La artista nos habla de su carrera y de su imaginario
Durante muchos siglos el arte estuvo del lado del poder, sin embargo, artistas como Paula Rubio Infante (Madrid, 1977) toman el relevo para criticar ese mismo poder a través de su trabajo.
Su obra se caracteriza por la afilada crítica a lo dominante, de manera que muchas de sus piezas pueden incomodar al espectador. Las posiciones de poder son un enemigo a batir a través de sus esclarecedoras obras que, en distintos formatos, narran las atrocidades que, por desgracia, conforman nuestra identidad.
Paula Rubio Infante crea un arte combativo donde todo está hilado como si fuese especie de manifiesto contra aquello que produce violencia o que pretende mantenerse en una posición de privilegio.
El discurso de esta artista de Carabanchel rompe con todo lo establecido y crea un halo de esperanza tras una revisión histórica a la que jamás debemos de dar la espalda.
Licenciada en Bellas Artes por la Universidad Complutense, la artista ha sido galardonada con el Ojo Crítico de RNE en 2015 y VIII Premio Arco al Joven Artista en 2011. Actualmente trabaja entre Madrid y Asturias.
Sus obras de carácter multidisciplinar, desde los dibujos a la fotografía y las instalaciones, tienen uno de los discursos más potentes del arte contemporáneo español, con un fuerte apelo social y político, enfocado en los relatos marginales. ‘Esto es un agujero’, una de sus obras más recientes que aborda el tema de la privación de libertad y la estética de lo violento, acaba de ser adquirida por la Comunidad de Madrid/CA2M.
P. En muchos de tus trabajos te sumerges en aquello que engendra la clase dominante y ante lo que muchos tuercen la mirada. ¿Qué te lleva a ti a fijar tu mirada en «lo sucio»?
R. Fijo mi atención en memorias que operan en los márgenes de los relatos oficiales y que además contienen altas dosis de violencia. Asumiendo la dicotomía éxito-fracaso, las historias de este último no suelen interesar, o porque no nos gusta sentirnos representadas en ellas o porque carecemos de empatía y sentido de la justicia.
P. ¿Cómo surge la estética de lo violento?
R. Hay una estética, unos modos de operar y construir, de crear formas que han acompañado a procesos de violencia, física y psicológica a lo largo de la historia. Lo vemos por ejemplo en objetos, útiles y construcciones que con el mismo diseño han servido y sirven para violentar tanto a seres humanos como a animales. Podemos encontrar objetos exactamente iguales en los campos de concentración y exterminio nazis y en las cárceles españolas del tardo franquismo. El uso del color también es similar en diferentes momentos de la historia y distintos lugares para conseguir el objetivo de disciplinar los cuerpos. Habría muchos más ejemplos. Entonces sí, en lo relativo a los objetos y construcciones necesarias para el ejercicio violento del poder, hay una estética determinada. Se comparte estética porque hay una función común, una utilidad, los objetivos a alcanzar son los mismos, por eso aparecen formas y colores parecidos. Yo solo la retuerzo.
