Contra el olvido

Begoña R. Orbezua Por Begoña R. Orbezua
7 Min lectura
Las memorias de Concha Méndez son la reivindicación de una vida y una obra excepcionales apenas reconocidas

Qué increíble vida la de Concha Méndez (1898-1986) y qué injustamente ha sido olvidada. Rescatadas estas memorias por la editorial Renacimiento en 2018, en pleno boom del sinsombrerismo, Concha Méndez: Memorias habladas, memorias armadas fueron en realidad publicadas por primera vez en 1990 por Paloma Ulacia Altolaguirre, la nieta de la poeta e impresora.

Según dice Ulacia en el prólogo, «una de las características del exiliado es, sin duda, el sentir que su identidad se ha perdido, razón por la cual sus recuerdos se le vuelven doblemente importantes. Puesto que ya ha perdido el contexto en el que antes se había desarrollado, la necesidad de recordar rebasa los límites de una simple nostalgia para convertirse en la columna vertebral de su identidad». Y éste debió ser el caso de Méndez, exiliada a los cuarenta y cinco años en México, y a quien le dolía especialmente el delicioso relato de sus recuerdos.

 

Le «impresionaba ver su deseo de ser escuchada, de decir, sin decirlo, una y otra vez, que aunque nadie la creyera tenía una experiencia vital y poética transcendente, al igual que Luis Cernuda, o Federico García Lorca, o Manuel Altolaguirre».

 

Ese dolor, esa obsesión, fue percibido y compartido por su nieta. Le «impresionaba ver su deseo de ser escuchada, de decir, sin decirlo, una y otra vez, que aunque nadie la creyera tenía una experiencia vital y poética transcendente, al igual que Luis Cernuda, o Federico García Lorca, o Manuel Altolaguirre«. Así, Paloma Ulacia, decidida a dar voz a su fascinante abuela, la entrevistó durante varios sábados, obteniendo veintitrés horas de grabaciones.

En estas conversaciones la poeta, acompañada de unas copitas de jerez, iba ejercitando su memoria, desgranando su pasado, los labios pintados y el pelo cortado como en los años treinta, desde la atalaya de los 80 ya cumplidos. Por supuesto, hay un trabajo de edición por parte de Ulacia, estas memorias no son un mero volcar el contenido de dichas grabaciones, hay un seleccionar y reconstruir los hechos más importantes, es decir, los que más había desarrollado la poeta.

En todo momento se ve la minuciosidad con la que fueron transcritas esas conversaciones, respetando la curiosa forma de hablar de Concha Méndez, y la preocupación por «respetar la verdad que ella quiso darle a su vida», a tal punto que fueron revisadas y corregidas por la propia poeta.

Concha Méndez nació en Madrid en 1898 y es, sobre todo, conocida por ser una niña más o menos bien, que mantuvo un noviazgo con Luis Buñuel durante los veranos de niña bien en San Sebastián, tuvo amistad con Alberti, Lorca, Cernuda y Dalí, y fue la esposa del poeta Manuel Altolaguirre.

 

 

Formó parte de la vanguardia artística de los años veinte, después se integró en el grupo del 27 por derecho propio, fundó y colaboró en revistas, viajó, escribió.

 

 

Fue relegada a mera sombra de los hombres de la Generación del 27 y de su propio marido, pero lo cierto es que esta mujer tenía una energía física y creativa desbordante, tuvo una vida alucinante y merece ser recordada por sí misma. Formó parte de la vanguardia artística de los años veinte, después se integró en el grupo del 27 por derecho propio, fundó y colaboró en revistas, viajó, escribió.

Fue una mujer absolutamente emancipada y valiente, transgresora; además, demostró tener un gran corazón acogiendo en su casa en México a un montón de exiliados, su gran amigo, Luis Cernuda, que vivió en su casa durante once años, o María Zambrano, quien escribe la presentación de estas memorias y comienza diciendo, para que quede cristalino y nadie dude: «Concha Méndez era un nombre de los que llenan el momento que se está viviendo, de los que se conocen antes de haber visto, antes de que, con su pareja extraordinaria, Manuel Altolaguirre, […] subiera las escaleras de aquel templo».

Con inmenso afecto recuerda Méndez a los amigos, tan esenciales en su vida, como lo fueron los poetas del 27. En especial, Alberti, que tanto la animó a emprender una carrera literaria, Maruja Mallo, su querida y loca amiga, con la que paseaba del brazo por Madrid, escandalizando a la gente, riendo y sin sombrero, tan fabulosas y provocadoras las dos. Aparecen, cómo no, las otras cofundadoras del Lyceum Club Femenino y muchos otros nombres conocidos.

 

 

Estas memorias son la única forma que tuvo Concha Méndez de dejar constancia de que siempre fue una mujer libre, una poeta y editora, que no fue sólo la esposa de, la amiga de, la novia de.

 

 

Estas memorias son habladas por razones obvias. Y por lo mismo lo son armadas. Son la reivindicación de una vida y una obra excepcionales apenas reconocidas, la voz vibrante y enérgica de una mujer luchadora que exige su lugar en el canon, un lugar que sin duda merece y que parece que empieza a recuperar en los últimos años.

Estas memorias son la única forma que tuvo Concha Méndez de dejar constancia de que siempre fue una mujer libre, una poeta y editora, que no fue sólo la esposa de, la amiga de, la novia de, aunque no se lo quisiera reconocer la misoginia de sus contemporáneos, quienes la marginaron aún más tras su separación de Manolito en 1944.

Qué pena tan grande que la poeta llegara a creer que si Gerardo Diego no la había incluido en su Antología, no podría ser tomada en serio en el mundo literario, y qué buen momento este o cualquier otro para rescatar la figura de la genial Concha Méndez.

 

Paloma Ulacia Altolaguirre, Concha Méndez: Memorias habladas, memorias armadas, Editorial Renacimiento, 2018. 208 páginas. 17,90 €

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Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Deusto y licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Granada. Es profesora de Literatura, dinamiza clubes de lectura y talleres de escritura.