Una oda a la amabilidad

Begoña R. Orbezua Por Begoña R. Orbezua
8 Min lectura
‘Los últimos románticos’ es la cuarta novela de Txani Rodríguez, publicada este año por Seix Barral

Pagué, me fui con la cerveza hasta el cuarto de baño, me metí en uno de los servicios y me senté sobre el retrete. Noté en las nalgas el frío de la tapa, pero sabía que en breve mi cuerpo trasladaría calor suficiente como para calentar aquella superficie lisa. El posavasos, en el que podía leerse el nombre del bar –La Jirafa–, se había adherido al culo de la jarra y empecé, como solía hacer, a contar los segundos que transcurrían hasta que se desprendiera y cayera al suelo. Me gustaba encerrarme allí porque las puertas estaban hechas con un material que permitía ver lo que pasaba fuera sin que, a modo de contrapartida, tuviera que verse nada en absoluto del interior.

 

Así suena la voz de Irune, la protagonista de la cuarta novela de Txani Rodríguez, que acaba de publicar, después de Lo que será de nosotros (Erein), Agosto (Lengua de trapo) y Si quieres, puedes quedarte aquí (Tres Hermanas).

La autora, nacida en Llodio en 1977, con raíces andaluzas, trabaja también en radio y su firma es habitual en varios periódicos vascos. Los últimos románticos, su último título publicado por Seix Barral, ha llegado a las librerías con retraso, como ha sucedido con muchos otros debido al confinamiento, que, por supuesto, también está afectando presentaciones y firmas.

A pesar de que la situación no es la óptima para lanzar una novela, parece que los románticos de Txani está teniendo una gran acogida por parte de los lectores. Probablemente porque se trata de una historia aparentemente sencilla, fácil de leer, un tanto triste, pero que deja un buen sabor de boca y la sensación de haber transitado por un mundo muy cercano y conocido, un mundo que en gran medida está desapareciendo.

 

 

‘Los últimos románticos’ es una oda a la amabilidad, tan necesaria siempre, entre vecinos, compañeros de trabajo, personas que pertenecen a una misma comunidad

 

 

Probablemente, también, porque Los últimos románticos es una oda a la amabilidad, tan necesaria siempre, entre vecinos, compañeros de trabajo, personas que pertenecen a una misma comunidad. Así nos da la pista ya la dedicatoria con la que se abre el libro: «Y a todas las personas que fueron amables conmigo alguna vez».

Los últimos románticos es la historia de Irune, contada por ella misma a través de cortos capítulos. Una voz narradora clave en el texto, bien construida y mantenida hasta el final, que provoca sentimientos encontrados al lector, que a veces desea darle un abrazo y otras sacudirla y empujarla hacia adelante en su camino. Una prosa cuidada, repleta de detalles, que se observa desde las primeras palabras de la novela:

 

 

Las cosas pasaron como pasan los trenes de mercancías: con un estruendo de velocidad anunciado desde lejos. Pensándolo ahora, me resulta difícil delimitar el momento en el que se percibe por vez primera el ruido previo al fragor, hueco e imprevisible, pero pudo ser, por ejemplo, cuando, al poco de haber salido de la fábrica, noté que las asas de las bolsas de plástico se me estaban clavando en las palmas de las manos. Una simpleza, lo sé, pero cuando esté a punto de morir —algo que espero que ocurra dentro de muchos años—, y en mi agonía se sucedan imágenes del pasado, sé que me asistirán instantes menores: conversaciones intrascendentes, aburridas mañanas de noviembre, cenas frugales.

 

 

Irune es una joven peculiar que vive en un pueblo industrial próximo a Bilbao y trabaja en una fábrica de papel. Huérfana de padre y madre, como las típicas heroínas de los cuentos, apenas se relaciona con nadie ni hace nada más con su vida salvo trabajar en la sección de papel higiénico.

Vive aislada del mundo. Sin embargo, el punto de inflexión llega cuando surge un conflicto laboral en la fábrica en el que Irune decide implicarse, dejándose llevar por la empatía y la amabilidad que la caracterizan, y por una fuerza interior que está claro que posee, aunque a priori el tema no le toca a ella ni conoce a los trabajadores involucrados.

Lo hace porque Irune es una persona extraña, con costumbres un tanto raras, con pocas relaciones personales. Algunas de ellas muy complicadas, con los vecinos, o un tanto locas, como la relación telefónica y platónica que mantiene con Miguel María, un teleoperador de Renfe al que llama, para refugiarse en su voz, con la excusa de consultar itinerarios y horarios de trenes que jamás tomará. Pero también es extremadamente sensible con las personas y la naturaleza, solidaria y amable, y se rige por un código moral perteneciente a una época que está apunto de finalizar.

 

 

Txani nos invita en su última novela a practicar los desapegos, a dejar atrás el pasado para ser capaces de abrazar el cambio que supone una promesa de futuro

 

 

 

Txani Rodríguez ha construido una voz inocente, desencantada de la vida, un tanto desquiciada, hipocondríaca, a ratos muy dramática, pero también cargada de humor. Una voz que va evolucionando a medida que Irune va asumiendo que ha de dejar atrás el pasado y que lo único que puede hacer es lanzarse de cabeza hacia el cambio.

Txani nos invita en su última novela a practicar los desapegos, a dejar atrás el pasado para ser capaces de abrazar el cambio que supone una promesa de futuro. A abrirnos a la vida deshaciéndonos de miedos y limitaciones autoimpuestas, a recuperar la amabilidad y los cuidados hacia el otro como actitud, sin dejar de lado un tema tan importante en los tiempos que vivimos: el respeto y preservación del medioambiente, del paisaje que fagocitamos en el proceso de la industrialización. Los últimos románticos es una novela amable cargada de esperanza y melancolía.

 

Txani Rodríguez, Los últimos románticos, Seix Barral, 2020. 192 páginas. 18€

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Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Deusto y licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Granada. Es profesora de Literatura, dinamiza clubes de lectura y talleres de escritura.