Giorgio Morandi: la pintura en busca de la pintura

joseaab Por joseaab
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‘Resonancia infinita’ de Giorgio Morandi podrá verse hasta finales de mayo en Barcelona en la Fundació Catalunya La Pedrera

Entrar en la exposición Resonancia Infinita de Giorgio Morandi (Bolonia, 1890–1964) en La Pedrera, es como entrar en el estudio del pintor de su casa de Bolonia, o casi. Una gran fotografía de la estancia donde trabajaba nos permite asomarnos a su mundo más personal. Vasijas, botellas, floreros, mesas, pequeños cuadros en las paredes, algunas libretas de apuntes y, por su puesto, pinturas y pinceles. Todo iluminado por una sola luz cenital muestra un lugar humilde, limpio y ordenado.

Avanzando por las salas, como quien ha entrado en su estudio, se despliegan cientos de pinturas, todas creadas en ese pequeño lugar de trabajo. A la izquierda, la primera, es su autorretrato. Uno de los únicos siete que hizo en toda su vida. Morandi se ha retratado con igual detenimiento e introspección con el que realizó sus bodegones.

Condensación en la mirada y en la pincelada. Si la fotografía de su estudio marca el carácter intimo de la muestra, este primer cuadro devela el eje central de su obra: el encuentro consigo mismo es el encuentro con la pintura.

Pasamos entonces por sus primeros cuadros, realizados entre 1913 y 1915, nos muestran su interés por la figura humana y por los paisajes. Temas que, paulatinamente irá dejado a un lado para dedicarse exclusivamente a la naturaleza muerta. Árboles y casas, darán paso a los objetos que servirán de modelos. Más bien serán pretextos a través de los cuales el artista concebirá una armonía compositiva: espacial y cromática.

 

Vista de sala de ‘Morandi. Resonancia Infinita. Cortesía Fundació Catalunya La Pedrera

 

Naturalezas de carácter metafísico

 

Siguiendo adelante en el recorrido encontramos sus primeros bodegones, pero no los que habitualmente señalamos como «un Morandi». Sino aquellos de carácter metafísico que se ubican en una primera etapa de pintor, influido por Giorgio de Chirico y Carlo Carrà.

Sus obras, y por consecuencia la de Morandi en sus inicios, se ubican dentro de lo que De Chirico denominó la pintura metafísica. Aquella interesada por representar las cosas corrientes cuando son vistas con cierto aire de extrañeza. El arte metafísico buscó plasmar ese lado espectral de la realidad. Objetos aparentemente intrascendentes se revelan en su aspecto misterioso.

En esta etapa, Morandi pinta objetos recurrentes en el arte metafísico: maniquís, cajas, e incluso referencias retóricas a la idea del «cuadro dentro del cuadro». Pero, como señala Daniela Ferrari, una de las comisarias de la muestra, «el maniquí de Morandi, a diferencia de los de De Chirico o Carrà, llenos de simbolismo humanizado, no es sino un simple objeto, al igual que las botellas y las cajas».

 

Fotografía del estudio de Giorgio Morandi por Paolo Monti, 1981. Wikimedia Commons

 

Si en un comienzo Morandi se interesó por la relación entre los objetos, creando combinaciones de construcciones metafóricas o simbólicas. Después, se decantará por el objeto que no remite a nada más que a sí mismo: sus límites, sus tonos, su presencia, su silencio.

Los objetos que Morandi retrata, no tendrán sentido por la relación de choque entre sus significados, sino por su presencia matérica. Sin embargo, algo se mantendrá de esa primera etapa: los objetos descontextualizados. Aunque en una escala más sutil, casi imperceptible. Vasos, botellas, cuencos, no estarán dispuestos para su uso ordinario, ni tampoco revelarán su historia o su origen. Su relación con el humano se recontextualizará en uso puramente estético. Existirán entonces bajo otros códigos y para otra finalidad.

 

Vista de sala de ‘Morandi. Resonancia Infinita. Cortesía Fundació Catalunya La Pedrera

 

De la materia de la pintura y el entramado del grabado

 

La solidez de las formas, la expresión más viva de sus bodegones, se expone con claridad en el apartado diálogos silenciosos. Lo más evidente aquí es la confusión entre figura y fondo. Una clara influencia de Paul Cézanne. Lograda a veces por difuminación, a veces por color.

