Sus representaciones del lujo buscan el debate sobre el valor en el mercado del arte
“¿Qué apariencia tiene lo caro?” es lo que se pregunta Andy Dixon (Vancouver, 1979). Su propuesta artística, basada en la estética del valor y del dinero, es el extremo opuesto del ambiente de los grupos de punk rock de los que hizo parte a lo largo de su juventud.
El arte, sin embargo, siempre vino de la mano. A menudo le pedían para que hiciese los flyers y los carteles de las bandas que participaba. Con el tiempo la producción visual se ha dejado de ser un hobby para convertirse en su trabajo principal.
Con una paleta de colores eléctricos con mucho énfasis en el rosa, el color millennial por excelencia, Dixon retrata ambientes y objetos de lujo. Salones, escenas de eventos sociales, ropa de marca a partir de fotos que consigue en Internet, coches, bodegones, e incluso alguna que otra referencia a los clásicos encajan bien en su imaginario. La combinación de colores es el atractivo más inmediato por su relativa novedad, pero no menos importante es la manera que se él posiciona, con declarado “delirio de grandeza”, ante su obra.

Dixon considera que tiene mucho que decir, y que hace cosas que no se han hecho todavía, como trabajar deliberadamente la estética del dinero, incluyéndose a sí mismo de manera consciente como el primero a adjudicar el valor a su trabajo. Él piensa que muy pocos están dispuestos a abrir el diálogo en el mundo del arte como un sistema de lujo, aunque no ve nada malo en ello.
Sea como sea, el trabajo de Dixon es extremamente agradable de mirar y nos recuerda a menudo a David Hockney. También nos acordamos de Hockney en representación de sus coleccionistas, ya que éste los pintaba. Ya Dixon en sus obras más recientes retrata las casas de sus clientes con sus lienzos, lo que sugiere la representación de la puesta en valor de su propia obra. En este sentido, la magia duchampiana está hecha.













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