para ellos: los médico-científicos. Y ya está, únicamente dos alternativas. Se huele la gran separación moral bivalente: o bien o mal, o medicina o toxicomanía. ¿Nos sorprenderemos cuando las convenciones digan que es «su obligación prevenir y combatir ese mal»3? El resultado de valorar negativamente el uso de drogas, de considerar que todo el que no sea médico-científico es irracional y maligno, pone al usuario al borde de padecer la violencia: una vez identificado el mal ya se le puede hacer la guerra.

Con la palabra «toxicomanía» se estaba preparando el combate. La lógica de patio de colegio de muchos políticos y científicos contemporáneos garantiza que los usuarios de drogas sean los malos de la película. ¿Sucede entonces al revés? ¿Son ellos los malignos? No, no basta con decir que se equivocan, que son malintencionados o estúpidos, se incurriría en el mismo error. Por eso es recomendable investigar más allá de los antecedentes de la prohibición política actual y profundizar en sus raíces.

 

 

 

Cartel de la película «Devil’s Harvest» (1942)

 

 

Aprendiendo de la historia

 

En la Historia General de las Drogas, de Antonio Escohotado, encontramos una investigación del pensamiento moral prohibicionista y su afinidad con el pasado religioso de nuestra sociedad.

Un ejemplo: tres sacerdotes (Charles H. Brent, Wilbur Crafts y Homer Stunz) estuvieron dando el coñazo incansablemente a grupos conservadores de EEUU para presionar a la Casa Blanca. Con ello consiguieron promover la Convención Internacional del Opio de 1912, la base de los actuales tratados de fiscalización de la ONU. ¿Casualidad que estos sacerdotes creyeran que el uso del opio era inmoral, como el del resto de drogas, cuando no era médico?

Otro: no solo a los curas se les cuela la moral, también a los científicos, como ya hemos dicho. En el libro Las drogas y la mente, citado por Escohotado, un tal De Ropp dice: «algunas ratas con electrodos en ciertas regiones del hipotálamo se estimularon más de dos mil veces por hora, durante un día entero. ¡Sorprendente hallazgo! Qué curiosos abismos de depravación se abren ante nuestros ojos. Si fuese humana, esa rata enloquecida de placer presentaría justamente el cuadro de degradación moral del toxicómano que trota la calle en busca de droga, mientras su mujer y sus hijos mueren de hambre en un hotel de mala muerte. ¿Será posible que los neurofisiólogos hayan logrado aquello que ni siquiera el demonio consiguió con todos sus siglos de experiencia? ¿Acaso habrán conseguido inventar una nueva forma de pecado?«4.

Abismos de depravación, enloquecimiento de placer, degradación moral del toxicómano y consecución de lo que no logró el demonio: «una nueva forma de pecado». Esta mezcla de jerga religiosa y científica no está tan lejos de la religioso-política de las convenciones. De Ropp no habla de ningún serious evil pero sí menciona abiertamente el pecado y el demonio. ¿Casualidad también que este bioquímico inglés escribiese un libro llamado Ciencia y Salvación?

 

 

 

Ilustración en la revista Mayer Merkel & Ottmann, Nueva York, 1882

 

 

El edicto del peyote y los misioneros cristianos

 

Las drogas se han asociado históricamente con el mal mucho antes de la prohibición del siglo pasado. Practiquemos entonces ese espiritismo de las letras que es la historiografía a través de unos cuantos ejemplos más.

Primero: la prohibición del peyote en 1620 (venga, 400 años atrás sin despeinarnos). La Iglesia Católica se gustaba en la época, metía mano donde podía. Prohibía, perseguía, castigaba y torturaba gracias a su dream team sádico: la Santa Inquisición. Fue esta la que redactó un edicto del peyote por el que había que castigar a quienes usasen el cactus. ¿Por qué? Porque al tomarlo se hacía un pacto con el diablo: cogía «mas fuerça el vicio» que atentaba contra la Santa Fe Católica en el que «se ve notoriamente la sugestión y asistencia del demonio»5.

