El artista y conservador gallego nos habla de su carrera y de su visión del arte actual
Eduardo Valiña (O Páramo, Lugo, 1972) es licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Santiago de Compostela y, paralelamente a su trabajo como Conservador Jefe de la Fundación Eugenio Granell, también ejerce como artista multidisciplinar.
Su imaginario pone de manifiesto la necesidad de universalizar una identidad rural a través de discursos estéticos de la contemporaneidad más absoluta. Hablamos con él sobre los porqués de su obra.
P. En tu trabajo creas piezas en la naturaleza y también llevas la naturaleza al museo, sin embargo, y paradójicamente, usas un neón con la leyenda «Fuckin land art». ¿Con qué postura crees que se queda el espectador?
R. Es una pregunta compleja, los públicos generan lecturas muy diversas. Cuando trabajas con un contexto concreto y un lenguaje dirigido directamente a la propia institución, no esperas una respuesta contundente por parte de algunos agentes. En ese sentido se fomenta un juego a través del idioma o la idea de trabajar con una naturaleza que nada tiene que ver con movimientos artísticos alejados de esa realidad. Un pretexto que usa la propia institución para prestigiar estos discursos.
P. ¿Por qué es tan importante para ti elevar tu propio territorio rural a la categoría de arte?
R. Porque no me representan otros lugares. Cuando empecé a trabajar no era fácil presentarme de esta manera, especialmente en un lugar donde el rural suponía unas connotaciones a veces peyorativas, con problemas idiomáticos, agentes que reniegan de su procedencia, etc. Todos estos ingredientes me reforzaron en un discurso más abierto pero también muy irónico, valiéndome de formas de asumir la realidad que estaba reclamando una atención que al final no era del todo entendida. Es posible que no fuera tan interesante, se generaban discursos más internacionalistas, y hablar de identidad y territorio sonaba interesante pero no se entendía porque no era una opción válida. Tienes que pertenecer a un lugar para jugar bien con sus códigos y en ese plano puedes dar una visión complementaria.
P. Frente la creencia popular de que el amor es algo amable, tú lo sueles presentar en tus obras como algo que hace daño, pincha, desgarra. ¿Es la violencia la verdadera idiosincrasia del amor?
R. Creo que existe una carga violenta en todo lo que genero. No me gusta asumir que sea así pero finalmente siempre aparece en esa mirada ajena que se pregunta «¿qué pasa?» o «¿ha pasado algo aquí?».
P. En el recorrido de nuestra revista quedan patente los poderosísimos trabajos que se realizan desde la periferia. ¿Crees que, gracias a Internet, irse a la capital a triunfar está totalmente denostado?
R. Llevo trabajando ya muchos años y he reivindicado la periferia como un lugar válido, como un espacio de resistencia, mal que me pese. Creo que el hecho de generar un trabajo debería estar alejado de las imposiciones del propio sistema. Si tu espacio de representación es libre no surgen este tipo de necesidades porque no generas un objetivo concreto, quizá por eso no asumes que tu trabajo deba estar en ningún lugar «especial», en ninguna galería reconocida ni en una colección o centro importantes. Todo lo demás puede ocurrir pero no es imprescindible.
P. ¿Qué mueve a un historiador del arte como tú a cambiarse de lado del espejo?
R. Bueno, todo ha surgido de forma muy espontánea. He estado a punto de ingresar en una facultad de Bellas Artes pero la ruinosa situación de aquel edifico hizo que acabara en Historia del Arte. Nunca fue una finca vallada, la Compostela de aquellos años era muy diversificada y la necesidad de colaboración era como beber o comer. En ese sentido y con unas ganas desfasadas de hacer de todo ¡te puedes imaginar! Por otra parte, asumir otros roles como es la gestión, desde galería, comisariado independiente, más tarde desde institución, etc. No es fácil, pero es que esta realidad, ¡aquí es así!
