El pintor madrileño nos habla de su carrera, sus creencias y su visión del arte
Aprovechamos el breve paso del pintor Iñigo Navarro Dávila (Madrid, 1977) por Santiago de Compostela para acribillarlo con unas cuantas preguntas sobre lo divino y lo humano.
El encuentro tiene lugar en el taller de Yoseba MP, donde estos días el pintor madrileño vino a impartir un curso sobre los secretos de la paleta reducida que tan bien supieron aprovechar pintores como Velázquez.
P. ¿Quién es Iñigo Navarro?
R. Bueno, pues soy un pintor. Alguien que vende cuadros en galerías o intenta venderlos, más bien. (risas)
P. En uno de los textos de tu blog comentas que “todos tenemos una misión en el mundo”. ¿Cuál es tu misión?
R. Yo vivo la pintura de manera muy mística y romántica. En general, creo que para hacer cosas interesantes es útil pensar que hay algo por encima de ti que espera que hagas algo. Supongo que mi misión es intentar hacer el mundo más bonito, más divertido.
P. ¿Crees en Dios?
R. Sí, sí, yo creo en Dios. Para empezar por una cuestión estética. Ahora que toda mi generación está dejando de creer, hay un hecho diferencial en ser creyente que ya de por sí me gusta. Porque no es lo normal. Tampoco es que vaya mucho a misa, pero casi me obligaría a ir por esta misma cuestión estética (risas). Luego también creo que hay cosas relacionadas con lo sublime –y el arte tiene mucho que ver con lo sublime– que exigen tirarte al vacío. Y es muy difícil tirarte al vacío con una visión del mundo materialista.
P. ¿Cómo te imaginas el cielo?
R. Yo me lo imagino de una manera muy infantil. Una especie de eterna diversión. Lo mismo que hago ahora pero multiplicado por cien. No creo que Dios sea un moralista, no creo que sea alguien que te vaya a juzgar porque te guste correr en tu coche a 240 km/h. Supongo que en el cielo se podrán hacer ese tipo de cosas. Se podrá salir de copas, tener dos mil perretes, volver a ver a toda la gente que se ha muerto, verles jóvenes y viejos a la vez (risas). No creo que sea así en realidad pero me imagino que las sensaciones serían parecidas.
P. ¿Y el infierno?
R. El infierno es morirse directamente. Que no te dejen participar de la fiesta.
P. “Los santos y los artistas suelen inspirarse mutuamente” escribes en otro de tus textos. ¿Cuál es tu santo favorito?
R. Pues mira justo el otro día estaba hablando de Simón el Estilita, el que sale en Simón del desierto de Buñuel. Tiene una cosa muy graciosa en su biografía, y es que en un momento dado la Iglesia se entera de que este hombre se ha subido a una columna y está atrayendo a un montón de gente. Entonces claro, la Iglesia piensa “¿Qué es esta soberbia? ¿Qué se cree más que Dios?” y le piden que se baje. Simón, obediente se baja. Entonces, como ven que tiene la humildad intacta le vuelven mandar a subir. (risas) Me gustó ese cruce entre la fe, el orden y la estructura.

Iñigo Navarro, Funcionarios de la Generalitat representando el saqueo de Bizancio el día de la Diada
P. ¿Cuál es tu gran superpoder?
R. Supongo que conseguir que mis tres hijos salgan adelante (risas). Cada vez que vendo un cuadro no me lo creo. Supongo que mi superpoder es no creerme que existe una fórmula, pensar que siempre hay una manera de mejorar. Porque somos tantos y con tanto talento que no nos podemos permitir el lujo de hacer las cosas sin más.
P. ¿Y tu gran debilidad?
R. Pues que soy un vago (risas). Supongo que todos los pintores somos igual… Tengo una tara para las cosas más normales, como presentar la declaración trimestral, mandar el textito para la expo, ir a la inauguración a hablar con patatín, patatán.. Siempre me dan mucha perezas estas historias, y al final tiene tanta importancia pintar bien como hacer estas cosas bien. Tengo un poco de mala conciencia por no hacer tan bien esta parte como la otra.

