Hilda Doolittle: poesía, pasión y libertad

David Lorenzo Cardiel Por David Lorenzo Cardiel
13 Min lectura
En los 51 aniversario de fallecimiento de la escritora norteamericana Hilda Doolittle hacemos un repaso sobre su vida y obra

Pocas mujeres han alcanzado el grado de misterio que hilvanó Hilda Doolittle (Bethlehem, EEUU, 1886–Zúrich, 1961). Sibilina, inteligente, mística y entregada al erotismo.

Doolittle, o H.D., como acostumbraba a firmar, despertó desde joven pasiones encontradas: alrededor de su obra, de su persona, de su aura. Un alma que estuvo destinada a convertirse en referente más allá de la expresión de su sexualidad.

 

 

 

Hilda Doolittle
Hilda Doolittle, 1922. Wikimedia Commons

 

 

 

Hilda: de Pensilvania a Europa

 

Hilda Doolittle nació Bethlehem, en Pensilvania, Estados Unidos, en 1886. Hija de catedrático de astronomía, la familia Doolittle se trasladó muy pronto a Filadelfia.

En la capital del estado, la joven pudo estudiar en el Religious Society of Friends y conocer al también célebre escritor Ezra Pound (Hailey, Idaho,1885–Venecia, 1972).

Aquella relación de amor y de amistad, que comenzó en 1905 en la fiesta de Halloween, zigzagueó por completo a lo largo de sus vidas.

Ese mismo año, la estadounidense comenzó estudios en literatura clásica griega. Su estancia en el Bryn Mawr College fue breve: su mala salud y su precario rendimiento académico le obligaron a abandonar el campus.

Durante estos primeros años, Doolittle y Pound llegaron a estar comprometidos. Sin embargo, Doolittle no deseaba limitarse a una relación convencional de pareja. La relación amorosa quedó rota cuando la escritora se emparejó con una estudiante de arte.

En 1910, Doolittle vivió en Nueva York. Fue entonces cuando comenzó a publicar sus primeros textos, relatos infantiles, con escaso impacto. Un año más tarde, la poeta norteamericana se trasladó a Londres junto con su amante y la madre de ésta.

 

 

 

Hilda Doolittle
Hilda Doolittle, 1921. Wikimedia Commons

 

 

 

La artista, la «imagista»

 

Su llegada a Londres supuso una toma de conciencia definitiva. En la capital británica comprendió que su vocación era literaria y que debía entregarse en cuerpo y en alma a ella. Por otra parte, aseveró su condición sexual.

Comenzó a frecuentar los círculos bohemios de la ciudad, en especial el que se reunía en el Eiffel Tower, en el Soho. En aquel momento, Londres era una muy singular extensión del París de las vanguardias. Poetas, escritores y diletantes se reunían para discutir sobre los cánones de las letras. Doolittle pronto se convirtió en la reina de aquellos ambientes.

La artista cosechó amantes tanto femeninos como masculinos. Destacó por una entrega casi absoluta hacia quienes la respetaban, y no solo en la cama. Participó en recitales, discusiones literarias, además de prestar ayuda a otros escritores, casi todos ellos hombres.

Ezra Pound estuvo viviendo en Londres en el mismo periodo que lo hizo Doolittle. En 1912, el escritor le dedicó un poema titulado H.D. Imagiste con el que la literata se describió para siempre. De aquel gesto de viejo y eterno amor tomó su firma, tan clara como sencilla, rotunda: H.D.

 

 

 

Hilda Doolittle
Hilda Doolittle, 1917. Wikimedia Commons

 

 

 

En busca del Eros perfecto

 

La relación con Pound fue, quizá, la más semejante que llegó a encontrar Doolittle al Eros que persiguió desde su adolescencia. H.D. era una fiel devota de Safo de Mitilene. A principios del siglo XX, a raíz del trabajo previo de los clasicistas por recuperar los textos de autores grecolatinos, Safo se puso de moda.