P. ¿Sigues alguna rutina para trabajar?
R. No tengo un espacio físico de trabajo. Mis piezas no tienen un proceso físico tremendo. Funciono con un proceso mental muy meditado, ¡es constante! A veces esa idea madura y es lo peor que te puedes imaginar. En otras ocasiones es un golpe en la cabeza y ¡lo ves! Notas que es bestial. Mis próximos proyectos serán piezas que llevo pensando durante años. Es posible que no merezca la pena producirlas. Muchas producciones son muy caras. Me vuelve un loco hacer grandes producciones, ¡me he arruinado en algún momento! No me pongo demasiados límites, creo que ese es un problema muy común y es perjudicial. Así que podemos estar tomando un vino y, a su vez, estar generando nuevos proyectos. Siempre pasa algo.
P. De todas las que has visitado, ¿cuál dirías que ha sido tu exposición ideal?
R. Es muy difícil, tanto que no sabría responderte. Me ocurriría lo mismo si me preguntas por algún artista favorito. Porque en realidad te gustan determinadas piezas, o conectas con propuestas que pueden desconcertarte sin motivo aparente. Aún así me acerco más a propuestas de instalación, disposición en el espacio, con cierta provocación. También he perdido un poco la esperanza. Cada vez me siento menos cercano a muchas cosas que veo.
P. ¿Cómo valoras tu relación con el mercado del arte?
R. Complicada. La cuestión es que cuando trabajas con materiales tan sensibles se presupone que se va a generar una relación diferente, no en el sentido de que sea algo especial, simplemente a través de la comprensión de la propuesta. La realidad es bien diferente, si vas a apostar por eso debes aprender a despojarte de esa carga, es la única manera de que pueda funcionar. El mercado es necesario y las opciones son muchas, no es fácil encontrar un lugar cómodo. Mantenerse es heroico.
P. ¿Qué amas y qué odias del sistema que sostiene el arte contemporáneo español?
R. Tener la posibilidad de realizar un trabajo y de exhibirlo adecuadamente. Poder compartir tus intereses. Tener la libertad de decisión en muchos aspectos. Por otra parte, creo que falta una implicación real, en muchos casos fallan los criterios. Se administra mal, las injerencias políticas son monstruosas. No existe una propuesta seria a la hora de apoyar y difundir muchas opciones necesarias, que suelen llegar gracias a los esfuerzos individuales de cada artista.
P. Para combatir el machismo en el arte muchas comisarias optan por hacer exposiciones solo de mujeres. ¿Qué opinión te merece esta estrategia?
R. Me parece una opción válida, no creo que sea la única fórmula, pero en vista del panorama todo suma para intentar cambiar una realidad horrible. Es cierto que no todo vale, cada una con su criterio. Lo importante es mantenerse unidas en una cuestión que parece interminable.
P. ¿Qué nuevos proyectos te traes entre manos?
R. Como te comentaba, quedan muchas piezas por producir, algunas en formato video, objetos y también fotografías. A veces lo complicado es encontrar un lugar donde exhibir todo eso y que tenga sentido. Esto es un problema serio. He rechazado algunas propuestas de exposiciones, esto me llevo a alejarme de los circuitos. Nunca he dejado de trabajar, incluso de exponer regularmente en colectivas o intervenciones más destacadas. Sin embargo, el público está acostumbrado a una sobreexposición y producción frenéticas. O expones individualmente o creen que ya has dejado de existir. No me fuerzo, en ese sentido igual dejar de exponer es una buena razón para continuar trabajando.
P. Y para finalizar, la vida sin arte sería…
R. …otra cosa que no fuera vida. Una noche de marcha con el Maycar 1 cerrado [risas].
Eduardo Valiña incide en esa idea de la creación continua sin que esta se materialice hasta que las condiciones sean favorables. Su trabajo indaga en la memoria y subraya emociones íntimas en relación a la familia y al entorno. Su amplio bagaje cultural suma lecturas a un trabajo que se desarrolla orgánicamente como si la totalidad de su obra fuese un paisaje paralelo al que recrea.
Valiña es el artista romántico que sublima la naturaleza a través de su cara más violenta y pone en el mapa el lugar que formó su carácter y, por lo tanto, su obra. Sin duda se trata del héroe periférico que gana batallas titánicas contra sí mismo desde O Páramo para el mundo.
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