P. Muchas de tus piezas incomodan, ¿crees que es necesario acabar ya con la dictadura de lo «cuqui»?
R. En términos generales, lo cuqui, supongo que heredero de lo kitsch, por mi identidad cultural, no me representa. Pero como todo, puede tener un espacio interesante de análisis. En los trabajos Rien los dioses (2014) y Castillo negro (2014/2019) el punto de partida fue un material artístico que podríamos decir que es cuqui, al menos naif e infantil, los dibujos originales de el Arropiero, que me sirvió, entre otras cosas, precisamente para cuestionar esa lectura inmediata que hacemos como espectadores. Cuando vemos algo cuqui interpretamos automáticamente que se trata de algo amable y agradable, positivo, infantil, inofensivo. En estos proyectos lo que hago es, entre otras cosas, cuestionar esa línea de interpretación y sacar a la luz el lado inquietante de esa estética, en el caso concreto del que hablo. Esos dibujos de paisajes bonitos, bellos e infantiles contenían referencias a una realidad muy violenta. Pero bueno, esto sería como un «cuquismo» outsider. En el arte contemporáneo, si es a lo que te refieres, más bien yo lo que percibo es una sumisión general que reproducir una y otra vez lo que se supone que va a gustar, lo que se lleva, que puede ser cuqui o puede ser brutalista o puede ser «arte de archivo», es lo de menos, como si así se fuese a vender más. Además, se prefiere proyectar una imagen positiva de una misma, presencialmente y través de las obras, buscando la aprobación del medio y evitando juicios a la persona, que los hay. Supongo que es, entre otras cosas, por un lado, por la internacionalización de nuestras vidas en general, de nuestra experiencia, de nuestra cultura visual y de nuestros lenguajes plásticos en particular, también debe de ser por desesperación, y en algunos casos por falta de ética. Es una profesión dificilísima, imposible.
P. Utilizas muchas técnicas diferentes para narrar los asuntos que te preocupan, ¿con cuál te encuentras más cómoda?
R. Necesito todas, por eso las práctico. Fácil no es ninguna. O sí, depende de con qué las comparemos. Dibujar es cómodo, en un sentido físico, comparado con la albañilería, por ejemplo. Me gusta alternar técnicas y medios porque me sirven de descanso, son pausas entre unas y otras, y eso creo que me ayuda a estar en mejores condiciones físicas y mentales. Y además creo que es importante no dominar a la perfección ninguna técnica porque de ese exceso de destreza suelen resultar obras de arte repelentes. Me parece importante cometer errores y no saber exactamente lo que te vas a encontrar en el camino. Es como un método, que tampoco sé si funciona del todo, para tratar de huir de los peligros de una narración «de oficio», pulida, perfecta, pulcra, detallada, limpia, unívoca, literal, lineal, indubitable.
P. ¿Hay alguna búsqueda emocional o simbólica en los colores, materiales y texturas que trabajas?
R. Cada cosa que pongo y cada cosa que no pongo es por algo, tiene un sentido no solo formal, obviamente, si no también de significado, simbólico y de posibilidades interpretativas. Entiendo los objetos y con ellos los materiales de los que se componen como restos, pruebas y testigos del suceso pasado. Entonces esas formas y esos materiales contienen para mí parte de lo que pasó, la memoria de las protagonistas. No trabajo con el objeto original, lo que hago son copias que muchas veces serializo para hacer hincapié en la idea de colectividad. Los objetos y los materiales se convierten en una extensión de lo que pasó y de quién lo vivió. La cal y la tierra hablan de las fosas comunes de la dictadura franquista. La pana de las víctimas. Los dientes de la enfermedad mental. La sangre del trauma. La ceniza, de la muerte, del cuerpo sin vida. El alicatado blanco, de la institución. A veces también someto a estos materiales a procesos de violencia, los vuelvo a disciplinar, reviviendo en ellos, simbólicamente, el hecho pasado. Los quemo, por ejemplo.
P. ¿En qué medida crees que han ayudado las redes sociales a dar a conocer tu trabajo?
R. A mí me sirven para estar al tanto de la actualidad. Supongo que a la inversa también funciona. No es algo sobre lo que piense mucho.
P. ¿Qué es para ti la belleza y dónde crees que reside?
R. Pues quizás en casi cualquier lado puede encontrarse algo de belleza. Puede que lo importante no sea dónde reside o donde la encontramos cada una, si no cada cuánto tiempo se percibe, la cadencia.
P. ¿Sigues alguna rutina para trabajar?
R. Prefiero trabajar por la mañana. Me suelo levantar a las seis. Si puedo, donde esté trabajando, pongo series de misterio y policíacas de fondo. No les presto mucha atención, creo que sobretodo me gustan los doblajes, son monótonos, como un mantra, pero con trama. Hace un año solicitamos al concejo vecinal poder utilizar parte de las antiguas escuelas del pueblo y nos lo concedieron por unanimidad. Ahora ese es mi estudio. Como vivimos entre Madrid y Asturias, mantengo también un almacén en Madrid. Todo un poco lío, pero me he acostumbrado. Soy más resolutiva y el contexto no me influye tanto como antes.
