Diane Arbus: la fascinación a través del tedio

Danielle Cruz Por Danielle Cruz
13 Min lectura

Reflexionar sobre el legado de Arbus en los días de hoy nos enseña no solo sobre el medio fotográfico, sino cómo las circunstancias que han influido decisivamente en su obra a día de hoy ya no serían totalmente aplicables. Me refiero a la popularidad de la cámara fotográfica, a la circulación masiva de imágenes y a cómo nos hemos ido educando visualmente. Es común que se diga que el trabajo de Arbus ha ayudado a «normalizar» la imagen de los marginados. Pero ¿realmente ha sido así?

Diane Arbus nació el 14 de marzo de 1923 en Greenwich, Nueva York, en el seno de una judía acomodada. Ha sido muy protegida en su infancia y durante toda su vida tuvo la sensación de que había vivido en un estado de irrealidad. Para Doon Arbus, su hija, había “un enorme sentido de lo que era prohibido”. La fotografía, cuenta, ha sido una manera de descubrir estas prohibiciones no se aplicaban.

Su padre era dueño de Russek’s, un gran almacén en la Quinta Avenida. Allí conoció a los catorce años a Allan Arbus, que trabajaba en el departamento de publicidad y con quien se casó a los dieciocho años. Allan le regaló su primera cámara.

Diane Arbus, Identical twins, Roselle, N.J., 1966

La pareja se dedicó a la fotografía y desde su estudio hicieron trabajos para Russek’s, Vogue y Glamour durante una década. Sin embargo, el oficio le hacía a Diane infeliz. Ella acabó dejándolo para dedicarse a su vida personal como madre y forjar su propia carrera como fotógrafa. A fines de los años cincuenta tomaba clases con Lisette Model en la New School.

Las fotografías de Model y Arbus tienen grandes parecidos. Ambas fotografiaban a la gente común, pero lo que distinguía Arbus de otros fotógrafos de la época era su apelo a la mirada cercana y personal. El evento era lo importante, lo que sucedía mientras se encontraba con la gente que posaba para ella era lo que se dejaba entrever.

Gente que la misma Arbus no estaba acostumbrada, que le había sido prohibida y que se daba por hecho parte de la sociedad no quería mirar. Model apunta que una de las grandes contribuciones de Arbus ha sido la influencia que tuvo sobre sus modelos, determinante para que sus fotos fueran espontáneas.

Diane Arbus, A Jewish giant at home with his parents, N.Y., 1970

Arbus ha fotografiado a enanos, gigantes, homosexuales, travestis, enfermos mentales, y recorría parques, estaciones, burdeles, fiestas, parques de atracciones, a cualquier hora del día. La cámara le sirvió de escudo y a la vez de pasaporte para estas otras realidades. “La cámara es un tipo de licencia”, decía.

Ser fotografiado en aquella época equivalía a recibir una «atención especial». Y ella sabía cómo hacerlo. Arbus se reunía con sus modelos, les ganaba la confianza y ellos se dejaban fotografiar. Lo más natural del mundo por aquel entonces era pensar que los freaks, como se han denominado, no dejarían que se les acercara. El ángulo frontal confirma esa confianza que llegó a entablar con ellos.

Diane Arbus quería presentar a los espectadores un otro mundo, uno que había descubierto sola. Pero para hacerlo había que presuponer este otro mundo. Había, en definitiva, que situarse deliberadamente del otro lado.

Diane Arbus ‘Female impersonator holding long gloves, Hempstead, L.I., 1959

Susan Sontag y también Joan Fontcuberta coinciden que uno de los puntos claves para entender a Arbus es precisamente en este encuentro con la alteridad, explicado por su historia personal. En Estados Unidos vistos por fotografías, oscuramente, Sontag es incisiva cuando dice que “las fotografías de Arbus –con admisión de lo horroroso– evocan una ingenuidad esquiva y siniestra a la vez, pues esta se basa en la distancia, en el privilegio, la impresión de que al espectador se invita a ver realmente el otro” (Sontag, 2008, 41).

Fontcuberta, por su parte, pone el acento en la relación entre sujeto y objeto que se da en el trasfondo epistemológico de la obra de Arbus. “Para Arbus –dice– la cámara es un instrumento de análisis y crítica, y esto se fundamenta en un esquema que presupone la doble existencia, por un lado de un sujeto que observa y, por el otro, de una alteridad –la sociedad– que es observada” (Fontcuberta, 2016, 35).

Diane Arbus, Lady on a bus, N.Y.C., 1957

La cámara es un pasaporte y la fotógrafa una turista. Esta impresión se confirma en el propio pensamiento de Diane cuando dice que “es muy sutil y un poco vergonzoso para mí, pero realmente creo que hay cosas que nadie las vería si yo no las fotografiara”.

La idea del mérito de Arbus de “normalizar” –dada la familiaridad evocada de sus retratos– lo raro, lo excluido e incluso a los ciudadanos medios es, por eso mismo, paradójica. Solo se puede enseñar al otro como otro en un museo situándose en un extremo, afirmándose en la diferencia. Esa idea –»siniestra» para Sontag– aunque no lo parezca a simple vista, era clara en la mente de la fotógrafa.

