«El arte es siempre un comienzo», afirma Ai Weiwei (Pekín, 1957) en sus memorias. Es acción. Ese concepto la que sustantiva, «arte», solo lo hace en el lenguaje. Eso podría tratarse de un encontronazo filosófico entre el pensamiento occidental y el oriental, entre la práctica y el mercado del arte, si no fuera porque la propia carrera Ai Weiwei refleja el paso del arte al activismo.
En los años ochenta, etapa que vivió en Nueva York, Ai Weiwei fue un joven orgulloso que buscó mil maneras de ganarse la vida mientras estudiaba artes plásticas. Ansiaba su libertad pero pasaba olímpicamente del sueño americano.
Siempre sospechó, por razones obvias, de las culturas promovidas por el poder político. «Cuando la autoridad determina el significado de las cosas, no existe pensamiento independiente y todo es una extensión del discurso del poder», afirma en su libro.
Por aquel entonces, su corta historia de vida ya venía marcada por la injerencia política. Su padre, el escritor Ai Qing, fue exiliado por imposición del régimen chino en el desierto de Xinjiang, a finales de la década de los cincuenta. Años después, Ai Qing fue rehabilitado por el partido comunista, pero su vida no siguió sin altibajos. Ai Weiwei vivió con él en el exilio durante su infancia.
Él cuenta que eran pocos objetos personales que su familia poseía que no fuesen suministrados por el régimen. Quizás por eso, y por ser testigo de cómo la libertad de expresión de su padre era sistemáticamente coartada, el joven Ai Weiwei se convirtió en artista y se marchó del país en la primera oportunidad.
En su etapa americana, él mostraba poco apego a sus propias obras. Muchas de ellas, en sus varios cambios de dirección, acabaron en la basura. Otras tendrían el mismo destino incluso después de exponerse.
Con el tiempo, su relación con sus piezas y su visión del arte fue madurando. «Yo era joven y estúpido», admitió Ai Weiwei a elemmental. «Creo que a los artistas noveles bastaría con mirarme: un chico muy joven poniendo todos sus esfuerzos en alcanzar algo. Y a lo mejor no alcanzaba nada y actuaba por impulso. No pasa nada. No podemos pedir más que eso: lo que tenemos que hacer es actuar», enfatizó.
Del arte al activismo
En los Estados Unidos, dos grandes figuras de la historia del arte le revolvieron el pensamiento. Marcel Duchamp y, posteriormente, Andy Warhol, fueron sus grandes referentes. Estos artistas contestaban el status del arte y las instituciones artísticas, a la vez que gozaban de total libertad para subvertir el orden cultural establecido.
Con estas ideas en su equipaje y las exigencias de la nueva realidad en la cuna del capitalismo salvaje, al joven Ai Weiwei no le quedaba otra que moverse.
Una de sus primeras incursiones con el activismo fue a través de la fotografía. Fue testigo de las protestas contra la gentrificación del barrio de Lower East Side, en la Nueva York de los años ochenta, y una de sus fotos salió publicada y firmada en el The New York Times.
El logro ha señalado el camino que motivó instantáneas hoy archiconocidas, como las de la serie Study of Perspective, en la que hace la peineta en lugares de poder, como Tiananmen Square (1995).
Desde entonces, la fotografía y posteriormente el cine documental, han sido recursos frecuentes en sus obras. De la crítica cultural, el artista pasó al activismo político explícito que reconocemos en sus obras más recientes.
De fondo, el contexto global cambiaba con la masificación de los ordenadores y la conexión a Internet. A su vez, Ai Weiwei combinaba el comisariado y la incursión en la arquitectura, con el activismo en la red que llevaría más tarde su persecución y encarcelamiento por 81 días.
Un juego de materialidades
Por todo eso, Ai Weiwei no se considera un artista al uso, aunque su obra tenga alcance mundial. «No suelo frecuentar exposiciones, ni tampoco eventos de arte», comentó en rueda de presa el pasado 8 de noviembre en el MUSAC.
Don Quixote, una de las mayores exposiciones de la carrera del artista asiático, se inaugura hoy en León, y da la bienvenida al público con una inmensa patera de más de veinte metros hecha de bambú.
Se trata de Life Cycle (2008), una de sus obras más impresionantes, y que solo un espacio con las características arquitectónicas del MUSAC podría exhibirla.
La elección del material no es casual. El bambú es tan resistente como ligero. Además, las cabezas de los personajes corresponden a la de los animales del zodiaco, haciendo referencia a diversidad y las etapas de la vida.
La instalación hace contraste con la monumental escultura colgante, La Commedia Umana (2017-2021), situada en la sala 6 del museo. Realizado el cristales de Murano, el artefacto pesa más de dos toneladas y está compuesto por miles de piezas negras ensambladas en forma de huesos humanos.
En su legado, los materiales que utiliza Ai Weiwei no están elegidos por casualidad. Sus obras transitan entre lo visible y lo inesperado, entre el activismo y la crítica cultural, por lo que lo que se enseña, lo que no y cómo lo hace son de vital importancia.
El arte como una incomodidad puesta en práctica
En una de sus obras más fabulosas, Fairytale (2007), Ai Weiwei llevó a mil y un ciudadanos chinos a la ciudad de Kassel, en Alemania. La iniciativa fue parte del Documenta 12, el mayor evento de arte contemporáneo del mundo que tiene lugar a cada cinco años.
La obra consistía precisamente en su proceso: seleccionar un grupo heterogéneo de invitados más allá de los núcleos urbanos del país. Conocerlo a través de sus respuestas a un cuestionario. Luego, la aventura burocrática de conseguirles visados, la infraestructura gigantesca de su alojamiento, la experiencia fuera del país.