También llama la atención la falta de sombras. Cuando las hay, estarán tan presentes, tan pastosas, como el fondo o los objetos. Anulando la perspectiva y con ella cualquier sentido de realidad. Al menos tal cual la entendemos desde el Renacimiento.

Posteriormente encontramos un apartado dedicado a sus grabados. Contrario a lo que puede pasar con otros artistas, en Morandi sus grabados existen de manera independiente a sus pinturas. En estos, la disolución de los contornos al que acabamos de referirnos en sus pinturas, se lleva casi hasta la abstracción.

Por otra parte, todo se recrea con mayor contraste, desde el blanco del papel sin bruñir al casi negro absoluto, con muy pocos estados intermedios. Asimismo, la ausencia de líneas rectas que vemos en las pinturas, en los grabados se asume con más libertad. Los extremos curvos hacen parecer que la obra es un retazo de otra, de la que ha sido arrancada. Un trozo de realidad sin límites se desenvuelve en el conjunto de sus formas. Sus flores, en ocasiones, llegan a parecer explosiones cósmicas.

La tradición de grabadores italianos se remonta a Canaletto, Tiepolo y Piranesi; no debería extrañarnos que Morandi hubiese observado reflexivamente sus obras. Pero también debemos tener en cuenta que sus trabajos se enmarcan dentro del auge que tuvo el grabado a principios del siglo XX. En el cual encontramos artistas contemporáneos como Matisse, Picasso y Chagall.

 

Giorgio Morandi, Natura morta, 1093-1954. © Giorgio Morandi, VEGAP, Madrid 2021

 

Lo repetitivo y monótono en su obra

 

Las obras de Giorgio Morandi pueden ser vistas como un diálogo que se construye a partir de la repetición. Durante casi cincuenta años se dedico a pintar bodegones. Intentando esclarecer esa obstinación recurramos a Witold Gombrowicz, que entendía el acto de volver sobre lo mismo, como una «emboscada de la conciencia». Es la manera en que se impone una fuerza espiritual, por la obsesión o por la repetición, consiguiendo hacer de un objeto intrascendente algo decisivo.

En este sentido, el respeto que impone la obra de Giorgio Morandi se debe al carácter resolutivo del tema. Hay algo que resolver. De ahí que sea tan singular percibir las múltiples variaciones dentro de la uniformidad de la naturaleza. El pintor nos impone una realidad y modula las variaciones de materia, color, luz. Así pues, dentro de los aparentes límites descubrimos una puerta al infinito de las posibilidades.

 

Trabajos realizados a principios de los cuarenta pueden ser vistos como la necesidad de luz, transparencia y claridad en un momento como el final de la guerra.

 

La exposición Morandi. Resonancia Infinita, trata esta idea de la repetición con su apartado dedicado a las pinturas blancas, Los colores del blanco. Trabajos realizados a principios de los cuarenta pueden ser vistos como la necesidad de luz, transparencia y claridad en un momento como el final de la guerra.

Esta serie nos permiten ver su interés por modular esas infinitas variaciones. Los colores del blanco más puro resultan ser rosa, ocre y gris; a menudo con un objeto azul marino como contraste. La exposición termina con uno de sus bodegones realizado poco antes de morir en 1964.

 

Giorgio Morandi, Natura morta, 1941 © Giorgio Morandi, VEGAP, Madrid, 2021

 

En conclusión, no hay que dejar de ver Morandi. Resonancia Infinita. Es un deleite para la vista. Un momento de tranquilidad y de paz para el espíritu. Es conectarse con la pintura en estado puro. Sin perspectivas, sin mimetismos, sin ruido, solo la pintura que busca ser pintura.

Morandi. Resonancia infinita se presenta en la Fundació Catalunya La Pedrera, en colaboración con la Fundación Mapfre. Esta muestra estuvo previamente en Madrid con una lectura diferente, haciendo hincapié en la influencia del pintor en artistas contemporáneos. Ya en Barcelona se ha insistido en el carácter íntimo del artista.

 

‘Resonancia infinita’ de Giorgio Morandi podrá verse del 4 de febrero al 22 de mayo de 2022 en la Fundació Catalunya La Pedrera.

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