‘Ulises’ de Joyce: el centenario de un libro revolucionario

Begoña R. Orbezua Por Begoña R. Orbezua
17 Min lectura
‘Ulises’ de James Joyce se publicó tras una serie de rechazos. Hacemos un recorrido por la historia de esta publicación

El 2 de febrero se celebra el centenario del Ulises de James Joyce (Dublín, 2 de febrero de 1882-Zúrich, 13 de enero de 1941). La novela hizo que el escritor irlandés se convirtiera en uno de los nombres más célebres de la literatura universal.

Ulises es uno de esos textos complejos y con fama de imposibles a los que pocos se atreven a hincar el diente. La fama de su autor tampoco ayuda. Insolente y arrogante, es muy conocido su comentario de que su novela experimental mantendría ocupados a los críticos durante trescientos años.

Ya vamos cien. El Ulises de Joyce se ha convertido en uno de los libros más influyentes en la literatura y la cultura posteriores. Sigue presente en los estudios académicos e incluso ha generado teorías filosóficas, como la Teoría del Bloom de Tiqqun.

La novela narra lo acontecido a dos personajes, Stephen Dedalus y Leopold Bloom, el día 16 de junio de 1904, en Dublín. Desde las ocho de la mañana, hora a la que se levantan y desayunan, y durante las siguientes diecinueve horas.

A lo largo de sus numerosas páginas, el lector acompaña a Leopold Bloom por diversos lugares de Dublín, detallados con increíble minuciosidad. En determinados momentos, se unirá a Stephen Dedalus, con el que acabará la jornada, bien entrada la noche. La historia se cierra con el famoso monólogo de Molly Bloom, la infiel esposa de Leopold, quien es incapaz de dormir durante esa madrugada.

 

 

El autor crea un discurso personal, simbólico e íntimo al mismo tiempo, con el que bucear en las profundidades de la dimensión humana.

 

 

Joyce establece un evidente juego de paralelismo entre la Odisea de Homero y su Ulises. Así, el personaje del judío Leopold Bloom y el del joven Stephen Dedalus simbolizan a Ulises y a su hijo Telémaco respectivamente. El uno, inmerso en la búsqueda simbólica del hijo; el otro, asistiendo a la emergente conciencia de sí mismo como escritor.

El autor despliega en esta novela todas sus innovaciones narrativas. Mezcla el fluir de conciencia con la descomposición del lenguaje convencional. Un discurso personal, simbólico e íntimo al mismo tiempo, con el que bucear en las profundidades de la dimensión humana.

 

 

 

Fotografía de un libro de la primera edición de ‘Ulises’ de James Joyce, 1922. Wikimedia Commons

 

 

 

El hombre

 

James Joyce nació en Dublín en 1882. Perteneciente a una familia de arraigada tradición católica, estudió en el colegio de jesuitas de Belvedere. Allí recibió una esmerada educación, entre 1893 y 1898, año en que se matriculó en la National University de Dublín.

La obra de Joyce está consagrada a Irlanda, aunque pasó la mayor parte de su vida adulta fuera de su país natal. Sin embargo, mantuvo siempre una relación conflictiva con su compleja realidad política e histórica. Durante la Segunda Guerra Mundial se trasladó a Zúrich, donde falleció en enero de 1941. En marzo del mismo año moriría también la escritora inglesa Virginia Woolf.

 

 

 

James Joyce en 1888 a los seis años. Posiblemente en Bray, un balneario al sur de Dublín. Los Joyce vivieron allí desde 1887 hasta 1892. Wikimedia Commons

 

 

 

Un genio complicado

 

Parece haber unanimidad en cuanto a la opinión que sobre Joyce tuvieron quienes lo conocieron. En la documentadísima novela gráfica Dublinés (Astiberri, 2011), Alberto Zapico repasa la biografía del irlandés desde la perspectiva de la gran figura literaria y la humana.

Nos muestra un genio complicado, un amigo indeseable y manipulador, un mal hijo, hermano y marido, borracho. Joyce tuvo además una capacidad innata para granjearse la enemistad de muchos de sus contemporáneos.

Son varias y conocidas las anécdotas; por ejemplo, la de su incómodo encuentro con Marcel Proust. Existen al menos seis versiones de lo que sucedió la madrugada del 19 de mayo de 1922 en el hotel Majestic de París.

Marcel Proust y James Joyce se vieron obligados a conversar en una gran celebración organizada por Sydney y Violet Schiff. Dos importantes mecenas británicos que homenajeaban a Igor Stravinsky y Sergei Diaghilev. Joyce llega borracho y es invitado a sentarse y conversar con Proust.

