‘A media voz’ es una película documental creada a partir de la correspondencia audiovisual entre dos cineastas cubanas
“Es solo empujar simultáneamente las dos piernas, dar una gran brazada y alejarte lo suficiente del pasado para que no pese”. Se ve en la película documental A media voz (2019), de las cubanas Heidi Hassan y Patricia Pérez. Y digo se ve y no se escucha porque todo se ve en esa película que es poesía en movimiento. Incluso lo que no está ahí. Aquello de ellas que hay en mí –en ti– y que necesita empujar la pared de la piscina y, con una gran brazada, llegar hasta el mar.
Pienso en esto mientras miro el océano por mi ventana, mucho más al sur, hoy tan verde y enérgico. Pienso en cómo uno puede apoyar los pies en el borde y alejarse de muchas maneras diferentes, componiendo una película, una canción, un libro. Pienso en cómo el acto de crear se parece a nadar. Se nada en piscina, en lago, en mar abierto o en la pileta de lavar la ropa del fondo, con una malla de patitos y curitas en las piernas. O en una piscina municipal, en Cuba, donde una niña de siete años se lanza para salvar a otra de la misma edad que todavía no sabe nadar, como Patricia y Heidi cuando se conocieron.
Pienso en cómo se nada, se crea, sobre todo, cuando la intención es otra, ajena a la creación misma, más relacionada con vivir, con sobrevivir, que con crear. Me acuerdo de Alejandro Zambra, el certero escritor chileno, que en un festival en Medellín dijo que escribía “porque sí” hasta que se planteó “quiero ser escritor” y su escritura se afectó tanto que demoró años en volver a encontrar su voz. Sí, quizás se crea más sobreviviendo que creando. Y se sobrevive a una variedad infinita de cosas.
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Negro. Un auto de los años cincuenta recorre una calle de La Habana flanqueada por palmeras; un CD cuelga del retrovisor. Las dos van sentadas sobre el capó, veinticuatro años. Patricia sostiene a Heidi que lleva una gran cámara y va filmando el movimiento, en travelling. La sostiene con los brazos y también con una pierna que atraviesa por encima de las de ella. La sostiene para que no se caiga en el abismo de lo cotidiano. Fundido a negro.
En ese instante, en ese espacio compartido en el capó de un auto, Patricia sabe algo que Heidi no. Sabe que se va a ir. Y se va. Se va de Cuba y deja esa película que filmaban juntas sin terminar. Una película sobre una mujer que se niega a salir de su casa. Y Patricia hace lo que el personaje de la historia no puede: sale de plano, de escena.
Patricia se va porque pensar en el futuro la hace sentir asfixia, la nariz bajo la arena. Se va por falta de esperanza. O se va justo porque tiene esperanza.
Heidi se queda porque piensa que quedarse es el único modo de combatir la asfixia, de reducirla hasta que no sea más grande que el canto de un grillo. Se queda porque tiene esperanza. O quizás justamente porque ya no la siente.
La esperanza que salva y condena, al mismo tiempo, en un mismo acto, en una mujer que se niega a salir de su casa.
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Sí, se crea más sobreviviendo que creando. Heidi y Patricia empezaron, a los treinta y nueve años –la primera, ahora en Suiza; la segunda, en España–, a enviarse cartas y correspondencia audiovisual de sus vidas cotidianas para sobrevivir a los quince años que estuvieron separadas, ese gran río sin orillas. Para contarse esa historia que no se contaron por todo ese tiempo, mientras una sobrevivía a lo conocido que aplasta y la otra a lo nuevo que aplasta. Mientras se alejaban una de la otra y, así, se despoblaban. Mientras intentaban reconstruirse porque ya no había espejos que las habitaran.
Las cartas también son brazadas. Con ellas pudieron volver a salir a flote y verse otra vez las caras por encima de la superficie. Y así, a partir de las filmaciones epistolares intercambiadas, pero sobre todo, de esa necesidad de secar el océano que las separó, crearon A media voz. Con más voluntad de acercarse, de sobrevivirse, que de crear.
Crearon “porque sí”, que en ellas parece ser “porque no puedo no hacerlo”; “porque sin esto desaparezco”; “porque si no lo hago ya no me encontraré nunca más”. Porque dejar de hacerlo implica perder pie y hundirme en un lugar en el que ya no queda nada de mí. Ese es el “porque sí” que se siente en cada escena de “A media voz” y la convierte en grito susurrado, en alarido interior.
Uno la ve y siente todo eso en silencio, en el silencio sostenido de una respiración queda.
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Negro. Paisajes que pasan a toda velocidad por la ventanilla del automóvil. Túneles que cortan montañas, autopistas en la nieve, una catedral, ramas secas de árboles secos, un lago, casas a dos aguas hundidas en el blanco, la niebla metida en un bosque. Y voces que suenan de la radio en neerlandés, en alemán, en francés, hasta que aparece una voz en cubano, desde dentro del auto, desde el lugar del conductor. Una voz familiar de alguien que lleva a Patricia a España, su nuevo hogar, desde Ámsterdam, el día en que decidió no volver a Cuba. Entonces un grito. Un alarido en vibrato, prolongado, que surge cuando aparece el cartel “Bienvenidos a España” en una curva, asomado entre la nieve vertical de una montaña. Y una mano sale por la ventanilla. Se mueve abierta, despacio, a un lado y otro, los dedos se balancean, leves, sobre un fondo de cielo y copas de árbol que se mueve.
