Marcel Proust y la memoria afectiva

Bego R. Orbezua Por Bego R. Orbezua
10 Min lectura
Cien años nos separan del escritor francés Marcel Proust, autor de la célebre novela ‘En busca del tiempo perdido’

En busca del tiempo perdido, obra colosal de Marcel Proust (París, 1871–1922), resuena como una de las cumbres de la literatura del siglo XX. Es innegable la enorme influencia que el texto ejerce en el campo de la literatura, de la filosofía y de la teoría del arte posterior.

¿Quién no conoce el pasaje de la magdalena untada en el té? Probablemente muchísima más gente de la que en verdad ha leído al célebre autor del que ahora nos separan cien años. Porque, no nos engañemos, Marcel Proust, pionero de la novela moderna, como James Joyce y Virginia Woolf, es un nombre que infunde admiración y temor a partes iguales.

No es para menos, En busca del tiempo perdido se compone de siete volúmenes, un total de más de tres mil páginas. Una cifra descomunal que inspira, en el mejor de los casos, cierto respeto al lector.

 

Marcel Proust
Retrato de Marcel Proust el 24 de marzo de 1887. Foto de Paul Nadar. Biblioteca nacional de Francia. Wikimedia Commons

 

Una vida de altibajos

 

Proust nació en el número 96 de la rue Fontaine de Auteuil de París, el 10 de julio de 1871. Tuvo la fortuna de venir al mundo en el seno de una familia acomodada que siempre atendería las necesidades del primogénito.

Su madre, Jeanne Clemence Weil, era una judía alsaciana muy culta. Adrien Proust, su padre, fue un conocido epidemiólogo francés. Igualmente, el propio Marcel fue un estudiante excepcional que obtuvo tres títulos universitarios: Derecho, Letras y Filosofía.

Desde la infancia padeció crisis de asma casi a diario, por lo que creció bajo la sobreprotección de su madre. Jeanne Clemence Weil fue una figura clave en la vida de Proust. Su muerte en 1905 fue lo único que lo alejó temporalmente de la escritura.

La vida se volvió más hostil para el escritor, quien pasó el resto de sus años prácticamente recluido. En su caso, la torre de marfil era una habitación forrada de corcho donde se encerraba para recuperar el tiempo perdido, la vida ya vivida. Paisaje este más que suficiente para quien piensa que la felicidad no consiste en encontrar nuevas tierras, sino en ver con otros ojos.

 

Marcel Proust
Retrato de Marcel Proust a los 21 años de edad, por el pintor Jacques Emile Blanche, 1892. Wikimedia Commons

 

Bajo el mecenazgo del conde Robert de Montesquiou escribió su gran obra hasta que una neumonía acabara con él en París el 18 de noviembre de 1922. Tenía cincuenta y un años y dicen los biógrafos que la última palabra que salió de su boca fue «madre».

Pero hay otra mujer fundamental en la vida de Proust, al menos en sus últimos años, los más importantes en la producción de su obra. Céleste Albaret, su ama de llaves, asistente personal, secretaria, enfermera y amiga.

De su testimonio echan mano los biógrafos del escritor. Celeste se mantuvo en silencio durante mucho tiempo pero a los ochenta y dos años, aceptó conversar con Georges Belmont. Estas conversaciones fueron grabadas y dieron lugar al libro Monsieur Proust (Capitán Swing, 2013). En estas memorias, con inteligencia, cariño y devoción, Celeste hace un repaso a la última etapa de Proust.

 

Giovanni Boldini, Retrato del conde Robert de Montesquiou, 1897. Wikimedia Commons

 

El tiempo perdido

 

La primera obra de Marcel Proust fue Los placeres y los días, una colección de ensayos y relatos publicada en 1896. En ella, Proust ya se muestra como el sagaz observador de los salones de la ciudad, ambiente por antonomasia al que pertenecía el autor.