El aburrimiento que provocan el uno en el otro es tan evidente que en cinco minutos la conversación ha terminado. No hubo una animadversión inicial, pero lo cierto es que la primera mala impresión fue la que perduró en ambos. Tampoco fue mejor la cosa con Oscar Wilde o con D. H. Lawrence.

 

 

Gertrude Stein ni siquiera menta a Joyce en su magnífica ‘Autobiografía de Alice B. Toklas’, como si no hubiera existido

 

 

Mención aparte merece el profundo significado del silencio de Gertrude Stein. Ella ni siquiera mienta a Joyce en su magnífica Autobiografía de Alice B. Toklas (Lumen). Como si no hubiera existido y no hubieran compartido el mismo París y las mismas gentes. Cuenta Hemingway en sus memorias París era una fiesta que, si alguien mencionaba dos veces a Joyce en casa de Stein, nunca más volvía a ser invitado por la mecenas.

Gertrude Stein frecuentaba la casa de Adrienne Monnier, la librera francesa, amiga íntima de Sylvia Beach, la dueña de la famosa librería Shakespeare and Company. Allí, Stein y Beach se conocieron y llegaron a ser grandes amigas, aunque su relación se rompió por motivos desconocidos. En 1922, la norteamericana Sylvia Beach se convertiría en la editora del Ulises de James Joyce.

 

 

 

James Joyce por Alex Ehrenzweig, 1915. Wikimedia Commons

 

 

 

La odisea de la publicación

 

La historia de la publicación del manuscrito del irlandés es en sí misma una odisea que merece la escritura de otro libro. Lo cierto es que las dificultades para publicar fueron una constante para Joyce.

Uno de los episodios más conocidos en torno a la publicación de la obra es el rechazo de Virginia Woolf. Ella había fundado con su marido la Hogarth Press, un sello editorial de gran prestigio.

Virginia leyó doscientas páginas del Ulises, tal y como apunta en sus diarios –publicados en España por Tres Hermanas– y rechazó rotundamente publicar la novela de Joyce.

El texto ya había sido rechazado por otros editores de Londres y provincias. Woolf escribe en una carta de abril de 1918 a Lytton Sctrachey que le desagrada el contenido escatológico. Además, que no le parece que el método de Joyce, muy desarrollado, signifique mucho más que eliminar las explicaciones e incluir los pensamientos entre guiones. En su diario anotó que el escritor era autodidacta, egoísta, insistente, teatral, y en última instancia, abominable. También asegura que jamás ningún libro le había aburrido tanto, mostrando su preferencia por Proust.

 

 

 

Virginia leyó doscientas páginas del Ulises, tal y como apunta en sus diarios –publicados en España por Tres Hermanas– y rechazó rotundamente publicar la novela de Joyce.

 

 

Lejos de Londres y de Woolf, en el París de Stein, después de la Primera Guerra Mundial, escritores, poetas y artistas de todas las nacionalidades se habían instalado, atraídos por el ambiente de libertad.

Muchos de ellos, como Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald, Ezra Pound o Henry Miller provenían de Estados Unidos. Habían llegado huyendo de la prohibición, de la censura y de un derrumbe económico inminente. Formaron el grupo de escritores que Gertrude Stein denominó la «Generación Perdida».

Sylvia Beach, nacida en Maryland, pero que había vivido en París de adolescente, se convertiría en una figura clave en el panorama literario de la ciudad. Joyce tuvo la suerte de que su camino se cruzara con el de Sylvia Beach.

 

 

 

Joyce en la revista Shadowland
James Joyce en la página 33 de la revista ‘Shadowland’ de Septiembre de 1922. Wikimedia Commons

 

 

 

La buena amiga

 

Animada por Adrienne Monnier, amiga, pareja y dueña de una librería llamada La Maison des Amis des Livres, Sylvia abrió su propia librería. Shakespeare and Company desde su apertura a finales de 1919, se convirtió en lugar de encuentro para los intelectuales y escritores de habla inglesa, como Hemingway y otros integrantes de la «Generación Perdida». Beach fue un gran apoyo para muchos de ellos, una gran amiga, como narra el escritor norteamericano en sus memorias de París antes mencionadas.

También ayudó a James Joyce cuando nadie quiso publicar su novela por obscena, incluso pornográfica. La librera sufragó las necesidades del escritor y de su familia y pagó de su bolsillo los costes de imprimir y distribuir el libro. No fue un viaje fácil.

 

 

Sin Sylvia Beach Ulises jamás habría visto la luz y su eco no habría perdurado durante, al menos, un siglo.

 

 

Joyce continuaba escribiendo de forma compulsiva, cambiando capítulos enteros de la novela. Mientras el impresor francés y sus trabajadores (que no sabían inglés) montaban el libro a duras penas. La primera edición llegó a incluir una nota en la que el editor suplicaba la indulgencia del lector ante los inevitables errores tipográficos.