Entonces, los pies de Patricia que pisan la nieve. La punta de un palo escribe sobre ese blanco una palabra: “Heidi”. Fundido a negro.
Así empiezan los quince años de separación.
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O quizás lo que buscan con la correspondencia audiovisual que dio origen a la película es seguir estando en el álbum de recuerdos de la otra. Que cuando estén en una reunión de gente nueva, de esos amigos sin raíces del exilio, de la emigración, puedan sacar de la baulera un recuerdo que no viene a colación y decir “el otro día hablando con ella…”, sin que haga falta explicar quién es ella, porque sigue estando. O, en una reunión de gente de toda la vida, mostrar una foto recién sacada y decir “se la ve muy bien o muy concentrada o muy pensativa estos días”.
Quizás lo que buscan es que la otra siga estando en una oración que contenga el adverbio “ahora”. Que no desaparezca, que no haya que editar la frase o mutilarla.
Y quizás no es más que eso lo que buscamos todos cuando arreamos los recuerdos con nosotros a medida que andamos. Que no se nos desperdiguen, que no se queden como cabras comiendo del olivo, distraídas, y se olviden de seguirnos. Que no se disgreguen de nuestra vida. Y desmoronen así nuestra identidad.
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Negro. Una cámara va recorriendo, borrosa, espacios y texturas indeterminados. Rayas que son luces en movimiento. Hasta que todo se estabiliza y se detiene en el Pont du Mont-Blanc de Ginebra y en el río Ródano. Una voz: “Busco una imagen”. Es la voz de Heidi. “Busco una imagen que te hable de mí”. Y otra vez la cámara desenfocada, barridos circulares y primerísimos primeros planos de fondos imprecisables. Hasta que aparece el agua y salva. Salva de lo indescifrable, de lo indeterminado, del caos. Una zambullida y el fondo del mar que devuelve. Fundido a negro.
Busco una imagen. Así empieza A media voz, con una frase que según las realizadoras es el corazón de la película. Tal vez porque así es como empieza también cualquier aventura en la vida. Cualquier vivir. Buscando una imagen. ¿O acaso no es lo que buscamos en el fondo incluso cuando no buscamos nada?
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En esa correspondencia audiovisual se va entretejiendo la historia de la película. Porque claro que hay una historia. Siempre hay una historia, porque no tener historias es no tener cartografías ni cosmografías, ser uno perdido en un universo negro e infinito. Y ésta es una historia de búsqueda del lugar que se habita. En la geografía, sí. Pero sobre todo en uno mismo.
Lo que queda de A media voz, sin embargo, incluso más que la historia… Lo que te perfora y no sale nunca más del otro lado, es una atmósfera, un estado. Un clima en el que flota solo lo esencial: lo que desgarra, lo que desgaja, y lo que salva.
Aunque se hable de búsquedas de trabajo, de reuniones sociales y de mercadillos ambulantes. Porque todo habla de latido en la película: la música en un equipo de audio, un baile de a dos en un living diminuto, tostones en un sartén, un gato blanco esperando en una puerta a que lo dejen salir.
En esta película, la historia es solo la excusa para todo lo demás: para la esencia, para la atmósfera, para el estado. Como en la vida. ¿O acaso nuestra historia, toda nuestra vida, no es una excusa para, simplemente, crear un clima, y morir en paz?
A media voz (2019)
Premio al Mejor Documental en el IDFA 2019 (International Documentary Film Amsterdam).
Premio Coral al Mejor Largomentraje Documental en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, La Habana, 2019.
Los premios se detuvieron porque las presentaciones se suspendieron por la pandemia. Ahora vuelve a presentarse y está prevista la proyección en distintos festivales en España en este otoño. El 23 de agosto se presentó en el 23º Festival de Málaga y sus realizadoras obtuvieron la Biznaga de Plata a la mejor dirección.
Próximas presentaciones: Festival Biarritz Amérique Latine (28 de setiembre al 4 de octubre); Athens International Film Festival (23 de setiembre al 4 de octubre); Majordocs en Mallorca (29 de setiembre al 3 de octubre). También tendrá su première en Galicia en el Festival Play-Doc (23 al 29 de setiembre) y en el Festival de Cine Internacional de Ourense (25 de setiembre al 3 de octubre).
Está previsto el estreno en diciembre en España y próximamente también en Cuba.
Título original: A media voz. Dirección y Guión: Heidi Hassan y Patricia Pérez Fernández. Duración: 80 min. Países: Cuba, España, Francia y Suiza, 2019. Distribución: Habanero Film Sales.