La escritora nos habla de ‘La muela’, su última novela publicada por Arista Martínez
Últimamente se estilan mucho los cursos y talleres para aprender a escribir, pero no se puede hacer literatura sin haber tenido vivencias. La realidad siempre ha sido la mejor ficción y Rosario Villajos (Córdoba, 1978) sabe muy bien como plasmar las miserias y regalos que le ha dado su vida, transformándolos en obras gráficas y literarias con una potente mirada y perspectiva panorámica que acapara todo lo que la rodea y también a ella misma.
Licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Granada, completó sus estudios en la escuela Elisava de Barcelona con un Máster en Dirección y Diseño (UPF). Ha trabajado en la industria musical, cinematográfica, artística, cultural y hostelera.
Entre sus publicaciones se encuentran la novela gráfica ‘Face’ (Fanfare – Ponent Mon, 2017), seguida de las novelas ‘Ramona» (Mr. Griffin, 2019) y ‘La muela’ (Aristas Martínez, 2021).
Si en ‘Ramona’ habla de la vida familiar a través de los ojos de una niña, en ‘La muela’ cuenta las vicisitudes de una mujer en la vida adulta. En esta última novela, Villajos evoluciona su forma de narrar resaltando los matices en la psicología de la protagonista, y consiguiendo una historia llena de temas candentes en la sociedad actual como el feminismo, la presión del capitalismo, las relaciones de pareja, la soledad, etc.
En su último libro retrata la vida de Rebeca, una inmigrante en Londres con todas las complicaciones que conlleva vivir en un país que no es el tuyo, con un idioma que no hablas y rodeada de gente que, tal vez, no te gustaría conocer si siguieses en España.
Las creaciones de Rosario Villajos sobrepasan el mundo literario. En su obra visual, utiliza diferentes medios y materiales que van desde la pintura hasta restos corporales, como su pelo. En la serie ‘Fueron los pelos’, este material confiere a la obra un carácter efímero y escatológico.
Hablamos con ella sobre ‘La muela’, el contexto de la novela, su visión sobre la literatura y otras cuestiones plásticas.
P. En La muela describes un Londres que casi devora a los migrantes que van allí a trabajar. ¿Crees que España hace lo mismo con los que vienen aquí?
R. Supongo que, como en Londres, todo depende del conocimiento del idioma, de la edad, del color de tu piel, de la fortaleza mental que tengas y, sobre todo, del dinero que traigas encima. La educación, por ejemplo, no es tan relevante si no hablas bien el idioma, pero es mucho más fácil aprenderlo con veinte años que con cuarenta. Pero aparte de todo eso, creo que, más que España, diría Madrid, Barcelona, grandes ciudades como Londres, en las que el ritmo de vida puede machacarte si vienes de un lugar mucho más pequeño.
No sé si alguna vez te has metido en la web del Ministerio de Inclusión del Gobierno de España, pero tanto en este país como en el de Reino Unido los textos están en un solo idioma. Dan por hecho que la gente que se viene a vivir aquí, incluso aquella que huye de una guerra o están desesperados, van a conocer la lengua del país de acogida. Lo de acogida es un decir. Ojalá hubiera un lugar para orientar a las personas migrantes. Un sitio donde te orienten y te expliquen cosas que van más allá del lenguaje. Y puede que lo haya, pero si yo no he sido capaz de acceder a él, de saber que ese sitio existe, no quiero ni imaginarme cómo se lo montará una persona sin papeles, una persona que no maneje Internet, una persona que hable un idioma minoritario, una persona menor de edad. En mi caso, al cabo de cinco años de estar en Londres encontré —no recuerdo cómo— una asamblea de mujeres españolas: un grupo de chicas que hablaba de feminismo y qué aportó muchísimo a mi vida. Ojalá la protagonista de mi libro se hubiera topado con ellas.
P. Hay varias escenas de sexo en tu última novela, pero no te regocijas en sus descripciones. Lo conviertes en algo que se tiene que hacer y se hace. ¿Cuál es la razón?
R. En lugar de escenificar algo que en la vida real no duraría más de tres minutos, he preferido recrearme en contar lo que su protagonista considera que es la sexualidad, en cómo se forman sus propios deseos y, de esta manera hacer, más evidente sus propias carencias afectivas. Aun así, considero que el libro va bien cargadito de cosas que se relacionan con el sexo, lo que ocurre es que tienen una relación negativa: el porno que consumen sus protagonistas, las ETS, la falta de consentimiento, etc.