Escritores como Wallace Stevens, James Joyce y Richard Aldington, entre otras figuras, enfocaron su mirada en la herencia clásica. Todos ellos persiguieron reformularla conforme a las vanguardias, reescribiendo mitos y desdibujando personajes para volverlos a trazar. Un buen ejemplo es el Ulises de Joyce. La poesía de Doolittle fue un esforzado encuentro entre la modernidad y el pasado que engendró la cultura occidental.

¿Qué buscaba la norteamericana en Safo? Más allá de la fascinación personal por los fragmentos conservados atribuidos a la poeta de Lesbos, su cariz desinhibido fue una inspiración poderosa para ella. Pero había un vínculo que trascendió la dimensión personal.

Doolittle fue una buscadora insaciable del Eros de Safo, de una forma de amar, colmada de belleza y de intensidad, capaz de quebrar convenciones sociales. Amar desde la carne, en el palpitar de las entrañas, desde el romanticismo imposible y el visceral enfado de la no correspondencia.

Doolittle quería alcanzar esa plenitud en su vínculo con los semejantes que sólo se podía conseguir mediante un Amor con mayúsculas. Esa persecución animó su obra y su propia vida, atrajo aliados sin fin y algunos detractores quisquillosos.

 

 

 

Hilda Doolitlle, Álbum de recortes. Beinecke Rare Book and Manuscript Library

 

 

 

Una obra entre Oriente y Occidente

 

Otra característica de la literatura de Hilda Doolittle fue la fusión de rasgos de diferentes culturas en un afán por alcanzar un estado sublime.

De su vida bohemia adquirió inclinaciones por la estética y mirada del waka y del haiku japoneses. Sin embargo, la inclinación temática, estética también, es grecolatina.

La sexualidad en los poemas y novelas de Doolittle difieren de los versos de Safo en la ausencia habitual de unos sujetos corpóreos. No abundan las descripciones amatorias ni la claridad vigilante del enamorado. En cambio, Doolittle se muestra hermética. El objetivo parece ser el intento por alcanzar un erotismo trascendente.

 

 

La independencia individual, capaz de alcanzar cada capa de la condición humana, definió el concepto de “libertad” para la autora.

 

 

 

De hecho, la escritora llegó a describirse en la novela Píntalo hoy como una “prostituta espiritual”. Su pasión no era carnal, sino que buceaba en el alma de las personas que llegó a desear. Tampoco se trató de un deseo opresivo.

Más bien, en cambio, de una voluntad de pertenecer en la naturaleza del otro ser. La independencia individual, capaz de alcanzar cada capa de la condición humana, definió el concepto de “libertad” para la autora.

Sus obras fueron más que elocuentes. Entre sus poemarios destacan el temprano Sea Garden, publicado en 1916, Hymen, en 1921 y Helena en Egipto, en 1961. Este último fue muy característico al rescatar el personaje de Helena de Troya.

Recordemos que, en la literatura clásica, Helena destacó por una belleza sobrehumana, y llegó a pagar en varias ocasiones por su don al ser raptada.

Tras el trágico secuestro de Alejandro (Paris) de Troya, Homero la sitúa en la Odisea de nuevo en Esparta, a la vera de Menelao. Por el contrario, Doolittle imagina una Helena que, tras esa amarga experiencia, decide emigrar a Egipto, donde vive una vida libre de las ataduras masculinas.

 

 

 

Hilda Doolitlle, Álbum de recortes. Beinecke Rare Book and Manuscript Library

 

 

 

Narrativa y otros géneros

 

Pero H.D. no sólo se dedicó a la poesía. A lo largo de su vida escribió novela, teatro, cuentos infantiles y traducciones. De este maremágnum destacan los libros Palimpsesto (1926), HERmione (escrita en 1927), Noches (1935) y El anillo mágico, publicada póstumamente en 2009.