«Para mí, Fairytale encontró un medio y una forma en términos sociológicos: proveniente de las masas chinas, aparentemente sin relación con el arte contemporáneo, la conciencia individual se convertiría en la obra en sí misma», cuenta en 1000 Years of Joys and Sorrows (En España, Ai Weiwei. 1000 años de alegrías y penas), memorias publicadas en 2021. «Mi objetivo era no enseñarle nada al público en absoluto», afirmó entonces.
Esta una de las varias lecciones que extraemos del trabajo de Ai Weiwei. Si bien el arte es lo que substantiva una acción, para él, el arte siempre es el principio. Y el resultado nunca se produce. Así como la acción, si pensada en profundidad, tampoco cesa.
Por eso, él es categórico en sus afirmaciones. «Tenemos que actuar, aunque sea por nuestros sueños, imaginación, incluso por algo ridículo. Pero esta es nuestra vida, es parte de nuestra humanidad», continuó Ai Weiwei en nuestra breve interacción en el MUSAC.
«Entonces, si hablo con artistas jóvenes, es como si hablara conmigo mismo. Nadie puede ser joven tal como lo he sido. Y todavía hoy tengo que hacer ese esfuerzo», nos recordó.
Partiendo de esta visión madura, Ai Weiwei aconseja a que los artistas novatos no se dejen llevar por el canto de sirena de la mercantilización. «No creo que se deba pensar [el arte] como un resultado. No hay resultado. Pero siempre hay espacio para hacer el esfuerzo», manifestó a elemmental.
Parece un contrasentido, teniendo en cuenta que el arte adquiere la forma de mercancía, pudiendo alcanzar sumas estratosféricas, hecho que intenta ser el fundamento del desprecio por parte del público hacia la práctica artística.
Pero lo mismo pasa con la música comercial de baja calidad que suele gustar: obras de pocos acordes se negocian en decenas de millones de dólares.
La diferencia es, quizás, que un museo lleno no se disfruta como una discoteca, aunque la entrada valga lo mismo. Otra diferencia es que tampoco se llega a apreciar quién está por detrás de la obra. Además, la música, como medio, logra imponerse en múltiples espacios generando aún más dinero a las sociedades de gestión de derecho de autor, cosa que no pasa en el arte. Así que para gustos, los colores.
Sus obras hechas con Lego en un museo por primera vez
A diferencia de la música, el arte pop esconde en su aparente frivolidad y tonos llamativos, historias de represión, alegatos a la libertad de expresión y subversión del orden establecido.
En Ai Weiwei. Don Quixote, se presenta por primera vez una serie de pinturas hechas con los populares ladrillos de juguete Lego. Una de ellas, Third of May (2023), versiona el clásico cuadro de Goya, El 3 de mayo en Madrid (1814), y es una de las obras que se produjo específicamente para esta exposición. Según cuenta el artista, algunas de estas piezas se han visto en ferias de arte pero nunca reunidas en un museo.
Una vez más, la elección del material tampoco es casualidad. «Lego, al igual que los mosaicos antiguos, los diseños textiles y de alfombras, o la impresión con tipos móviles de madera de la dinastía Song (c. 1000 d.C.), encarna una sensación de atemporalidad», cuenta Ai Weiwei.
Es más, un estudio de 2020 afirma que estas piezas pueden tardar hasta 1.300 años en degradarse. A esta sensación de permanencia que evocan los bloques de Lego, se suma el deseo de romper con el pasado.
«Son la herramienta perfecta para cuestionar el pasado político y estético del arte», explicó el artista en nota de prensa. «Elegí los ladrillos de Lego porque son completamente ajenos a mí: son neutros, incluso absurdos, con una paleta limitada a cuarenta colores», lo que añade a la práctica cierto desafío.
«Usar este material para cuestionar mensajes políticos o estéticos del pasado me parece especialmente adecuado, ya que no carga con el peso de formas de expresión artística tradicionales, como la pintura o la escultura. En cierto sentido, estos ladrillos de juguete nos liberan de las cargas del bagaje artístico histórico», destacó.
Don Quixote, la esperanza en tiempos difíciles
«Don Quixote no se ha concebido como una retrospectiva», señaló Álvaro Rodríguez Fominaya, comisario de la exposición y director del MUSAC. «Sin embargo, encontramos algunas de las obras emblemáticas de toda la carrera de Ai Weiwei».
Destacan las fotografías de la serie Study of Perspective, en el estilo de Andy Warhol, y la versión en Lego de Dropping a Han Dynasty Urn (1995). Una obra temprana que combina la fotografía con la performance y hace referencia a la ruptura con los valores del pasado, a fin de «desacralizar» la herencia cultural, destruyéndola para dar lugar a una nueva.
A su vez, Ai Weiwei resaltó la importancia que Don Quixote tiene en su historia vital. Sobre todo en la infancia, etapa en la que vivió exiliado junto a su padre en el desierto de Xinjiang. Para él, el personaje de Cervantes fue una vía de escape y le abrió las puertas a imaginario en aquel momento se hacía esencial.
El Quijote hace referencia a lo «fantástico, la ridiculez y su falso sentido de gloria son para mí ideas muy atractivas», afirmó el artista. «El imaginarse en otra realidad es una idea poderosa que llevo conmigo hasta nuestros días», confesó.
‘Ai Weiwei. Don Quixote’ puede visitarse del 9 de noviembre de 2024 al 18 de mayo de 2025 en el MUSAC de León.