Mary Karr: la gran mentirosa

Begoña R. Orbezua Por Begoña R. Orbezua
6 Min lectura
‘El club de los mentirosos’ sigue siendo un éxito desde su primera publicación en 1995

“Poco antes de que muriera mi madre, el tipo que le estaba reformando la cocina sacó de la pared un azulejo con un agujerito redondo bastante sospechoso. Se sentó de rodillas y levantó el azulejo de manera que el sol filtrado por las cortinas amarillas y añosas pareció perforar el agujero igual que un láser. Nos guiñó un ojo a Lecia y a mí y a continuación se volvió hacia mí canosa madre, concentrada en su volumen de Marco Aurelio y en un cuenco de chiles picantísimos.

—Señora Karr, ¡esto parece un agujero de bala!

Lecia, que no dejaba pasar una, intervino:

—¿Eso no es de cuando le disparaste a papá?

Y mamá entornó los ojos, bajó un poco las gafas por su nariz patricia y dijo con displicencia:
—No, eso es de cuando Larry. —Se giró y señaló otra pared—. A tu padre le disparé allí.

Sirva esta anécdota para explicar por qué me decidí a escribir El club de los mentirosos como unas memorias y no como novela: cuando el destino te pone en bandeja unos personajes así, ¿para qué inventar nada?”

 

Comienza así el prólogo a la edición actual de El club de los mentirosos. Escrito una década después de la publicación de la novela, demuestra desde la primera línea la poderosa habilidad que Mary Karr tiene de manipular nuestro interés. Tras leer el prólogo, sin duda entran ganas de devorar las 500 páginas que quedan por delante, aunque, en honor a la verdad, probablemente ningún otro momento de la novela alcance semejante cota de brillantez como este sublime comienzo.

Mary Karr, novelista y poeta, nacida en Texas en 1955, abre 40 años después las puertas al Club de los mentirosos de su padre y sus amigos en el que ella era la invitada de honor. Un grupo de rudos hombres, trabajadores de la industria petrolífera, que se reúnen para echar unos tragos (el alcoholismo está presente en toda la obra, así como en la vida real de la propia autora), pescar, jugar y charlar.

Sobre todo charlar, contar a veces historias inverosímiles, pasatiempo en el que el padre de Karr es el rey indiscutible. Es fácil adivinar de quién heredó Mary Karr su don para narrar estas memorias de una infancia novelesca a caballo entre Texas y Colorado durante los años sesenta, en las que la mirada de una niña a la América pública y la privada, la doméstica, la familiar, hace al lector transportarse de la incomodidad a la carcajada en un mismo párrafo, mientras asiste a tormentas de langostas, festines a base de tamales, cangrejos y ostras, jornadas de pesca, violaciones, amputaciones y un sinfín de episodios varios, contados en estas supuestas memorias.

Y sea o no género memorialístico, memorias noveladas, novela autobiográfica, produce al lector una sensación continua de aceptar la mentira que nos cuenta también Mary Karr, como su padre, el pacto ficticio, el querer creer que de verdad son sus recuerdos, que en algún punto de la construcción de ese artificio literario tuvo su catarsis, venció los demonios del pasado, hizo las paces con su madre, con su abuela, consigo misma y con toda la caterva de personajes que desfilan ante los ojos del lector: su genial hermana Lecia (léase Lisa), el resto de los miembros del club, el pequeño violador, los tropecientos maridos de la madre…

No se puede negar la capacidad de Mary Karr para caminar por la complicada línea de la autoficción compartiendo el altarcito de las relaciones familiares disfuncionales con grandes como Marguerite Duras, Lucia Berlin, Vivian Gornick, Angelika Schrobsdorff o Delphine de Vigan. Pero el éxito de El club de los mentirosos no reside en la nada original revelación de que la escritora es la mayor mentirosa o que las mentiras esconden grandes verdades, tal y como hace la literatura.

El éxito reside de forma indiscutible en la voz, característica que comparte con las mencionadas autoras del altarcito. Esa voz femenina potente que se desliza constantemente entre las capas del tiempo, como la Duras en El amante, haciendo fluir los verbos del pasado al presente en función de la focalización, desde la perspectiva inocente y rebelde de la Mary niña y los fogonazos de lucidez de la Mary adulta. Esa voz aparentemente sincera, como de amiga que te cuenta su historia delante de un café, pero con la maestría de dar la vuelta a todas las situaciones trágicas a través del humor.

Y qué más da si es veraz o no, si su voz es impostada o no lo es. Sólo queremos, al igual que los miembros del club de los mentirosos cuando Pete Karr habla, que Mary haga lo propio y nos siga narrando su vida, sus miserias, sus momentos de esplendor, relatados de forma magistral, como magistral resulta la traducción de Regina López Muñoz.

 

Mary Karr, El club de los mentirosos, Periférica & Errata naturae, 2017. 520 páginas. 21,85€

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Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Deusto y licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Granada. Es profesora de Literatura, dinamiza clubes de lectura y talleres de escritura.