Despunta su prosa con extrema atención al detalle, a la descripción minuciosa. Sin embargo, En busca del tiempo perdido es, sin duda alguna, su gran obra y el título que le convierte en mito.

Cuenta la leyenda que una mañana en su pueblo natal, Marcel Proust sintió el deseo de desayunar magdalenas, tal y como hacía de niño. Con el primer bocado, el olor y el sabor evocaron en el escritor un torrente de recuerdos infantiles olvidados.

 

Marcel Proust (sentado), Robert de Flers (izquierda) y Lucien Daudet (derecha), hacia 1894. Wikimedia Commons

 

Acababa de nacer el germen de la novela que se escribiría entre 1908 y 1922, y vería la luz entre 1913 y 1927. El eje central es la recuperación del pasado tomando la memoria como hilo conductor.

El lector asiste al largo monólogo interior de un joven hipersensible, aspirante a escritor, hijo de una familia burguesa de París de principios del siglo XX. De este modo, este joven recorrerá el mundo de la aristocracia, los salones, los pueblos de veraneo y otros escenarios, trasuntos del mundo de Proust.

Con esta novela, Marcel Proust revolucionó el panorama narrativo. Aunque la primera parte, Por el camino de Swann (1913), pagada de su bolsillo, pasó desapercibida.

Cinco años después, publicó A la sombra de las muchachas en flor, obra que ganó el prestigioso Premio Goncourt.

El éxito continuó con las siguientes, la tercera y la cuarta, El mundo de los Guermantes (1920-1921) y Sodoma y Gomorra (1921-1922). Las tres últimas partes son póstumas y llevan por título La prisionera (1923), La desaparición de Albertina (1925) y El tiempo recobrado (1927).

 

Retrato de Marcel Proust

 

La memoria involuntaria y el tiempo

 

Proust y su magdalena, aun sin haberlo leído, forma parte de nuestro imaginario colectivo. Y es que, en efecto, el olfato es el más evocador de los sentidos.

Los olores nos transportan en el tiempo, nos abren las compuertas de la memoria y nos trasladan al presente recuerdos que creíamos perdidos. El café recién hecho, el petricor, la fragancia de la colonia infantil.

Somos vulnerables a esos olores, los recuerdos nos asaltan desde lo más profundo y remoto de nosotros mismos. Estas conexiones entre la memoria y el olfato reciben, precisamente, el nombre de «fenómeno de Proust».

Marcel Proust descubrió un tipo de memoria que no puede evocarse a voluntad y que escapa al dominio de la inteligencia, la memoria involuntaria. A través de ésta, propuso nuevas formas de entender la historia y la memoria, cuestiona la concepción lineal y homogénea del tiempo, propia del siglo XIX.

 

Marcel Proust
Foto de Marcel Proust por Otto Wegener (1849-1924). Wikimedia Commons

 

La reconstrucción de una vida

 

Así pues, su literatura se construye sobre la experiencia, el olvido y la memoria. La novela para Proust es un ejercicio de subjetivación mediante la escritura.

La reconstrucción de una vida gracias a la memoria involuntaria que devuelve del pasado su presencia física y sensible mediante el recuerdo. Asimismo, el intento de recuperar los días felices, los días plenos, el tiempo de la experiencia.

Con Marcel Proust y su magdalena, asistimos al momento en el que se produce el encuentro con una vida anterior. En mitad del tiempo homogéneo, del tedio del eterno retorno y del spleen. Proust, el recuerdo y el tiempo perdido han pasado a la historia de la literatura a pesar de los obstáculos iniciales.

Es de sobra conocida la negativa de André Gide a la publicación del texto de Proust. El autor estaba convencido de que el desprecio de Gide fue tal que ni siquiera se dignó abrir el paquete que contenía el manuscrito. Opinó de él que es un esnob y su estilo le disgustaba. Por supuesto, Gide se arrepentiría toda la vida de la decisión tomada.

Compartir este artículo