Algunos de sus versos desvelan su forma de vivir la vida y, en consecuencia, la literatura. Como este fragmento de un poema que dedicó a la mencionada Helena.

 

“Toda Grecia odia/ la mirada fija en el rostro blanco,/ el rostro como de aceitunas/ donde ella se alza,/ y las manos blancas (…) Grecia mira, impasible,/ a la hija de Dios, nacida del amor,/ la bella de pies fríos/ y rodillas delgadas,/ que podrían amar ciertamente a la criada/ solo si estuviera acostada,/ ceniza blanca entre cipreses fúnebres”.

 

 

 

Hilda Doolittle. Orlando–Cambridge University Press

 

 

 

Vida más allá de las letras

 

En 1913, Hilda Doolittle se casó con el escritor Richard Aldington. Su hija en común murió tras el parto, lo que produjo la separación de la pareja.

Aldington fue llamado a servir en el ejército tras el estallido de la Gran Guerra. Al mismo tiempo, Doolittle continuó manteniendo relaciones sexuales y platónicas con hombres y mujeres.

Alguien muy destacado fue la escritora Bryher, con quien compartió amantes masculinos desde 1918. De su relación con Cecil Gray nació Perdita Aldington, quien describió observaciones sobre su madre a partir de sus propias vivencias.

Los años veinte facilitaron que Bryher y Doolittle viajasen por diversos países, como a Grecia, Egipto y Estados Unidos. Esta relación terminaría rota tras la Segunda Guerra Mundial, de la misma forma que se materializaría el divorcio con Aldington, en 1938.

El resto de su tiempo lo dedicó a su literatura, sus relaciones y sus encuentros con amigos, amantes, círculos culturales.

De igual manera se interesó por el misticismo, el espiritismo y el psicoanálisis desde la propuesta de Sigmund Freud. Continuó impertérrita, vital y firme hasta su fallecimiento el 27 de septiembre de 1961, en su residencia de Zúrich, a los 75 años de edad.

 

 

 

Angeles Fraleigh, Retrato de Hilda Doolittle, 2022. Bethlehem Public Library

 

 

 

¿Del olvido al mito?

 

Hilda Doolittle vivió un estatus que fue característico hasta el revisionismo iniciado en los años setenta y ochenta.

Las figuras masculinas eclipsaron a las femeninas, ya desde el propio interés de la crítica literaria, y desde su eco, entre los lectores.

Una década después de su muerte, su obra comenzó a reeditarse y a moverse de nuevo como un descubrimiento luminoso.

Su figura es hoy un referente al subrayarse su concepción de la libertad femenina, que conllevó una sexualidad hoy interpretada como “poliamorosa”. Sin embargo, la idea de Doolittle no solo fue femenina, sino universal.

El amor no se limitó a la colección de amantes ni a la satisfacción pueril de la pulsión de las gónadas. Doolittle defendió poder acostarse con quien quisiera, como también amar sin sexo, adorar a quien le diese la gana y mantener amistades descarnadas.

En otras palabras, la libertad propuesta por Doolittle es profundamente erótica. Un erotismo apolíneo, que persigue una elevación desde el sexo, y no en el sexo en exclusiva.

A pesar del imprescindible redescubrimiento de su figura, la obra de H.D. sigue atrayendo a un grupo aún marginal de lectores. Quizá el problema sea el delicado hermetismo de la autora unido al tabú, todavía imperante, sobre el carácter complicado de la poesía al ser leída.

Sea como fuere, Hilda Doolittle es ejemplo y legado para nuevas generaciones de escritores, de hombres y de mujeres, ante nuevas sensibilidades. Una escritora que, desde su entrega efervescente, alcanzó todos los rincones del mundo.

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Filósofo y escritor. Columnista y crítico literario. A través de sus libros y artículos compagina reflexión y pensamiento desde una mirada filosófica y crítica.