La pintora Tamara de Lempicka nació en 1898 y pasó parte de su vida en Francia y México. Hacemos un repaso de su trayectoria
Pionera, referente, misteriosa y amante de la buena vida. Tamara de Lempicka (Varsovia, 1898 – México, 1980) se erigió desde muy joven como uno de los grandes nombres del estilo art decó.
Su cultivada mirada le permitió crear una obra capaz de emocionar más allá de su época. En 2022, cuando se cumplen 124 años de su nacimiento, recordamos a la artista que cautivó al mundo desde su juventud hasta la eternidad.
Juventud, sofisticación y primer matrimonio
Se desconoce a ciencia cierta dónde nació Tamara de Lempicka. Puede que lo hiciese en Varsovia, como reza su versión biográfica oficial. Otras fuentes, como apunta el estudioso Patrick Blade, aseguran que pudo nacer en Moscú, e incluso alterar su verdadera fecha de nacimiento.
La vida de De Lempicka siempre quedó ensombrecida por su álter ego artístico, y no fue una consecuencia de la fama. Por eso, sabemos quién fue la artista más que la persona.
Tamara de Lempicka, nacida como Tamara Rosalia Gurwik-Górska, vino al mundo el 16 de mayo de 1898 en el seno de una familia adinerada. Su madre era una mujer de la alta sociedad polaca. Su padre, un abogado ruso.
Ya desde pequeña mostró un fuerte carácter que se incentivó en su juventud, cuando se inició en la pintura mediante un retrato de su hermana.
Curiosamente, su inclinación por las artes plásticas surgió como reacción al pintor encargado de retratar a la familia, del que no le gustó su trabajo. Sin embargo, no sería hasta su traslado a París cuando se convertiría en una artista profesional.
Pero antes, Tamara de Lempicka pasaría por el altar. Fue en 1916, año previo a las revoluciones que acabaron para siempre con el régimen zarista en Rusia. Fue precisamente en San Petersburgo donde se casó con Tadeusz Lempicki, de quien tomó su apellido artístico.
Revolución y sino
La llegada de la revolución dio un giro al modo de vida de la futura pintora. Los encuentros de sociedad y las recepciones sofisticadas dieron paso al encarcelamiento de su marido por parte de los bolcheviques y a una vida austera.
Tamara de Lempicka gastó sus últimos cartuchos de influencias personales en sacar de la cárcel a su esposo y conseguir un visado para escapar a Francia.
Así, en 1918, la familia Lempicki se instaló en París, en una ciudad y en un país devastados por el fragor de la Gran Guerra. Mientras, ese mismo año nació su única hija, Kizette.
Hasta el triunfo de la Revolución bolchevique, la vida de De Lempicka había sido la esperada de una joven de buena posición. París, efervescente en la multitud de personas y tendencias artísticas que se fraguaban en sus sombras, cambió para siempre este devenir.
A partir de 1922 comenzó a tomar clases de pintura en la Académie Ranson y en la Académie de la Grande Chaumière. De la mano de pintores e intelectuales como André Lhote y Maurice Denis no sólo se formó, sino que se unió al ambiente artístico parisino.
Su cubismo suave, heredado de la influencia de su maestro Lhote, pronto la llevó a cobrarse cierta popularidad. Fue entonces cuando se especializó en el retrato y comenzó a vender sus primeros cuadros.
No obstante, fue en la Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industriales Modernas de 1925 cuando De Lempicka atrajo la atención de los críticos internacionales.
En aquella exposición, la misma que dio nombre al estilo art déco, varios periodistas que trabajaban para medios europeos y estadounidenses publicaron sobre sus obras. Tal fue el impacto generado por la atención de los medios de comunicación que ese mismo año expuso su trabajo en Milán.
Fama, trabajo y cambios
La exposición en Milán fue su gran prueba de fuego. Debía demostrar al mundo que aquella artista polaca que acababa de atraer la atención de los críticos internacionales era un verdadero diamante en bruto.
El conde Emmanuele Castelbarco la había organizado en su honor, fascinado por su mirada artística. Para satisfacer semejante oportunidad, De Lempicka pintó veintiocho lienzos en seis meses.
Milán resultó ser el escaparate definitivo. En 1927, la artista obtuvo el primero de la larga lista de premios que colmarían su larga carrera pictórica. Su retrato ‘Kizette en el balcón’ inauguró esta lista otorgándole el de la Exposición Internacional de Burdeos.
En su tierra natal, Polonia, obtuvo una medalla de bronce por otra de sus obras. Y fue en este momento cuando los museos y los coleccionistas privados comenzaron a interesarse por su trabajo.