Segundo, con dos nombres bien castizos: Bernardino de Sahagún y Toribio de Benavente. ¿Franciscanos cruzando el charco para evangelizar? Sí, porque antes del edicto del peyote ya había cosas chungas que prohibir, como el teonanácatl. ¿Qué creían estos dos? Que el hongo sagrado de los aztecas era diabólico (sorpresa). Al parecer la psilocybe mexicana provocaba el pacto de los indígenas con Lucifer «haciéndoles creer mil absurdos»6. Algunos llegaban a afirmar que los nativos «se transforman en doctores-brujos y comulgan con el diablo»7. Incluso se llegaron a hacer dibujos donde se ve al demonio incitando a comer hongos y danzando encima de ellos (de los hongos, no de los nativos, eso sería demasiado raro ya).

Tercer ejemplo: Francisco Hernández de Toledo, médico de la corte real. ¿Qué dirá? Que los hongos producen «visiones de todo tipo, tales como guerras e imágenes de demonios» y que los indígenas comían plantas para «provocar el delirio» en el que «se les aparecían miles de visiones y figuraciones satánicas»8. Erre que erre con las plantas y Satanás.

Cuarto: «solo el diablo podía dar a un hombre el poder de sacar humo por la boca»9. ¡PAM! Iglesia católica gustándose de nuevo. Ese poder debió de inquietar a los vecinos de Jerez cuando vieron a Rodrigo (también de Jerez) fumando por las calles. ¿Uno de los marineros que volvió con Colón anda envuelto en humo todo el día? Se entera la Santa Inquisición. Veredicto: es un brujo con hábitos demoníacos. A la cárcel siete años.

 

 

 

Cartel de la película «Devil’s Harvest» (1942)

 

 

Las drogas en cuerpo y alma

 

Lo que pasó hace cinco siglos nos pone sobre la pista del pasado de la prohibición y el argumento diabólico aplicado a las drogas (seguimos el rastro de ese serious evil). Resulta que las plantas psicoactivas eran malignas incluso ya en el siglo VIII, cuando Carlomagno decía que el opio era «obra de Satanás»10. Pero: ¿qué hay de lo maligno más allá de las plantas? El concepto del mal no se inventó por ellas. ¿De dónde viene entonces?

Recordemos: moral, bien y mal. ¿Cuáles son el bien y el mal tradicionalmente en el cristianismo? Pincelada gruesa, que no tenemos todo el día: bien = alma, mal = cuerpo. El cuerpo (la carne) corrompe el alma (o espíritu). ¿Las plantas psicoactivas eran diabólicas? Sí, pero porque, entre otras cosas, conducían a sensaciones corporales peligrosamente cercanas a las sexuales. ¿Qué es el mal entonces? Dicen los Padres de la Iglesia: las «obras de la carne, como la fornicación y la inmundicia»11.

El poder de las plantas amenazaba un espíritu que, siendo lo superior, no podía ser vencido por algo tan bajo como la carne. Por ello en la Historia General de las Drogas se puede leer que «lo corpóreo es algo que mancha, una “inmundicia”. La deidad no tendrá nada de misterio vegetal«, o que «el dolor es grato a Dios siempre que constituya una mortificación de la “carne”. Por el contrario, el goce sensual ofende al Creador en proporción a su intensidad«12.

Es la intensidad corporal lo que ofende, por eso el cuerpo es malévolo. Esto ya se dijo mucho antes de los siglos XX o XV. Retrocedamos más todavía, preparemos el terreno a lo inmundo del cuerpo y su maldad con San Agustín, que, en el siglo IV, hablaba de «la inmundicia de la concupiscencia» y los «vapores infernales de la lujuria»13.

 

 

 

Cartel de la película «Marihuana» (1950)

 

 

Emasculación y el otro inicio de la prohibición

 

Último ejemplo, fin de trayecto: la orientación paulina. Ahora viene el heavy metal cristiano. San Pablo defendía en el siglo I que hay que apartarse de «las borracheras y diversiones estrepitosas», también que «la carne está contra el espíritu en su deseo, y el espíritu contra la carne. Hazte sordo para con tus miembros inmundos sobre la tierra, a fin de mortificarlos»14. ¿A qué se refiere? A que por el bien del alma (de la salud moral, forzando un poquillo) hay que castigar el cuerpo.

