La cuarta novela de Santiago Lorenzo es una imagen de la precariedad y del exilio interior
Los asquerosos, la novela escrita por Santiago Lorenzo y publicada por Blackie Books, resultó ser un auténtico fenómeno editorial en 2018. A simple vista, el libro cuenta con una atractiva portada (hay que admitir que Blackie Books sabe muy bien lo que se hace en cuanto a la elección de portadas) y un título sugerente, que probablemente prometen bastante más de lo que finalmente acaba por darnos la novela. No hay que perder de vista nunca la importancia de los paratextos, que convierten el texto en libro y lo proponen como tal al público, antes que al lector, y que en este caso realizan su labor a la perfección.
Ayuda también a suscitar interés por la obra la figura del propio autor, Santiago Lorenzo, nacido en Portugalete (Bizkaia) en 1964, conocido por ser también guionista, director y productor cinematográfico.
Actualmente reside en un villorrio perdido por Segovia del que no sale demasiado y en el que, según cuenta la pequeña biografía que acompaña a la novela, «busca leña, se hace café y churros, construye maquetas y, sobre todo, escribe». Tal y como ha dicho él mismo en alguna entrevista, vivió muy bien integrado en la ciudad, pero no le apetecía vivir en un sitio gobernado por gente que le caía mal, como Esperanza Aguirre, Ignacio González y Ana Botella, razón que le llevó a residir lejos del mundanal ruido.
Esta es la cuarta novela de Santiago Lorenzo, después de Los huerfanitos (tres hermanos huérfanos que odian el teatro pero que deben montar una obra para salvar sus vidas), Los millones (a uno del GRAPO le toca la Primitiva, pero no puede cobrar el premio porque no tiene DNI) y Las ganas (Benito, un tipo más bien feo, pero sobre todo desgraciado, lleva tres años sin sexo, por lo que desarrolla un síndrome de abstinencia que influye en cada una de las parcelas de su desdichada vida).
En Los asquerosos, un narrador, del que apenas sabemos nada, relata la historia de su sobrino, al que va a bautizar como Manuel para preservar su anonimato
En Los asquerosos, un narrador, del que apenas sabemos nada, relata la historia de su sobrino, al que va a bautizar como Manuel para preservar su anonimato. Manuel es un joven español con una vida anodina que ha sufrido la misma crisis que ha condenado a toda su generación, se ve viviendo una vida miserable y sin sentido, afrontando la precariedad económica, a pesar de la cual logra emanciparse (alquilando un cuchitril ilegal en la madrileña calle Montera), y se asoma a un futuro sin expectativas de mejora.
Los hechos se precipitan cuando un día un agente antidisturbios intenta atacar a Manuel cuando este se dispone a salir del portal para ir a trabajar, en el contexto de unas manifestaciones con las que nada tiene que ver el protagonista. Como víctima fatal del destino, en defensa propia, Manuel hiere de gravedad en el cuello al policía, con un destornillador que siempre lleva encima a modo de amuleto. Ahí comienza una huida surrealista en la que recurre a su tío, ese narrador testigo, y que le aleja de Madrid para refugiarse en un pueblo abandonado, de los tantos que hay en la España vacía.
A partir de ahí, asistiremos al día a día del sobrino prófugo, su logística de supervivencia, el avituallamiento semanal a través del envío del Lidl, el gozo del ascetismo, el descubrimiento del camino a la felicidad a través de la práctica de los desapegos. Frente a lo que a priori se presenta como una auténtica tragedia para Manuel, llegará el verdadero regalo, saber que puede sobrevivir perfectamente lejos de la civilización y que además prefiere no regresar nunca más a ella. Comienza a disfrutar de una vida idílica que rápidamente pondrá en peligro la llegada de unos vecinos indeseados.
Bajo la huida surrealista de Manuel descansa la crítica a nuestra civilización, el individuo como náufrago en una sociedad depredadora y absurda (el Robinson Crusoe repetido hasta la saciedad desde la sinopsis de la contraportada a todas las reseñas) que invierte todo su tiempo en generarse más necesidades, que se engaña creyendo escapar de la ciudad para disfrutar del campo con ordenadores, tablets, móviles, persianas automáticas…
Bajo la huida surrealista de Manuel descansa la crítica a nuestra civilización, el individuo como náufrago en una sociedad depredadora y absurda
Un planteamiento atractivo, unos personajes miserables todos ellos, con los que nos es difícil empatizar, una única trama simple, sin giros de guión, sin sobresaltos, sin elipsis ni nada que el lector tenga que construir por sí mismo, quizás demasiado simple en ese sentido. Cuestión que parece «compensar» Santiago Lorenzo con el estilo barroco, cargado de palabrejas arcaicas o directamente inventadas, mezcladas con argot o vulgarismos, lenguaje coloquial junto con registros muy cultos, técnicos.
La novela está repleta de descripciones excesivamente meticulosas, carentes de interés, repeticiones de pensamientos pseudofilosóficos acerca de la soledad, el consumo, la comunicación y la necesidad de los afectos personales, hasta entrar en un bucle en el que sobreexplota dichos recursos, perdiendo el texto la originalidad y la gracia de las primeras páginas y matando el ritmo a golpe de bricolaje rural.
Santiago Lorenzo nos plantea en esta novela una interesante, pero desaprovechada tal vez, imagen de la misantropía, del exilio interior y de la austeridad volitiva, aunque sin duda lejos de la calidad del beatus ille de Fray Luis de León, de Walden o de El prado de Rosinka.
Santiago Lorenzo, Los asquerosos, Blackie Books, 2018. 224 páginas. 19,95€