La última entrega de Joanna Walsh en castellano es una colección de relatos irónicos y poco convencionales sobre la incomunicación
Por segunda vez, la editorial Periférica apuesta por la autora británica Joanna Walsh, nacida en 1970, y que, además de escritora e ilustradora, es conocida en las redes por ser la creadora en Twitter del @read_women.
En 2018 se publicó en España Vértigo, el primer libro de relatos de Walsh traducido a nuestro idioma, que deslumbró dejando claro que no hay forma de etiquetarla, que es una escritora absolutamente original y que no existe molde que Joanna Walsh no vaya a romper.
Vértigo es una sorprendente colección de relatos vertebrados por el protagonismo femenino, mujeres en sus diferentes roles de madres e hijas, esposas y amantes, alrededor de cuyos miedos y ansiedades, que emergen de la vida cotidiana, giran las historias. Ya en estas narraciones reconocemos la marca de la casa Walsh, un estilo breve y cargado de dobles sentidos, contundente y poco o nada convencional.
Joanna Walsh, quien colabora con medios como Granta, The London Review of Books, The Guardian y New Statesman, es también autora de otras obras: Fractals (2013), Grow a Pair y Hotel (ambos de 2015), y Worlds from the Word’s End (2017).
Ésta última, Worlds from the Word’s End, la publica ahora Periférica en la magnífica y realmente difícil traducción de Vanesa García Cazorla, con el título Mundos del fin de la palabra.
Estamos de nuevo ante un libro de relatos, como lo son todos salvo Hotel, que es su única novela. Joanna Walsh parece gustar de forma particular del relato frente a la novela
Estamos de nuevo ante un libro de relatos, como lo son todos salvo Hotel, que es su única novela. Joanna Walsh parece gustar de forma particular del relato frente a la novela. Ya en alguna entrevista ha comentado sentirse incómoda con la etiqueta «novelista» y ha confesado incluso que la estructura clásica de la novela no le interesa demasiado. Se mueve cómoda, no obstante, creando sus originales relatos que tampoco se circunscriben dentro de límites ni convenciones. La escritura de Joanna Walsh es singular y propia, desafía y juega con el lector a través de la ambigüedad del lenguaje y la ruptura del discurso narrativo habitual.
Así, y a pesar de la gran perdida que obligatoriamente ha de suponer la traducción en este caso (que hace necesario incluir unas seis páginas de Notas de la Traductora al final del libro, y probablemente habríamos agradecido otras cien más), la brillante y seductora prosa de Walsh exige al lector un gran esfuerzo para rellenar elipsis, imaginar dobles sentidos, tender puentes y establecer las necesarias relaciones entre los diferentes planos narrativos.
De forma deliberada, Joanna Walsh usa el humor y la ironía, la inteligencia y su gran destreza para incomodar al lector y tratar el tema que une todos los relatos de Mundos del fin de la palabra: la comunicación, o, mejor dicho, la falta de ella, la imposibilidad de establecer un contacto integral con los demás, con aquellos que nos rodean. El título del volumen, de apenas 130 páginas, está tomado de uno de los relatos del mismo, el más extenso de ellos, de hecho.
En él, la voz narradora, una primera persona femenina, rasgo común al resto de relatos del libro, se dirige a su expareja a través de una bella carta escrita desde un mundo en el que las palabras han desaparecido. La gente dejó de ser concreta a la hora de expresarse (“diría que lo primero en desvanecerse fueron los nombres. En el habla cotidiana, el colmado se convirtió en «la tienda de ahí»; tu casa, en «el edificio a una manzana de la esquina, a dos de aquí»”), se empezaron a relajar con la gramática (“Al no ser una nación, literaria las metáforas se nos habían escapado, y nuestros frecuentes errores gramaticales eran una cosa menos que perder”), y finalmente las palabras desaparecieron para dejar paso a la comunicación a través de meras interjecciones y gestos.
En la carta, que se abre con un imperioso «Tenemos que hablar», la narradora hace un repaso lingüístico-emocional de su relación mientras asistimos, lectores, al comienzo del fin de la palabra.
La brillante y seductora prosa de Walsh exige al lector un gran esfuerzo para rellenar elipsis, imaginar dobles sentidos, tender puentes y establecer las necesarias relaciones entre los diferentes planos narrativos
En «Viajar ligera de equipaje» explica detalladamente a alguien cómo ha llevado a cabo el envío de una carga exorbitantemente voluminosa, tanto que se ve forzada a encargarse ella misma de transportarla de Londres a Atenas. Por el camino, la carga irá menguando y generando diferentes interpretaciones.
«Hábitos de lectura» y «Seres lectores» son dos relatos directamente relacionados, como sus títulos indican, con la lectura. Divertidos, sarcásticos, el primero es un listado de personajes, nombrados por sus siglas, y de sus costumbres lectoras, estableciendo conexiones y comparaciones entre ellos (“S. es inteligente y culto, pero un mal lector. S.L. es un buen lector, pero inculto. g. es más culto, pero un mal lector, y tampoco es tan inteligente”). El segundo, «Seres lectores», se aleja del yo narrativo para usar una segunda persona del singular (“En tiempos tú también pensaste que la acumulación era un logro. Pero tus anaqueles no tienen estabilidad…”).
Otros de los relatos, contenidos en este volumen de la colección Largo recorrido de Periférica, nos hablan de mujeres que salen a las calles atestadas de tráfico para vender mercancías imposibles; de penélopes capaces de esperar durante meses en una estación de tren extranjera a que su cita aparezca. Secretarias que se envidian y odian en silencio durante sus jornadas laborales. Azul, vacaciones, perros maletas, hoteles baratos y hoteles caros.
De todas estas cosas y muchas otras, todas muy locas y muy genialmente escritas, nos habla Joanna Walsh en Mundos del fin de la palabra, una gozada de libro, no apto para todos los públicos, que nos hace desear que se traduzca lo escrito hasta la fecha por la autora británica y que no se le acaben jamás las palabras.
Joanna Walsh, Mundos del fin de la palabra, Periférica, 2020. 136 páginas. 14, 72€