P. En muchas ocasiones de La muela haces anotaciones en cursiva sobre personas o escenas como si en realidad te las estuvieses dando a ti misma, ¿qué crees que aportan a la novela?
R. La novela está mayormente narrada en tercera persona, y con esas anotaciones quería distanciarme del narrador y de lo que está contando; interrumpirle, censurarle, refutar lo que dice, que a veces creo que es muy duro, y, como estas frases en cursiva suelen estar en primera persona, hacer pensar a quien está leyendo que son los protagonistas quienes narran la propia historia.
P. Las relaciones familiares tienen casi todo el peso narrativo en Ramona, pero en La muela también cobran bastante importancia. ¿La familia ata o libera?
R. Qué buena pregunta. Iba a decirte que si la familia es elegida no ata de ninguna manera, pero he conocido a gente que decidió hace un tiempo formar una familia en el extranjero y que ahora se siente amarrada porque no sabe si algún día podrá regresar a su país de origen. Personas que tienen niños o niñas que ya van a la escuela o sus parejas pertenecen a un país incluso más lejano y no sería justo elegir ninguno de los dos. Aparte, en este sentido de elegir una familia, solo eliges a tus parejas, porque tus descendientes no te van a salir tan buenas personas como tú quieras. Si lo piensas, creo que la familia —sea elegida o no—, ata y libera. Te sientes atada porque la quieres, te preocupas, te jode que no piensen como tú y a la vez no quieres que estén lejos. Pero también libera porque, si es una familia de verdad, sabes que siempre vas a poder contar con ella en los peores momentos, aunque sea para abrirte los ojos.
P. ¿Qué paralelismos hay entre Lorca y Villajos en La muela?
R. Paralelismos no sé; lo que sí hay es mucho amor hacia Yerma, que se cita varias veces en la novela. Lorca es un autor que me apasiona y Yerma, específicamente, es una obra que me obsesiona tanto como a la misma protagonista le obsesiona la maternidad. Parece que, cuando una mujer llega a una edad determinada, el tema de llegar a ser madre confluye en todas las conversaciones de una forma tan exagerada que hasta yo misma llegué a creer durante un tiempo que tener descendencia era lo «normal», lo que había que hacer. A mí se me pasó enseguida esa presión, pero, para muchas mujeres que he conocido, este sigue siendo un tema muy conflictivo porque ya tienen una edad, no encuentran la forma de hacerlo solas, o no quieren hacerlo solas, y acaba abarcando demasiado espacio en sus vidas y hasta convirtiéndose en un verdadero drama porque no tienen lo que tienen las demás a su alrededor, como ocurre en los dramas de las mujeres de las que hablaba Lorca.
En La muela estoy narrando la vida de antes del 8-M, de antes del #MeToo, de antes de 2017. Recuerdo que leí Yerma por primera vez en el instituto, en 1994. Entonces, no encontré tantas diferencias entre la vida de las mujeres de 1994 y las de 1934 (fecha en la que se estrenó Yerma). Volví a leer esta obra en 2013 y tampoco encontré muchas diferencias entre la vida de las mujeres de 2013 y las de 1994. Al menos no tantas como entre 2013 y 2018. Te pongo un ejemplo, hace poco pude ver Nevenka, que trata de un caso de acoso que apareció en los periódicos en 2001, y recordé con estupor (y avergonzada) mis propios prejuicios hacia la víctima en aquel entonces. Ahora, en 2021, no se me ocurriría dudar de ella. El mundo ha cambiado, está cambiando y yo con él, menos mal.
P. Ramona, Rebeca, Rosario… ¿es esa R indicativa del Reciclaje de la propia Realidad?
R. Reciclaje sí, pero no por los nombres. Te diré que todo lo que sucede en lo relacionado con la hostelería está sacado de la pura realidad. Ni siquiera me he molestado en cambiar los nombres de los personajes secundarios de clientes habituales o de compañeros de barra. En cuanto a los nombres de las protagonistas de mis libros, en el caso de Ramona, necesitaba un nombre que en los 80 sonara fatal para una niña, porque la protagonista odiaba llamarse así, «tener nombre de vieja». Y, en La muela, Rebeca se llama de esta forma por la película Rebecca, de Hitchcock (no he leído la novela de Daphne du Maurier en la que se basa). Me gustan los nombres con R, y me gusta mucho el mío, no lo puedo evitar. Pero ahora estoy escribiendo sobre un personaje cuyo nombre comienza por A, simplemente porque me venía mejor.
