Francis Bacon: el hombre que amó la ambigüedad

David Lorenzo Cardiel Por David Lorenzo Cardiel
13 Min lectura
Tres décadas del fallecimiento del pintor británico, en una visita a Madrid. Francis Bacon dejó un legado genial, pero envuelto en polémica

El pasado 28 de abril se cumplieron treinta años del fallecimiento de Francis Bacon (Dublín, 1909–Madrid, 1992). A la sombra, quizá por la herencia de su nombre, del celebérrimo padre del empirismo.

Sin embargo, al dublinés no le pesó ninguna comparación del destino. Forjó el suyo propio mediante la originalidad y sus casi seiscientas pinturas y otros tantos dibujos.

Hoy, sus lienzos se estudian desde la filosofía de la imagen y la historia del arte. Se custodian sus obras en algunos de los más preciados museos, como el Reina Sofía en Madrid. Se estudia su método y su arte. Y lo que es más relevante, la semántica de su trazo, el alma de su expresión, siguen siendo objeto de discusión y estudio académico.

«Hubo un tiempo en que tuve la esperanza de hacer el mejor cuadro del grito humano», declaró en una entrevista a David Sylvester en 1966. Recordamos la vida del prolífico pintor en un singular recorrido por su impronta artística.

 

 

 

Retrato de Francis Bacon

 

 

 

Juventud desasosegante, primeros trazos

 

Francis Bacon nació en 1909 en Dublín, hijo de padre australiano y madre inglesa, cuando la isla formaba parte de Gran Bretaña.

Su infancia se curtió entre Irlanda e Inglaterra, en especial a partir de 1914 y el inicio de la Primera Guerra Mundial.

Un joven Bacon asmático y con problemas de salud comenzó a experimentar el transfuguismo de la inocencia. La adolescencia llegó para construir, en su ambivalencia, al hombre adulto.

Pronto comenzó a mostrar sus inclinaciones sexuales hacia los hombres, llegando a sentirse atraído por su padre, además de por algunos muchachos.

En 1925, con 16 años, fue expulsado del hogar paterno por homosexual. Su progenitor esperaba que desaparecieran sus preferencias sexuales, pero fue la experiencia alemana, en el aperturismo postbélico de la República de Wiemar, quien las incentivó.

 

 

 

Francis Bacon, Tres estudios de figuras al pie de una crucifixión,1962. Guggenhein Bilbao

 

 

 

A partir de ese momento, el mundo se abrió ante un Bacon que lentamente dejaba de ser un muchacho para convertirse en adulto. Pasó los siguientes años entre París y Berlín, nutriéndose de la experimentación de las vanguardias y de la riqueza intelectual de ambas capitales.

En este periplo bebió de la mirada de Nicolás Poussin, del cine en sus primeros albores, de Picasso. Este último, junto con la frescura conceptual del montaje en el séptimo arte alemán, como los que realizaba Serguéi Eisenstein, acabaron por inspirarle.

Decidió hacerse pintor. Regresó a Londres –de hecho, siempre se sintió inglés–, tomó clases de pintura.

Sus primeras obras, en las que trabajó la acuarela, el óleo o el gouache, le condujeron a la realidad del duro camino del artista.

Sus esfuerzos se desvanecieron en la indiferencia del público, de la crítica y de los círculos pictóricos. Muchas de las obras de este primer periodo fueron destruidas por esta razón. Pero el tiempo le reservaría algo de luz detrás de las tinieblas.

 

 

 

Francis Bacon - pintor
Francis Bacon, Pintura, 1946

 

 

 

Madurez y triunfo

 

En 1930, el pintor comenzó a trabajar como diseñador de muebles y decorador de interiores al mismo tiempo que continuaba perseverando en su vocación artística.

Desde el principio se mantuvo orbitando en torno a dos estilos, el surrealismo y el expresionismo. Y como es natural en la vida de todo autor, su experiencia vital y sus sentimientos quedaron impresos en su obra.

Para él, trazar la tragedia de la existencia humana, que tanto le impresionó, resultaba prioritario. En ese intento no hubo tanto interés por representar como por indagar mediante la pintura.

Los amantes, la búsqueda de su propia identidad y las noches de alcohol y peleas desarrollaron su rostro más enajenado y destructivo. Precisamente el que se repite en sus pinturas.

 

 

 

Francis Bacon, Furia, 1944

 

 

 

La violencia que sufren los personajes retratados se convirtió también en un signo de identidad indiscutible de su trabajo. Tan repetitivo fue este carácter a lo largo de su vida que se convirtió en un argumento recurrente en contra del valor de su obra.

Fue en 1949 cuando su carrera artística por fin despuntó. El Museo de Arte Moderno de Nueva York adquirió el lienzo Pintura (1946), donde pueden distinguirse dos personas, al menos una de ellas crucificada y abierta.

Es decir, podía verse la desnudez de la carne. Su agresión frente a la humana sensación de seguridad y bienestar, encarnada quizás en el decoro y la vestimenta.

Ya en 1944 fue ampliamente criticado por su tríptico Tres estudios de figuras al pie de una crucifixión. Hoy en día una es considerada una de las obras más inquietantes del siglo XX.