Iñigo Navarro, Gabinete político preparando una sesión espiritista para contactar con los líderes del más allá
P. He visto que impartes unas clases magistrales sobre “¿Qué es el arte?”. ¿Podrías definir el arte con unas pocas palabras?
R. El resumen es que el arte es una ficción. No existe. Es un pacto que hemos hecho entre las personas para definir, no del todo democráticamente porque hay personas con más poder de decisión que otras, qué es el arte. Es una definición que está en constante debate. No es lo mismo lo que se pensaba que era el arte en el barroco, que en el medievo, en el siglo XIX o ahora. Lo bonito de ser artista es que intervienes de forma activa en ese debate: “Bueno, pues yo creo que arte es esto”. Pero yo creo que nadie se lo cree de todo. Ni yo mismo me creo que lo que hago es arte. Tiene más que ver con convencer a los demás que cualquier otra cosa.
P. ¿No crees que nos hemos quedado un poco estancados en las vanguardias del siglo XX?
R. Sí pero no. Las vanguardias eran necesarias. El siglo XX es un siglo de grandes decepciones para la humanidad. Venimos de la época colonial, nos hemos matado los unos a los otros a lo bestia y la generación de artistas de esos años deciden que no quieren tener nada que ver con sus antecesores. Básicamente los que hacen es sistematizar la destrucción de la belleza. El final de esta destrucción termina en las postvanguardias, donde ya ni si quiera se cree que se pueda destruir la belleza, así que te limitas a frivolizar y divertirte. Es esta época tan divertida en Nueva York en los 80, donde aplastan un Cadillac y lo plantan en mitad de la galería, y este tipo de cosas. Es una época de mucho frenesí pero que también se ha acabado agotando. Ahora es cuando descubrimos que parte de la diversión está en las cosas más íntimas y profundas. Los que estamos intentando hacer arte ahora creo que tenemos la suerte de que no tenemos ni que ser unos intelectuales hiperconceptuales como en la época de las vanguardias, ni unos frívolos.
P. ¿Siempre tuviste clara tu vocación de artista?
R. Sí, no hay trabajo en el mundo más divertido que ser artista. No tienes por qué trabajar si no quieres, tu trabajo consiste en estar tranquilamente pintando o salir por ahí de juerga para entender lo que es la vida, discutir con amigos… El único problema con el arte es que hay que ser muy bueno para que te lo paguen (risas). Quitando eso todo lo demás es una maravilla.
P. ¿De qué manera han influido tus estudios de matemáticas en tu formación como artista?
R. Ha sido la parte más importante de mi formación. En Matemáticas es donde ordenaron mi pensamiento y me dieron unas pautas para profundizar. Muy abstractas además. Entre otras cosas me dijeron una frase que me acompañó siempre que es: “Nunca te creas nada. Demuéstralo”.
P. ¿Y el paso por Bellas Artes?
R. Cuando llegué a Bellas Artes había un montón de batallas intestinas entre los que querían una formación más conceptual y los que deseaban una formación más de pintor antiguo. Entonces estabas dentro de ese maremágnum y no te enterabas muy bien. De todas formas, yo tenía muy claro que quería pintar y me escapaba a los talleres cuando estaban vacíos para pintar.
También hice varios talleres con Antonio López, de quien aprendí un montón, igual que de mis compañeros, viéndoles pintar, observando su obra y sobre todo discutiendo. Discutiendo se aprende mucho.
P. También le das una gran importancia a todo el aprendizaje vital que conlleva la fiesta…
R. Es lo esencial. Todo el trabajo técnico que conlleva pintar bien es estéril sin la fiesta. Cuando digo la fiesta me refiero a todo, me refiero a vivir. Si quieres ser de verdad no te puedes privar de nada. Con esto no hago apología de una vida presentista pero es que no puedes eludir la realidad, no puedes eludir las grandes preguntas: la muerte, la vida, la alegría, la tristeza. Sino te mueres.