P. Empezaste en el mundo de la literatura con tu novela gráfica Face y, después, en tus dos siguientes novelas, también te has ocupado de los asuntos artísticos. ¿Dejarías que otro ilustrador se ocupase de esas labores en tus siguientes libros?
R. Lo de ilustrar la cubierta de La muela ha sido por petición de Aristas Martínez. Vieron algo que les gustaba mucho en mi Instagram y le di una vuelta a esa idea. La verdad es que me encantaría tener una ilustración en la cubierta de un libro mío de Aleksandra Waliszewska, por ejemplo. En cambio, para el interior, si hiciera otra novela gráfica o una novela que tuviera dibujos, sí que preferiría hacerlo todo yo, porque nadie mejor va a entender lo que hay en mi cabeza y, aunque hay ilustradores que son mucho mejores, que saben dibujar bien y eso, sé que no quedaría satisfecha con el resultado. Tal vez son prejuicios basados en mi corta experiencia como ilustradora para otras personas, porque casi nunca acababan satisfechas. Por eso me consuelo diciéndome que solo soy artista, porque soy incapaz de interpretar lo que me dice un cliente.
P. Además de escribir e ilustrar también tienes obra plástica, aunque no sé si llamarla «obra peluda» porque en tu serie Fueron los pelos realizas dibujos con los cabellos que se te caen en la ducha. ¿Cómo surgió esta idea?
R. No recuerdo como surgió la idea, porque era muy pequeña cuando empecé a hacer esto como mero juego en la bañera. Sí que me acuerdo de la primera vez que decidí poner una foto en Instagram de uno de esos dibujos, hará tres años o así. Pensé: «A la gente le va a dar mucho asco», y me pareció bien provocar repulsión y, a la vez, esperaba que alguien comprendiese la belleza que se esconde detrás de esos dibujos. Ese contraste entre la belleza de los cuerpos desnudos y los materiales usados para el fin, es decir, residuos corporales, pelo muerto, para mí tiene un sentido artístico.
P. ¿Por qué crees que cuesta tanto que la mirada femenina en la literatura se haga universal?
R. Si lo supiera, te juro que estaríamos tomándonos un mojito en lugar de hablar de esto. ¿Falta de referentes? Desde luego eso es algo que no podrán decir las próximas generaciones. Hace poco más de un lustro que leo a tantas mujeres como a hombres, y, en breve, espero poder leer a gente no-binaria con la misma asiduidad que al resto.
P. ¿Cuál crees que es la mejor estrategia para combatir en machismo tanto en el ámbito artístico como en el literario?
R. Ignorar a los machistas como ellos ignoraban a las primeras feministas. Ahora andan más reaccionarios que nunca, signo de que se están extinguiendo. Creo que hay que poner el foco en ganarnos a las mujeres y en sentirte halagada cuando te inviten a festivales de literatura de mujeres en lugar de cabrearte porque no te han invitado a los de la literatura universal. Porque las mujeres son las grandes consumidoras de cultura, ellas son las que se apuntan a los clubes de lectura, a los talleres literarios, a ver exposiciones. De vez en cuando también aparecen algunas mujeres machistas, que se creen privilegiadas porque han sido invitadas a sentarse en la mesa de los hombres, una de cada veinte, mujeres que acceden a jugar su juego, a decir y a escribir cosas que encantan a los machistas, esos mismos que dicen no serlo porque dejan a una mujer asistir a sus saraos. Y esa gente es la que me da más grima, porque creo que retrasa la evolución natural hacia la igualdad.
P. ¿En qué estás trabajando ahora?
R. Pues en dos historias. Cuando me atasco con una me voy a la otra. La que tengo más avanzada trata sobre la pérdida del tiempo y la memoria, y la otra, a la que acudo para mantener la escritura activa, es un diario adolescente, algo que yo nunca tuve.
Puedes ver más obras de Rosario Villajos en su página web y en su perfil de Instagram.