Sin Sylvia Beach Ulises jamás habría visto la luz y su eco no habría perdurado durante, al menos, un siglo. Ella y su asistente prepararon cientos de paquetes para todos los suscriptores que habían encargado el libro. Cargaron con los pesados ejemplares de más de 700 páginas hasta la oficina de correos.

El Ulises se envió a Estados Unidos camuflado como las Obras completas de Shakespeare, una brillante estrategia que les permitió burlar la censura. Beach se entregó en cuerpo y alma a la gran aventura de la publicación del manuscrito.

Sin embargo, Joyce nunca correspondió a Sylvia por su entrega, su generosidad y amistad. Cuando Random House le ofreció un adelanto de 45.000 dólares, no lo pensó dos veces y la abandonó.

En 2021, Salamandra publicó Warburg & Beach, una novela gráfica sobre librerías, bibliotecas y destinos cruzados, que recoge precisamente esta historia, así como la de Aby Warburg. El historiador alemán fundó la Biblioteca de Estudios Culturales de Warburg, otro magnífico proyecto intelectual que hoy día forma parte de la mitología cultural de la modernidad.

 

 

 

 

Joyce, Giorgio Joyce, Nora Barnacle y Lucia Joyce.
Paris 1924. James Joyce, Giorgio Joyce, Nora Barnacle y Lucia Joyce. Wikimedia Commons

 

 

 

La otra mujer detrás del genio

 

Sería injusto olvidar que hubo otra mujer a la que Joyce tuvo muchísimo que agradecer, Nora Barnacle, su compañera. La conoció un 16 de junio de 1904, cuando aún ella era Nora Barnacle.

Fue en Dublín, adonde habían llegado los dos para escapar de sus respectivos hogares. Nora trabajaba en el hotel Finn, Joyce intentaba conseguir algo de dinero. Comenzaron una relación de dependencia mutua y huyeron juntos al continente, un viaje vital que los llevó a Zúrich, Trieste y París. Rara vez volverían a Irlanda.

En honor a esa efeméride, la acción de la novela transcurre precisamente en esa fecha. Hoy en día sigue siendo recordada cada año en Dublín donde se celebra el Bloomsday, un festival que toma las calles de la ciudad en homenaje a Leopold Bloom.

 

 

La acción de la novela transcurre en la fecha que James y Nora huyeron de sus casas. Hoy día sigue siendo recordada cada año en Dublín como en Bloomsday

 

 

La periodista Brenda Maddox publicó en 1988 Nora, una extensa y detallada biografía sobre Nora Barnacle. En ella, describe a la “musa” (con todo el reparo que nos da escribir tal palabra) como el nexo del escritor con el mundo exterior.

Muchos de los personajes femeninos creados por Joyce están inspirados en Nora. La Gretta de Los muertos, la Anna Livia de Anna Livia Plurabelle (de Finnegans Wake) y, por supuesto, la Molly Bloom de Ulises.

Maddox nos muestra una Nora inteligente, una mujer de gran sentido común que decía lo que pensaba y no perdía el tiempo con sentimientos de culpa. También una mujer cuya fortaleza física y mental fue soporte metafórico y literal del escritor, cada día más ciego, más complicado y alcohólico.

Ella siempre intentó mantener a Joyce alejado de los excesos. Sin duda, además, el sentido del humor de Nora y su conversación irlandesa nutrieron los textos de Joyce. Joyce tomó de Nora todo lo que necesitaba de ella para escribir, en todos los aspectos.

 

 

 

Nora Barnacle con sus hijos. Dominio público

 

 

 

La verdadera mujer

 

Maddox desmonta los tópicos sobre una Nora analfabeta, tonta, que desconocía todo acerca del trabajo de Joyce y que era una compañera inadecuada. Si bien es verdad que no leyó casi nada de lo que Joyce escribió, intuía que era un gran escritor. Apostó por él, creando una vida familiar que le permitió escribir.

Muestra una imagen más justa de la mujer que acompañó a pesar de todo a Joyce, quien no siempre se portó bien con ella, por decirlo de una forma suave.

Maddox recoge en su libro el episodio relacionado con el famoso monólogo de Molly Bloom (último capítulo de Ulises), escrito sin puntuación y sin mayúsculas, tal y como escribía la propia Nora.

Dicho monólogo ofrece una imagen erótica muy cercana a las experiencias de Nora. A ella le molestaba sobremanera el uso que Joyce hacia de ella como personaje de laboratorio.

El desagrado llegó al límite cuando el escritor la animó al adulterio, con la excusa literaria de estudiar sus reacciones. No obstante, Nora se mantuvo al lado de James Joyce hasta el final.

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Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Deusto y licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Granada. Es profesora de Literatura, dinamiza clubes de lectura y talleres de escritura.