P. Decías en una entrevista que uno de los artistas con los que más te sentías identificado es Berlanga. Tiene todo el sentido, porque sí que es verdad que esas escenas tumultuosas de tus cuadros tienen un punto muy berlanguiano. ¿Cuál es la película que más te gusta de Berlanga?
R. A mí lo que más me gusta es su penúltima etapa. La Trilogía Nacional y La vaquilla son obras maestras. Porque ya no es el alarde técnico de esos planos secuencia de tres o cuatro minutos, con cincuenta actores, tanques pasando por detrás, diálogos superpuestos… Es el ejercicio de esa técnica aplicada a que lo que quiere contar sea muy intenso y perfecto. Es el culmen. También es verdad que siempre que pasa algo bueno en el mundo es justo después de la dictadura. Las dictaduras no se andan con tonterías. Dicen: “¿Quieres pintarme un cuadro? Pues que sea Lenin o que sea Hitler. Pero no vayas a pintarme al Pato Donald y me vendas que es Hitler”. Entonces cuando termina la dictadura, el tío que sabe pintar como los ángeles, se fascina con lo que ha ocurrido en le mundo fuera de su burbuja y eso suele dar a una explosión de artistas increíbles, como la Escuela de Leipzig, por ejemplo. Con Berlanga pasó igual. Cuando terminó la dictadura se destapó y cogió una ironía que no sabes si viene o si va, si es de izquierdas o derechas y lo deja todo en un punto exquisito.
P. Si tuvieras una máquina del tiempo ¿Cuál sería tu primer destino?
R. A mí me gustaría ver a pintar a Velázquez.
P. ¿Es tu pintor favorito?
R. No sé si mi favorito… Es el más inaccesible. Porque a lo mejor por favoritos me quedaría con El aduanero Rousseau. Este amigo que tenía Picasso que se reían de él porque pintaba mal y él creía que pintaba bien. Hace unas selvas y unos leones tan naïf que son preciosos, pero que ves que están al límite. Un poquito menos y ya no es pintura. En cambio Velázquez es todo lo contrario. Es inasequible. Las meninas es un cuadro gigantesco, donde un niño está pisando un perro. ¿Cuánto tiempo puede durar una pose de un niño pisando un perro? ¿Cuánto? ¡Y lo clava! ¡Al perro y al niño! ¿Cómo se hace eso? Está el pelo y está todo… En Los borrachos el borracho se está descojonando. ¿Cuánto tiempo puede posar alguien con esa sonrisa en ojos y boca? ¿Cómo se las arreglaba? Eso es lo que me gustaría ver. Porque evidentemente no tenía las facilidades que tenemos ahora. Ahora si quieres pintar a alguien sonriendo le fotografías y ya está.
P. ¿Has conseguido vivir del arte?
R. Sí, por ahora sí. Tuve mucha suerte porque nada más terminar la carrera enseguida empecé a trabajar en una galería en Madrid que vendía muchísimo. En mis dos primeras exposiciones vendí todo. Luego me pilló la crisis de 2008 y me las arreglé para ir colando viñetas cómicas por ahí. Me enseñó muchísimo porque los periódicos cierran a toda pastilla y esa urgencia me enseñó a trabajar muy rápido. Fue una época con un sueldo estable en la que aproveché para buscar mi propia pintura y en la que di con Víctor, un director de una galería que se empezó a ocupar de la parte difícil que es vender un cuadro. No pintarlo. Pintarlo lo pinta cualquiera.
P. ¿Y cuánto dinero hace falta para comprarse un cuadro de Iñigo Navarro?
R. No lo sé (risas).
P. Uno pequeñito…
R. Yo creo que a partir de 600 euros o algo así si te puedes llevar un cuadrito. Aunque tengas que usar un microscopio para verlo (risas). Y supongo que las acuarelas un poquito más baratas. No sé, yo sólo pongo la mano (risas).
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