P. ¿A quiénes señalarías como tus principales referentes?
R. Boltanski, Beuys, Bourgeois, Gutiérrez Solana, Goya, Velázquez, Kounellis…
P. ¿Cómo ves el panorama artístico de tu generación?
R. Lo veo precarizado y previsible, me aburre un poco la verdad, pero sé que también es un problema mío, no me considero buena espectadora de arte contemporáneo.
P. ¿Recuerdas qué exposición, de todas las que has visitado, te ha impactado más?
R. Es difícil elegir. Tengo recuerdos de obras que me impactaron mucho, como algunas de Cocido y Crudo en el MNCARS (1994). De una exposición que se hizo en el Palacio de las Alhajas de Madrid, un autorretrato de Van Gogh. Velázquez y Rivera en el Museo del Prado. A Klee y Morandi en El Thyssen. La expo de los Kabakov en el Palacio de Cristal (1998). Recientemente Kentridge en el MNCARS y Bourgeois en el Guggenheim.
P. Si sólo pudieses comprar una obra de un artista coetáneo, ¿de quién sería?
R. Una obra antigua de Susana Solano. Si te refieres a alguien de mi generación, Patricia Esquivias.
P. ¿Cuál crees que es la mejor estrategia para combatir el machismo en el mundo del arte?
R. Todas las estrategias serían necesarias, el problema es grave. Visibilizar las discriminaciones, la denuncia. Contraprogramar. Ayudarse.
P. ¿En qué medida ha afectado la covid-19 a tu trabajo?
R. Ha habido y habrá los próximos meses menos oportunidades de visibilidad, difusión y comercialización, eso repercute en la ya de por sí precaria situación económica de la mayoría de las artistas, yo incluida. Pero al mismo tiempo, por sacar algo positivo, es un tiempo de ralentización, un paréntesis que puede servir para repensar cosas, profundizar, recuperar proyectos, producir obra pausadamente y sin atropellos.
P. ¿Cómo valoras tu relación con el mercado artístico?
R. Buena, pero sin duda mejorable.
P. ¿En qué estás trabajando ahora?
R. Ahora estoy trabajando en una serie de piezas donde analizo el uso del color en las instituciones totales de reclusión, vigilancia y castigo. Estoy revisando mi archivo fotográfico desde este nuevo punto de vista y generando una serie de esculturas donde se evidencia la utilización, más o menos metódica y oficial, de determinados colores para camuflar la violencia de estas instituciones, especialmente en el período del tardo franquismo y la transición española, aunque estoy encontrando similitudes en otras zonas geográficas y periodos cronológicos. Por ejemplo, es común e incluso extensiva la aplicación de colores pastel para hacer “lavados de cara” de ciertos espacios y mobiliario, especialmente durante los años 80 y 90. Sin cuestionar las estructuras, se procedió a aplicar nuevas pátinas de colores agradables a las superficies. Estoy proyectando las piezas con cartón yeso y técnicas de trasdosado con pladur, que es un material que no había utilizado antes en gran formato. La obra que inaugura este interés por el uso color es Esto es un agujero (2020) que acaba de ser adquirida por la Comunidad de Madrid/CA2M. En ella reproduzco una puerta «cangrejo» o «cangreja» de hierro y color rosa pastel de la Modelo de Barcelona. Era una doble puerta de seguridad de acceso a algunas celdas. Con estructura enrejada y convexa, permitía la vigilancia total y permanente del preso en la celda.
P. El mundo sin arte sería …
R. El planeta no nos necesita, el comportamiento de nuestra especie es una condena. El arte, como cualquier otra actividad humana, es prescindible. Lo que pasa es que mientras estemos aquí entretiene, es placentero, da qué pensar, enriquece, forma, problematiza y desenvilece.
Puedes ver más obras de Paula Rubio Infante en su página web y en su perfil de Instagram.