Por qué no nos sumamos al #ApagónCultural

elemmental, Por elemmental,
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Nada devalúa más la cultura que la acepción orwelliana del término que promueven algunos profesionales

Desde la Unión de Actores y Actrices se convoca un «Apagón Cultural» para el día de hoy, 10 de abril, y mañana.

La iniciativa, muy comprensible, parte del sector cultural español que emplea a 700.000 trabajadores y se siente defraudado por el Ministerio de Cultura y Deporte a falta de medidas específicas para el sector, en el contexto de la crisis del coronavirus.

Se trata de una especie de huelga virtual que pide el cese de las actividades artísticas en directo en redes sociales y web, para que «se note su ausencia». Ahora bien, ¿esto es posible?

Evidentemente que no. ¿Pararán los periódicos? ¿Parará la televisión? ¿Pararás tú de compartir cosas en tus redes sociales? ¿De hacer selfies? ¿Parará la extrema-derecha de compartir fake news? ¿Acaso las fake news no son cultura? Por supuesto que lo son y, además de gratuita, no pararán.

La idea, que se aprovecha de una errónea aceptación del concepto de cultura, a contracorriente de las ciencias sociales, se choca con sus propios alicientes y muestra lo diminuta que es.

Más que promover una iniciativa, enseña su lamentable ideario.

La cultura, si es que existe en singular, no se resume a sus productos culturales. La implicación capitalista del concepto de cultura, que se presta a acaparar el término en base a sus mercancías, es precisamente la que lo rebaja.

Y la cultura es, posiblemente, lo más valioso que tenemos.

Es óbvio, pues, que barajamos conceptos distintos. Las culturas están en constante movimiento y, guste o no, es todo aquello que hacemos, cómo lo hacemos y creamos agenciamiento.

Las culturas son procesos relacionales, aglomerados de maneras de ser y proceder: es política, ciencia, arte, filosofía, religión, historia, agricultura, es la televisión, la gastronomía, es nuestra manera de producir medios, imágenes, herramientas, nuestra manera de enseñar, de hablar, de negociar, desconfiar y, claramente, también nuestra manera de querer. Las culturas son poderosas impulsoras de afectividad.

Es óbvio que el «Apagón Cultural» es discutible. Nos supondría suscribir a un concepto de cultura que no se sostiene.

Sin embargo, las reivindicaciones y las ínfulas son, desde luego, comprensibles. En términos de trabajo y productos, el sector cultural no es diferente a los demás, y menos si se ve a sí mismo como mercancía.

Un país que no valora la diversidad de su sector cultural está condenado a ser «colonizado» por los que sí lo hacen, a pagar por estos derechos y sucumbir a dudosas ideologías. Al igual que la ciencia y sus patentes. Si se adopta la cultura de aniquilar la investigación, lo que no se produce aquí se consumirá de otros lugares. Y probablemente de la manera cómo se consume en otros lugares.

El sector cultural es clave en cualquier economía. Pero esta noción es mucho más amplia, y mejor que lo sea.

Olvidar la dimensión del concepto de cultura y tomarlo como representante de una industria concreta, al contrario de lo que se pretende, significa devaluarlo. Significa, por ejemplo, quitarle responsabilidad a otras maneras muy culturales de proceder de nuestros políticos.

Llamarle «cultura» a los libros, el cine, las obras de teatro y el arte, es una media verdad. Implica afirmar que «la cultura» solo es producida por algunos, cuando todos somos, de manera inherente, responsables por producirla, reproducirla, modificarla y mantenerla.

Por eso un «apagón cultural» es técnicamente imposible.

Aún en cuarentena el intercambio es imparable. Al fin y al cabo, exceptuando los casos de países con severa censura, podemos vernos globalmente por Internet. Podemos, incluso, ver los memes de campaña del #ApagónCultural que han circulado todo el día.

¿Acaso dejaremos esa cultura de lado?

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