Tatiana Țîbuleac y la escritura del dolor

Begoña R. Orbezua Por Begoña R. Orbezua
6 Min lectura
La autora trabaja la voz de una una niña moldava huérfana durante los años duros del comunismo

En 2019 conocimos a Tatiana Țîbuleac en España. Su exitoso debut con El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, publicado por Impedimenta, no pasó desapercibido para casi ningún lector. La bella, lírica y brutal novela impactó de forma inesperada a la crítica y al público por igual. En ella, Țîbuleac abordaba temas como la infancia, la maternidad, el rechazo y el abandono o la muerte y el duelo.

La escritora moldava repite éxito, y la premiada El jardín de vidrio conmueve y deleita como ya lo hiciera su primera novela. Volviendo a los mismos temas, aunque añadiendo o haciendo más hincapié en otros, como la violencia hacia las mujeres y la relación entre lengua e identidad. Temas que, de una manera más sutil, ya estaban también en la obra anterior.

En su novela anterior El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, un pintor llamado Aleksy narraba el último verano que había pasado junto a su madre, enferma de cáncer terminal, a sus diecisiete años. Es una historia dura e intensa, protagonizada por personajes heridos, contada en primera persona y en capítulos muy cortos. Parece que Tatiana Țîbuleac se siente cómoda con la fórmula, voz narradora en primera persona, en confesión desgarradora de un pasado perturbador.

 

 

En El jardín de vidrio es una voz femenina, la de Lastochka, una niña moldava que vive en un orfanato durante los años más duros del comunismo

 

 

En El jardín de vidrio es una voz femenina, la de Lastochka, una niña moldava que vive en un orfanato durante los años más duros del comunismo. Al más puro estilo dickensiano, Lastochka es comprada por Tamara Pavlovna, quien la esclaviza durante una década recogiendo botellas por las calles.

Lastochka sobrevive en un mundo lleno de miseria y de violencia extrema. Más cruel incluso que la primera, y con muchos más personajes, esta segunda novela mantiene la prosa cuidada y poética, que tanto contrasta con el horror de lo narrado, el discurso fragmentado y sin orden cronológico, que el lector ha de ser capaz de componer por sí mismo, las elipsis, los capítulos cortos, pero muy intensos. Características propias, hasta ahora, de la escritura de Tatiana Țîbuleac.

Pero, en El jardín de vidrio, Țîbuleac va más allá en la cuestión temática y, si bien la maternidad sigue siendo tema fundamental y eje, nos sitúa ante la interesante triada “madre, lengua, identidad”.

Tamara Pavlovna prohíbe a Lastochka utilizar su lengua materna, el moldavo, y le obliga a aprender el ruso, con métodos afines a la idea de que la letra con sangre entra. Paradójicamente, Tamara Pavlovna, a pesar de cumplir con el arquetipo de la bruja, no se empeñará en esta cuestión idiomática por maldad, sino que lo hará empujada por el único objetivo de que su discípula logre un futuro mejor.

Así la historia de una niña huérfana de siete años se confunde con la de Moldavia, ocupada por la URSS hasta 1991, siguen niña y nación caminos paralelos, como huérfanas adoptadas por padres extranjeros y abandonadas otra vez a su suerte. Țîbuleac muestra magistralmente el caos lingüístico entre ruso, moldavo y rumano que vive la joven protagonista, inmersa en un infierno de lenguas, abecedarios, significantes y significados.

 

 

“¡Esa lengua! Había siempre una pelea entre los oídos y la lengua, pocas veces ganaba la lengua. Las palabras rusas me parecían más largas y significaban varias cosas a la vez. Una letra equivocada te arrojaba de un mundo a otro. Incluso los silencios tenían algo que decir. ¡Si la palabra es breve, hiende como en carne viva! Si es larga, no la pierdas, sigue su paso”, El jardín de vidrio, pág. 45.

 

 

Ese caos lingüístico, y los efectos que tienen en la construcción de la identidad, lo conoce bien la autora, nacida en Chisináu, ciudad donde transcurre la novela, en 1978 y quien en la actualidad reside en París. Tatiana Țîbuleac nació y creció entre dos idiomas, el ruso oficial y el rumano que se hablaba en el hogar y convive hoy en día con otro más.

El jardín de vidrio es una novela brutal que golpea al lector, le hiere. Pero no lo hace de forma gratuita, pues sin duda la recompensa es mayor que la incomodidad.

Es cierto que una vez leída El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, en esta segunda novela el factor sorpresa se desvanece, pero también es justo apreciar que estamos ante un texto más elaborado, de mayor calidad, y magníficamente traducido, una vez más, por Marian Ochoa de Eribe.

 

 

Tatiana Țîbuleac, El jardín de vidrio, 2021. Traducción: Marian Ochoa de Eribe. Impedimenta. 360 páginas. 22,80 €

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Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Deusto y licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Granada. Es profesora de Literatura, dinamiza clubes de lectura y talleres de escritura.