Tras divorciarse de su marido en 1929 se convirtió en la amante del que más adelante sería su futuro marido, el barón Raoul Kuffner.
Su nueva casa en París, decorada por su hermana Adrienne y con mobiliario del decorador René Herbst, se convirtió en un referente de estilo. De nuevo, las recepciones exquisitas volvieron a desfilar por la vida de De Lempicka, y multitud de periodistas tomaron como referencia su vida.
De hecho, fue durante los años treinta del siglo pasado cuando la pintora polaca alcanzaría el esplendor en su carrera. Ofreció una muestra de su trabajo en el Instituto Carnegie, en Pittsburgh, Estados Unidos.
Expuso en Chicago junto a contemporáneos suyos como O’Keeffe y De Kooning. Y retrató a monarcas como a Alfonso XIII de España o a Isabel de Grecia.
Aquella tournée del estrellato terminaría por colapsar en 1939, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Con su ya convertido en marido, el barón Kuffner, se mudó a los Estados Unidos.
Una maga del art decó
En América, De Lempicka siguió recibiendo numerosos encargos privados y sus obras siendo expuestas en instituciones de prestigio como las Galerías Courvoisier, en San Francisco.
Su vida privada estuvo colmada por la aristocracia burguesa de la sociedad americana. No así el flujo de encargos de nuevas obras, que disminuyó drásticamente tras la guerra.
De Lempicka se había centrado hasta entonces en retratos y desnudos muy influenciados por el manierismo y el cubismo.
Al mismo tiempo combinó la inspiración por artistas clásicos y modernos. Ingres y Botticelli fueron dos de sus grandes inspiraciones, siendo fruto de ellas su conocido lienzo Grupo de cuatro desnudos de Lempicka (1925).
No obstante, también tomó referencia de sus contemporáneos, incluso de aquellos que despertaban sus críticas. El marcado cubismo de Picasso, opuesto al refinamiento de la artista polaca, también está presente en la evolución de su obra. Y su posterior inclinación hacia el neoclasicismo, fruto de la influencia del intelectual Jean Cocteau.
La vida de Lempicka estuvo siempre orbitando la alta sociedad. Su arte, en consecuencia, fue un reflejo de este modo de vida.
Algunas de sus principales y más famosas pinturas tienen como inspiración estas circunstancias, o bien son encargos de acaudalados. Autorretrato en un Bugatti verde (1929) y Retrato del Gran Duque Gabriel Kostantinovic (1927) son dos ejemplos característicos.
Sin embargo, la intimidad de la artista también estuvo muy presente. En Maternidad, pintado en 1928, rompe por completo con la frialdad característica de sus pinturas. En él ofrece al espectador un instante muy personal, familiar: una madre, ella misma, dando el pecho a su bebé.
El aspecto que apenas varió a lo largo de la carrera de De Lempicka como pintora fue su elegancia más allá del ámbito personal. Su pintura, suave en su geometría, además de colorida, inspira una frialdad atractiva.
Renovación y final
La Segunda Guerra Mundial marcó el final definitivo de la popularidad del art decó. De Lempicka, no obstante, siguió innovando. Inspirada en el Renacimiento y en el surrealismo elaboró propuestas Adán y Eva en 1931, y Escape en 1940.
También realizó bodegones y obras abstractas. En 1961 expuso en la Galería Ror Volmar de París en el que fue un agrio retorno a la Ciudad de la Luz.
Su capacidad para atraer al espectador ya no era el mismo, había quedado desfasado. Otras tendencias y otros estilos, con los que se sentían más identificados los habitantes de la devastada Europa, eran los que cosechaban los aplausos.
De Lempicka llegó a reelaborar obras, como sucedió con Chica rosa con guitarra, de 1963, evolución de su Amethyste pintada en 1946.
A pesar de quedar relegada de las tendencias de aquella nueva época, De Lempicka se había convertido en un referente indiscutible. Además de en una inspiración para los nuevos artistas del momento, la pintora fue reconocida como la gran diva del art decó.
Este estatus fue reconocido en 1972, con el retorno de esta tendencia artística como moda, cuando expuso de nuevo en París en la Galería Luxemburg.
Su éxito, en ese momento, recordó al abrazo que amantes del arte, coleccionistas y críticos le habían otorgado durante los años dulces de su carrera.
Basta observar desnudos como La bella Rafaela (1927), dedicado a una de sus amantes, para cerciorarse de la exquisita calidad de sus obras.
Tras este último gran triunfo, De Lempicka se trasladó a México, abandonando su dinámica vida social, bajo los cuidados de su hija. Falleció en 1980, pero su legado se mantuvo inmortal, atemporal, como su vitalidad y su esencia.