Marina Vargas, Anonymous was a woman, 2024. Foto: Danielle Cruz

Marina Vargas, el ritual y los abusos en el mundo del arte

Danielle Cruz Por Danielle Cruz
7 Min lectura
‘Anonymous was a Woman’, su exposición en estos momentos en Madrid, entra en la recta final

En la fría tarde del pasado 8 de marzo, tuvo lugar en la galería Fernando Pradilla de Madrid, una visita guiada con la artista Marina Vargas (Granada, 1980) y la comisaria Semíramis González, por la exposición Anonymous was a Woman.

El título se inspira en la icónica frase de Virginia Woolf en Una habitación propia. Marina Vargas reivindica así los relatos negados a las mujeres. “A día de hoy todavía hay la dificultad de que la mujer dé su propio relato”, cuenta la artista. “Por las estructuras sociales y los problemas que todavía arrastramos”.

Este problema estructural lo aborda en su exposición desde múltiples frentes. Por un lado, recupera el sentido ritual de imágenes y objetos que en Occidente se convierten en ornamentación. Por otro, lo hace a través de una instalación de máscaras, fotografías y pieza audiovisual, activadas por varias mujeres que han denunciado abusos sexuales en el ámbito del arte español.

Un trabajo minucioso que dio lugar a una serie de piezas compuestas de toda suerte de símbolos místicos, alquímicos y de significado personal para la artista. “Son dibujos en los que me remito a símbolos, ocultista, diálogo conmigo misma y nombres de feminista asesinada como Mahsa Amini, la idea del animal, la idea del Sagrado Corazón”, dijo Marina Vargas.

El conjunto de la obra, que según contó la artista a elemmental, se tardó dos años y medio en realizarse. Una organicidad que, en esta ocasión, va de las cualidades físicas de su obra anterior, a las espirituales, ideales y psicológicas.

 

 

La artista Marina Vargas. Fernando Pradilla, 2024. Foto: Danielle Cruz
La artista Marina Vargas. Fernando Pradilla, 2024. Foto: Danielle Cruz

 

 

Tensiones culturales y reivindicaciones de significados

 

En Anonymous was a Woman, Marina Vargas hace referencia también a las diferencias culturales que tienen lugar en Occidente y Oriente, y cómo desde este lado del mundo hemos ido cerrando los ojos a otras realidades y borrando el legado femenino.

Es el caso de Sybilla, la escultura que nos recibe en la entrada de la galería. La serpiente, señala Vargas, en Occidente tiene un significado oscuro, sin embargo “en Oriente es sanación y energía, una aliada poderosa”, contó la artista haciendo referencia a la kundalini.

Sin embargo, son las pinturas las cobran que protagonismo en la sala. Han sido creadas desde fragmentos, de manera orgánica hasta llegar a su forma final. En ellas, “hay runas vikingas, símbolos astrológicos en un estudio de astrología. En estos dibujos lo que reivindico el ornamento como contenedor de significado”, dijo Marina Vargas.

Y aunque resuene las tensiones en esta exposición, la artista recupera también la figura de Santa Margarita María de Alacoque, quien entre los años 1673 y 1675 creó la iconografía del Sagrado Corazón de Jesús.

 

 

Marina Vargas, Sybilla, 2024. Fernando Pradilla. Foto: Danielle Cruz
Marina Vargas, Sybilla, 2024. Fernando Pradilla. Foto: Danielle Cruz

 

 

Los discursos negados de “la tribu”

 

En la segunda sala, la del aquelarre, doce máscaras hacen un semicírculo. Son máscaras africanas con distintos significados que Marina Vargas ha ido consiguiendo en subastas, en función de su sentido ritual, para luego trabajarlas.

Por definición, la máscara tiene doble función. Si por un lado enseña y se activa en un ritual, por el otro esconde y sobrepasa, en términos de intención, al sujeto que la utiliza.

“Son muy pocas las máscaras con las que se permiten a una mujer danzar o activarlas”, afirmó la artista. Algunas máscaras elegidas por la artista son utilizadas por hombres en rituales para, por ejemplo, que sus mujeres tengan un buen parto.

Todas menos una han sido activadas por compañeras Anónimas que, en solidaridad con el episodio de abuso que sufrió Marina Vargas en 2019 durante una feria de arte, le han ido compartiendo.

Artistas, gestoras culturales y mujeres de su entorno han ido sumándose en una especie de Me Too que busca ir más allá de la denuncia y convertirse en ritual. Los relatos hablan de abusos sexuales, órdenes de alejamiento saltadas, violencia obstetricia, entre otros temas.

 

 

Visitantes en la exposición 'Anonymous was a Woman' de Marina Vargas. Fernando Pradilla, 2024. Foto: Danielle Cruz
Visitantes en la exposición ‘Anonymous was a Woman’ de Marina Vargas. Fernando Pradilla, 2024. Foto: Danielle Cruz

 

“En una residencia de artistas, uno de los curadores me agredió sexualmente… Me pidió que no se hablara de ello… Sabíamos que no era la primera vez que cometía una agresión. Convocar la organización fue devastador, ya que estaban dispuestos a cuestionarme para no dañar su reputación”, reza uno de ellos.

“Después de varias invitaciones, accedí a verlo. Pensé que si un director de museo me ofrecía un encuentro no habría que dudarlo… Enseguida empezó a descalificarme, a no permitirme hablar para proteger su imagen pública… Hacía bromas sobre cómo podía arruinar carreras… Alcé mínimamente la voz y sufrí muchas represalias por parte de mi entorno y de la comunidad del arte, lo que me hizo más daño que él me hizo”, relata otra Anónima.

 

‘Anonymous was a Woman’, de Marina Vargas, puede verse hasta el día 18 de marzo de 2024 en la galería Fernando Pradilla de Madrid.

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Es editora de elemmental. Doctoranda en Comunicación. Estudió Edición y Filosofía. Amante del arte y los nuevos medios. Estuvo antes en el Cultura/s del diario La Vanguardia.