 

 

 

Francis Bacon, Tres estudios de figuras al pie de una crucifixión, 1944

 

 

 

Un genio indiscutible…

 

A partir del respaldo del MoMA, el trabajo de Francis Bacon comenzó a popularizarse dentro y cada vez más fuera del mundillo pictórico londinense.

La crucifixión y los cadáveres expuestos como en una carnicería dieron paso a los fantasmas. Muy conocido es el cuadro Estudio del retrato del Papa Inocencio X de Velázquez (1953), donde el pontífice surge como un fantasma aterrador.

En esta obra ya comienzan a aparecer los rostros desfigurados y sufrientes, además de los tonos azulados. Un tono de color que acompañó a sus interpretaciones de grandes amores de su vida como el piloto Peter Lacy y George Dyer.

De hecho, este último fue su modelo durante casi una década. Estas trágicas e imprevisibles relaciones marcaron su obra. Este carácter puede apreciarse en pinturas como Estudio de retrato para P.L., de 1962, o Tres estudios para autorretrato, de 1976.

En cualquier caso, la belleza siempre fue ligada para Bacon a la violencia, al desvanecimiento de la vida y al desastre prometido. Y, de hecho, el artista británico mantuvo una doble vida.

El día, la era de la luz, fue también la de su faceta social, pública y artística. Durante la noche, en el velo de su oscuridad, se convirtió en el masoquista, alcohólico y hombre agresivo que tanto dio que hablar.

 

 

 

Francis Bacon - pintor
Francis Bacon, Estudio del retrato del Papa Inocencio X de Velázquez, 1953

 

 

 

…pero polémico

 

Su obra, a merced de su persona, fue tan amada como criticada. Para unos, Francis Bacon fue un genio preeminente, un revolucionario secuestrado en una sociedad puritana que sólo se disfrazaba de libre cuando le convenía.

Para otros, un agitador, un trastornado y un hombre mediocre incapaz de realizar verdadero arte.

Críticos, filósofos y compañeros de profesión como Michel Leiris, Gilles Deleuze y John Russell avalaron la creatividad del británico.

Sin embargo, no fueron pocos los especialistas de todo el mundo que también se opusieron a su obra.

La que tuvo mayor calado fue, sin duda, quien fue la primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher. Fue la política quien legó a la historia la descripción de la obra de Bacon como «asquerosos trozos de carne».

 

 

 

Francis Bacon - pintor - Head VI
Francis Bacon, Head VI, 1949

 

 

 

Muerte y legado

 

No fue hasta 1992 cuando el artista falleció en Madrid, posiblemente durante una de sus visitas a uno de sus amantes, el español José Capelo.

Hasta su final, Bacon no dejó de estudiar la pintura, que vivía como un organismo del que debían estudiarse sus funciones vitales.

No sólo Londres, Berlín, París o Nueva York. El Museo del Prado se convirtió en uno de sus referentes durante sus viajes a España. Sus recurrentes visitas le permitieron acceder a las obras de artistas como Velázquez y Goya.

A pesar de la acusación de que su obra no progresaba desde su albor, sí lo hizo su composición. No su enfoque, porque para Bacon, como afirmó en múltiples entrevistas y testimonios, la vida era «una cagada de perro sobre la acera».

Esa revelación que quedó anotada se produjo cuando el autor tenía diecisiete años. Muy probablemente impulsado por el dolor y la desazón de la expulsión del seno familiar apenas unos meses antes. Así lo recogió Sylvester en su libro Entrevistas, en 1987.

 

 

 

Francis Bacon - pintor - autorretrato
Francis Bacon, Autorretrato, 1972

 

 

 

Influencia y eternidad

 

Su obra se inscribe hoy en día dentro de la corriente de Nueva Figuración. Es decir, el retorno a la pintura figurativa frente a la abstracción, en la que la figura humana se retoma distorsionada.

No es casual este cambio de rumbo: de la alegría previa a las guerras mundiales a la destrucción genocida tras el segundo de estos conflictos.

En el caso de Francis Bacon existe una innegable naturaleza pionera, surgida de su mirada limpia sobre su dolor y su percepción de la verdad. Este hecho es lo que refuerza la autenticidad y el gran valor del genio del artista inglés.

Sus pinturas son hoy algunas de las más cotizadas, habiendo batido récords en el precio de venta. Su influencia caló desde el principio tanto en la pintura como en otras artes, en especial en el cine o en la filosofía.

 

 

 

Estudio del pintor Francis Bacon
Perry Ogden, Francis Bacon’s 7 Reece Mews studio, London, 1998 © The Estate of Francis Bacon. All rights reserved. DACS 2017

 

 

 

En el primero existe de manera más clara, como puede apreciarse en el filme El último tango en París, de Bernardo Bertolucci, de 1973. Mientras tanto, en el pensamiento lo hace en una doble dirección, estética y psicoanalítica.

Son multitud los especialistas que han centrado sus especialidades académicas en descifrar el recóndito código intencional, además de simbólico, del dublinés.

Bacon, como el filósofo homónimo, pasó a la historia para transformarla. El uno, con el preciso trazo de la cóncava y clarividente realidad. El otro, en el convexo ulular de una pasión, de un todo, que se deshilachaba cada noche, en cada lienzo, hasta hallar la eternidad.

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Filósofo y escritor. Columnista y crítico literario. A través de sus libros y artículos compagina reflexión y pensamiento desde una mirada filosófica y crítica.