Érase una vez un tipo llamado Orígenes. Vivió después de San Pablo, así que estaba al tanto del rollete de la mortificación. «Orígenes Adamantius», como lo llamaban algunos, ha pasado a la historia como uno de los fundadores de la iglesia que vivió entre los siglos II y III. El tío se emasculó. Los que aún no sabéis qué significa «emascular» podéis disfrutar unos segundos más: la emasculación es el proceso por el que te extirpas los genitales de cuajo. Orígenes se castró. En el siglo III. Sin anestesia ni hostias: mutilación salvaje y en crudo; así de en serio se tomó lo de hacerse sordo a los «miembros inmundos». Se quedó tan pillado con un pasaje de la Biblia (Mateo 19, 12) donde puede entenderse que de cara a unirte con Dios mola cortarse los huevos (y la polla: medias tintas para los cobardes) que simplemente lo hizo.

Más tarde nuestro «Adamantius» (mote que significa «hombre de acero»), admitió que se había colado un poco al interpretar ese pasaje. No fue el único. A la peña le iba tanto la emasculación voluntaria, era tan cool arrancárselo todo para acercarse a Dios, que muchos se dedicaron a pillar piedras y hostiarse la entrepierna hasta destrozársela por completo. La cosa se puso tan loca que en el siglo IV el papa León I tuvo que prohibirla.

¿De qué llevamos hablando este rato? No solo de que las drogas se hayan asociado con el mal, sino de cómo históricamente el pensamiento moral ha calentado lentamente ese fuego. Un fuego que sigue hoy encendido cuando se dice que «la droga» es el mal de nuestro tiempo, su serious evil. ¿Y qué hacemos? Combatirlo con la misma violencia que empleó Orígenes contra sus cojones, pero a nivel mundial: guerra a las drogas. Estas son algunas de las consecuencias de pensar las acciones humanas en función del bien y el mal.

Condenas a muerte (en 33 países), encarcelamientos masivos (en todo el mundo), 250.000 muertos en México desde 2006 y asesinatos en las calles (entre 7.000 y 12.000) en Filipinas desde verano de 2016. ¿Qué dijo Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas, hace casi tres años?: «Hitler masacró a tres millones de judíos. Ahora hay aquí tres millones de adictos. Me gustaría masacrarlos a todos«. ¿Casualidad que continúe con que quiere «acabar con el problema de este país y salvar a la próxima generación de la perdición«15?

San Pablo odiaba la intensidad corporal, la inmundicia sobre la tierra. Es uno de los claros exponentes de una religiosidad que al odiar el cuerpo odia también las plantas demoníacas (y lo que tal religiosidad cree que son las drogas). Se puede discrepar con Antonio Escohotado en varias cosas, pero es fácil estar de acuerdo en esta: «debe, pues, afirmarse que la prohibición en materia de drogas está ya completamente definida desde el momento que triunfa la orientación paulina«16.

Tomar distancia de esta orientación y sus versiones actuales puede ayudar a que dejemos de preocuparnos por la salud moral de la humanidad. También a discrepar, cordial pero firmemente, de aquellos que insinúan que los usuarios de drogas están enfermos moralmente o que son unos viciosos y pervertidos. Si hay algo a lo que decir «no» es a la perspectiva moral sobre las drogas.

 

Referencias:

 

  1. «Convención única de 1961 sobre estupefacientes», Nueva York, 8 de agosto de 1975, Serie de Tratados de las Naciones Unidas, vol. 976, núm. 14152, p. 5.
  2. Ibid.
  3. Ibid.
  4. Robert S. De Ropp en Escohotado, A., Historia general de las drogas, Espasa, Madrid, 1998, p. 14.
  5. Olvera, N. “La prohibición del peyeote en la Nueva España”, Drogas, Política y Cultura, 9 de octubre de 2015. En: https://drogaspoliticacultura.net/cultura/la-prohibicion-del-peyote-en-la-nueva-espana
  6. Escohotado, A., Historia general de las drogas, Espasa, Madrid, 1998, p. 112-3.
  7. Ibid.
  8. Ibid.
  9. Ibid., p. 349.
  10. Ibid., p. 240.
  11. Ibid., p. 230.
  12. Ibid., p. 234.
  13. Ibid.
  14. Ibid.
  15. Duterte: “Me gustaría matar drogadictos”. La Provincia, 30 de septiembre de 2016. En: https://www.laprovincia.es/mundo/2016/09/30/duterte-gustaria-matar-drogadictos/866188.html
  16. Escohotado, A., Historia general de las drogas, Espasa, Madrid, 1998, p. 242
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Doctorando de Filosofía, Licenciado en Psicología e Historia y Ciencias de la Música. Trabajando en investigación política y científica sobre drogas. Docente y tallerista de Filosofía y Cine.