En el lenguaje: entrelazamientos de voces en la montaña de Irene Solà

Carla Carbatti Por Carla Carbatti
12 Min lectura
Una lectura de ‘Canto yo y la montaña baila’, de la escritora catalana Irene Solà. Una narración entre múltiples especies que nos lleva a reflexionar sobre el sentido de la traducción

En la extraordinaria novela Canto yo y la montaña baila, de la catalana Irene Solà (Malla, 1990), todo habla. Los rayos, las setas, las brujas, la nieve, las ninfas de agua, los muertos, los corzos, la perra, los hombres, las mujeres hablan.

Todas las voces dan vida a una región fronteriza entre Camprodon y Prats de Molló, en los Pirineos catalanes. Pues, de acuerdo con las setas: “la carne de una es la carne de todas. La memoria de una es la memoria de todas”. De modo que las voces están llenas de todas las cosas.

A la estrategia narrativa donde hay un entramado de voces (sin ninguna protagonista) que va confeccionando la trama del libro, los especialistas llaman novela coral. Hasta aquí, nada de nuevo, otras muchas novelas hicieron uso de esta técnica.

Lo que sorprende en Canto yo y la montaña baila es, no solo la cantidad de perspectivas, sino la cantidad de perspectivas no humanas. Hecho que la hizo merecedora de adjetivos como mágica y creativa. Además de estar catalogada en la nueva generación nature writing.

Lo que defrauda en estas clasificaciones es que, aunque admiten una multitud de voces y visones, todas son sometidas a la única voz y visión capaz de intención y creación: la humana. En la figura de la escritora. En otras palabras, las setas, la perra, las nubes, etc. son en realidad mudas y opacas.

Quien les da voz y visibilidad es la voz humana, en el ejercicio de su creatividad. Tal concepción testimonia, como no podría ser de otra manera, nuestra relación con el mundo, con las cosas: de un sujeto delante de un objeto.

 

 

 

Irene Solà - Canto yo y la montaña baila - novela
Cubierta de ‘Canto yo y la montaña baila’ de Irene Solà

 

 

 

El sonido del medio

 

¿Qué pasaría si abandonásemos nuestro antropocentrismo y arriesgáramos a dar otra respuesta a las cuestiones que definen nuestra relación con las cosas? ¿Si en vez de situarnos delante del mundo, nos colocáramos en el mundo?

Estar en el mundo, ser del mundo suscita un cambio de perspectiva radical. En este nuevo lugar somos obligados a asumir nuestra fragilidad, nuestra abertura a la alteridad, que William James llamó de pluriverso. En el pluriverso somos una voz entre otras, una cosa entre otras.

Configuramos una zona de intercambio, de reciprocidad activa-y-pasiva, donde quien habla es el mundo. Pero el mundo no es lo que está ahí. El mundo es relacional, o sea, una red de colaboraciones y combinaciones dinámicas y muchas veces incómodas e inesperadas. Es el sonido del medio.

 

 

Lo que sorprende en ‘Canto yo y la montaña baila’ es, no solo la cantidad de perspectivas, sino la cantidad de perspectivas no humanas.

 

 

Estar en el mundo implica aprender que las cosas, todas las cosas, coparticipan en el lenguaje. Walter Benjamin defiende que el lenguaje se extiende no solo a las manifestaciones espirituales humanas, sino a todo en absoluto.

“Así, no hay cosa ni acontecimiento que pueda darse en la naturaleza, en la animada o en la inanimada, que no participe de algún modo en el lenguaje, pues a todos es esencial comunicar su contenido espiritual”. Cada uno comunica el ser espiritual que le corresponde no mediante el lenguaje, sino en el lenguaje. El lenguaje, por tanto, no es instrumento, es vínculo.

En El contrato natural Michel Serres dice que las cosas hablan con nosotros en términos de fuerzas, lazos e interacciones. Benjamin, a su vez, dice que las cosas comunican su ser espiritual por medio de una comunidad material mágica (mágico se refiere a la capacidad de la materia de expresarse). Esta comunidad es nuestro milagro común. Por eso estamos siempre dentro, en el medio, nunca delante.

 

 

Cada uno comunica el ser espiritual que le corresponde no mediante el lenguaje, sino en el lenguaje. El lenguaje, por tanto, no es instrumento, es vínculo.

 

 

 

Narración simpoiética

 

Mientras actúan, las cosas expresan sus modos de vivir; por eso su expresión puede ser percibida y traducida en lengua humana. Lo que no quiere decir que las cosas sean simplemente discurso. Quiere decir que toda posibilidad de discurso se debe a la presencia o a la manera por la cual las cosas nos afectan con sus existencias. En este sentido, Benjamin dice que el nombre que damos a las cosas se basa en cómo ellas se comunican a nosotros.

Así pues, en vez de clasificar la novela de Irene Solà como coral o creativa (al fin y al cabo autopoiética, centrada en lo humano), propongo, pensarla como una narración simpoiética entre múltiples especies. En el curso de esta conarración se enhebran las trayectorias de los diversos modos de existencia que van siendo reunidos en una trama de afecciones.