Arbus, una privilegiada, se rebeló contra el sentido de irrealidad que le acompañaba, según decía, desde la infancia, y que se acentuó con el trabajo en la fotografía de moda. Ha ido a donde jamás había pisado para finalmente tener sus propias experiencias. No ha sido un camino sencillo. En una ocasión, comentando algunas fotografías que había hecho sobre homosexuales en Washington Square Park, afirmó: “Tuve mucho miedo. Quiero decir, yo me puedo convertir en nudista, me puedo convertir en un millón de cosas, pero nunca podría convertirme en aquello, sea lo que sea lo que fueran aquellas personas”.

Diane Arbus, Black boy, Washington Square Park, N.Y.C., 1965

Este límite es muy importante para entender su pensamiento. Arbus comprendía que cada uno de nosotros tenemos nuestras peculiaridades y precisamente esta diferencia era lo que hacía que todo fuera “fascinante”.

Ella solía decir que creía, como los chinos, que del aburrimiento se podía llegar a la fascinación. Para ello había que examinar la realidad de cerca pues es ahí donde aparece lo que hay de más peculiar. “Ves a alguien en la calle y esencialmente lo que notas son sus defectos. Es extraordinario que nos hubieran dado estas peculiaridades. (…) Si miras la realidad lo suficientemente de cerca, si de alguna manera llegas a ello, se convierte en algo fantástico. Sabes, es realmente fantástico que tengamos esta apariencia y a veces lo ves claramente en una fotografía”.

Para Arbus las intenciones nunca aparecen como queremos que aparezcan. Existe un hueco entre lo que uno quiere enseñar de sí mismo y lo que no puedes evitar que los demás sepan sobre ti, “el hueco –dice– entre intención y efecto”. Todas estas limitaciones marcan la filosofía de Arbus en su encuentro con los otros.

“Lo que trato de describir es que es imposible salir de tu piel para la piel del otro. Y es un poco de lo que va todo eso. La tragedia del otro no es la misma que la tuya propia”.

A diferencia de otros fotógrafos, Arbus nos reafirma la alteridad, llama monstruos a los diferentes. Sin embargo, hoy por hoy, es posible que sus fotos no causen semejante impresión, aunque sí cuenten muchas historias. Hoy día los «monstruos» están por todas partes, y no encerrados en manicomios, alejados de la vida pública como en el siglo XIX. Incluso podemos arriesgarnos a decir que ni siquiera la película Freaks (1932), de la cual es deudora, genere actualmente alguna sorpresa. Nos hemos acostumbrado. Pero ¿qué implica eso?

Diane Arbus, Child with a toy hand grenade in Central Park, N.Y.C., 1962

Los años que sucedieron lo grueso del trabajo de Arbus vinieron plagados de «normalizaciones» por la creciente circulación de imágenes, del periodismo de guerra y de la estética política forjada por los medios televisivos. Mostrar lo terrible era una tendencia. Y puede que su resultado haya sido, como dice Sontag, un cambio moral, una especie de disonancia cognitiva capaz de alienarnos de lo que realmente sucede y eximirnos, como humanidad, de nuestra responsabilidad.

“La obra de Arbus es una buena muestra de una tendencia rectora de las bellas artes en los países capitalistas: la supresión, o al menos reducción, de los escrúpulos morales y sensorios. (…) Al acostumbrarnos a lo que anteriormente no soportábamos ver ni oír, porque era demasiado aterrador, doloroso o vergonzante, el arte cambia la moral, ese conjunto de hábitos psíquicos y sanciones públicas que traza una difusa frontera entre lo que es emocional y espontáneamente intolerable y lo que no lo es. La supresión de los escrúpulos de hecho nos aproxima a una verdad más bien formal: la arbitrariedad de los tabúes erigidos por el arte y la moral. Pero este creciente caudal de imágenes (móviles y fijas) y textos grotescos exige un precio muy alto. A la larga, no actúa como una liberación sino como una sustracción del yo: una pseudofamiliriadad con lo horrible refuerza la alienación, incapacita las reacciones en la vida real” (Sontag, 2008, 48).

Diane Arbus: in the beginning se podrá ver en la Hayward Gallery de Londres hasta el 6 de mayo de 2019. La exposición cuenta de más de 100 fotografías de su trabajo temprano. La gran mayoría ha sido revelada por la propia artista y prestados del Diane Arbus Archive del The Metropolitan Museum of Art de Nueva York.

Referencias:

Diane Arbus – Perfil en Artsy.

Masters of Photography – Diane Arbus (1972). Youtube.

Freaks (1932), dir. Tod Browning. Youtube.

BOSWORTH, P. (1984): “Diane Arbus: Her Vision, Life, and Death”, The New York Times, 13 de mayo de 1984.

FONTCUBERTA, J. (2016): El beso de Judas, GG.

SONTAG, S. (2008): Sobre la fotografía, Debolsillo.




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Es editora de elemmental. Doctoranda en Comunicación. Estudió Edición y Filosofía. Amante del arte y los nuevos medios. Estuvo antes en el Cultura/s del diario La Vanguardia.