 

 

 

La vida en la cordillera y el tejido narrativo articulan múltiples potencias de actuar. Lo que evidencia no solo que todas voces son auténticos agentes, sino también explica el paisaje plagado de diferencias.

 

 

El libro de Irene Solà empieza con las nubes narrando como llegaron, venidas del mar, de otras montañas, de toda clase de sitios. Rascando las piedras de las cimas. Con las tripas llenas y doloridas, el vientre negro cargado de agua oscura, fría.

De relámpagos, truenos y dispararon el primer rayo “estremeciéndose las cavidades torácicas de todos los animales”. Después, el segundo rayo, atraído por su cuchillo, se metió en la cabeza del poeta-campesino Domènec.

La acción de las nubes de “rayar” afectó, en menor o mayor grado, toda la montaña y mató al hombre. La muerte del hombre afectó a su viuda, hijos y así sucesivamente un agente co-incide en otro; es decir, las cosas modifican con su incidencia la vida en la cordillera y el tejido narrativo.

La vida en la cordillera y el tejido narrativo, por tanto, articulan múltiples potencias de actuar. Lo que evidencia no solo que todas voces son auténticos agentes, sino también explica el paisaje plagado de diferencias.

 

 

 

El mérito (literario, pero de igual modo ético-político-vital) de la novela está en sensibilizar un mundo afectable.

 

 

 

Traducir, acordes centelleantes

 

Sería igualmente infecundo alegar que la novela promueve la reconciliación entre mundo natural y mundo humano, pues esta división es arbitraria. Solamente sirve para despojar un grupo de actores (los no-humanos) de su capacidad de acción, luego de creación. Por tanto, no tiene sentido juntar lo que nunca estuvo separado.

El mérito (literario, pero de igual modo ético-político-vital) de la novela está en sensibilizar un mundo afectable. Un mundo donde ocurren transacciones entre potencias actuantes y creadoras de diversos orígenes y formas, evidenciando el ensamblaje metaestable de las coexistencias. Obviamente, esta sensibilización es posible por medio de la traducción de la lengua no-humana para la lengua humana.

Volviendo a Benjamin, tenemos una formulación muy interesante de traducción. Según él “la traducción consiste en llevar una lengua a otra a través de un continuo de transformaciones. La traducción reco­rre pues continuos, pero continuos de transformación, no ámbitos abstractos de mera igualdad y semejanza”.

Podríamos decir, en tal caso, que la traducción no tiene la intención de representar las cosas. Sino de transformar lo que ha sido perturbado por cierto impacto del mundo en lengua humana. No obstante, todo esto acontece, como vimos, no mediante el lenguaje, sino en el lenguaje. Y el lenguaje no es exclusivamente humano.

Es la comunidad material mágica de las cosas, “comunidad que abarca al mundo entero como un todo sin ninguna división”. La traducción, de esta manera, sería la actividad de seguir la continuidad fluida de seres heterogéneos y, al mismo tiempo, la discontinuidad entre coparticipantes. Alegre tarea de perseguir un hilo en la oscuridad y tejer con la multiplicidad de los seres acordes centelleantes.

 

 

 

La traducción, de esta manera, sería la actividad de seguir la continuidad fluida de seres heterogéneos y, al mismo tiempo, la discontinuidad entre coparticipantes.

 

 

 

Ritmos y gravedad

 

Palabra, canto, traducción es el nombre para el vínculo entre las cosas. Para la gama de invitaciones ofrecidas a los participantes de un tejido de relaciones. Donde el nudo es lo que canta. Por ejemplo, cuando Irene Solà escribe: “La lluvia dice pin pin pin”, es una traducción. Traducción del encuentro del agua con el suelo, con los tejados, de la vibración del sonido de ese encuentro con los oídos.

Escribir es traducir. Traducir la conexión que brota en el contacto, en las modulaciones del tacto, “en la semilla compartida” de la sensación. En La escritura indómita, Mary Oliver dice que “el trabajo creativo exige una lealtad tan absoluta como la lealtad del agua a la fuerza de la gravedad”.

Escribir es ser leal a lo que nos fuerza a escribir, a lo que nos afecta. Aprender a afectarse: hacer lugar a esta vacilación, a este des-equilibrio. Con-moverse: mover-con.

Así escribe Irene Solá una novela en que el lenguaje concuerda con la música, con el soplo vital, las palabras son correspiración entre las cosas: ritmos. Así, ella canta y nosotros bailamos. Ya que en la tierra nunca estamos solos. Esta es la coimplicación radical entre vida y escritura.

 

Referencias:

BENJAMIN, Walter: Obras Completas, libro II/v.I. Madrid. Abada Editores.

JAMES, Willian (2009): Un universo pluralista: Filosofía de la experiencia. Buenos Aires. Cactus.

OLIVER, Mary (2021): La escritura indómita. Madrid. Errata Naturae.

SERRES, Michel (1994): O contrato natural. Lisboa. Instituto Piaget.

 

Irene Solà, Canto yo y la montaña baila, 2019. Anagrama. 200 páginas. 16,90 €

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Doctora en Estudios de la Literatura y de la Cultura por la Universidad de Santiago de Compostela. Autora del poemario 'Na cadência do caos' (Urutau, 2016).