Hannah Arendt: libertad, acción, poder

David Lorenzo Cardiel Por David Lorenzo Cardiel
13 Min lectura
La escritora judía revolucionó la teoría política y se convirtió, aún sin pretenderlo, en una de las pensadoras más influyentes del siglo XX

“Bueno, me temo que tengo que empezar protestando. Yo no pertenezco al círculo de los filósofos. Mi profesión, si puede hablarse de algo así, es la teoría política. No me siento de ninguna manera una filósofa”. Sonriente y sosteniendo un humeante cigarrillo, Hannah Arendt (Linden-Limmer, 1906–Nueva York, 1975) comenzó con estas palabras la ya mítica entrevista que le realizó Günter Gaus en 1964.

La teórica política dejaba clara una línea insalvable: su pensamiento era el fruto de otras ambiciones. Su obra adquirió una repercusión que sigue reverberando en nuestros días es gracias a la frescura e independencia filosófica que vertebró su legado.

Porque Hannah Arendt, nacida en 1906 en Linden-Limmer, hoy parte de Hannover, y criada en la prusiana Königsberg, actual Kaliningrado, fue desde su adolescencia una filósofa magnética. Estudió a Kant y a Kierkegaard antes de terminar su escolaridad. Aprobó el acceso a la universidad presentándose por su cuenta.

En Marburgo, fue alumna del teólogo Rudolf Bultmann y del prestigioso filósofo Martin Heidegger, con quien mantuvo un polémico romance. Heidegger y Arendt se llevaban diecisiete años de diferencia. La entonces joven futura filósofa se trasladó a Friburgo, donde asistió a las clases de Edmund Husserl, y más tarde a la Universidad de Heidelberg.

En esta última se doctoró con una tesis sobre el concepto de “amor” en la obra de San Agustín bajo la dirección de tesis de Karl Jaspers. Su amistad con Jaspers y su lealtad a Heidegger se mantuvieron a lo largo de toda su vida.

 

Hannah Arendt
Eva y Clara Beerwald con Hannah Arendt, hacia 1922. Wikimedia Commons

 

El exilio

 

Su expansión intelectual se extendió en el momento en que se inició en el columnismo en prensa y la crítica literaria. En 1937 le fue retirada la nacionalidad alemana por el régimen nazi llevándola a la condición de apátrida hasta 1951. Tampoco en Francia encontró su lugar: en 1940 fue detenida y enviada al campo de internamiento en Gurs, de donde escapó. Vía Lisboa, llegó en 1941 a Estados Unidos, donde se asentó junto a su segundo marido, el también filósofo Heinrich Blücher.

Durante este tiempo se enfrentó a los sionistas (defensores de un Estado judío) y al nazismo. Se opuso frontalmente a cualquier forma de discriminación y de racismo en la extensión de su obra filosófica.

Más tarde, en 1959, Arendt fue la primera mujer incorporada como docente en la Universidad de Princeton. Junto con la violencia de la guerra y los padecimientos del pueblo judío, del que formaba parte, marcaron su pensamiento. Una serie de ideas que han marcado un revuelto siglo XX y que siguen agitando la discusión intelectual en nuestros días.

 

Hannah Arendt
Fotografía de Hannah Arendt en 1933. Wikimedia Commons

 

Violencia y poder

 

La cuestión de la “banalidad del mal”, que la erudita expuso en la serie de artículos Eichmann en Jerusalén, publicados inicialmente en The New Yorker en 1963.

En resumen, un sistema político puede convertir expresiones de una violencia extrema, como es el exterminio de masas, en un mero proceso burocrático. La culpa individual ante el crimen se disuelve. Pero tras este fenómeno se sitúa la obediencia, de la que Arendt se apoya en el concepto de “obediencia ciega”.

La filósofa dio vueltas a la relación entre violencia, el Estado y la obediencia en obras como Los orígenes del totalitarismo (1951), La condición humana (1958) y Sobre la violencia (1970).

En este último, más sintético, reconoció que la violencia es instrumental, mientras el poder es un rasgo propio de cualquier comunidad política. De nuevo en respuesta a pensadores como Locke, Hobbes y el sociólogo Daniel Bell, la intelectual llegó al callejón de la incertidumbre.

Por ejemplo, la relación entre la violencia y el poder. Escribió la alemana: “¿Quién manda a quién? Poder, potencia, fuerza, autoridad y violencia no serían más que palabras para indicar los medios por los que el hombre domina al hombre”.

En consecuencia, cualquier clase de sistema político puede alentar a sus ciudadanos a cometer actos de violencia que puedan diluirse bajo el gregarismo. O incluso una falsa imagen moral.

De hecho, Arendt planteó abiertamente su pensar sobre el futuro político de la humanidad. “Cada reducción de poder es una abierta invitación a la violencia, aunque sólo sea por el hecho de que a quienes tienen el poder y sienten que se desliza de sus manos, sean el Gobierno o los gobernados, siempre les ha sido difícil resistir a la tentación de sustituirlo por la violencia”, advirtió.

 

Hannah Arendt
Hannah Arendt en Jerusalén durante el juicio a Adolf Eichmann, 1961. Captura de pantalla de ‘La confesión del diablo: Las cintas perdidas de Eichmann’ (2022). Wikimedia Commons

 

Verdad y mentira en política

 

La violencia suele ser respaldada en mentiras. Y aunque pueda parecer banal, la capacidad para mentir requiere trabajo. Un esfuerzo que, según algunos estudios científicos recientes, explica por qué el terreno del engaño es característico de las personas más inteligentes.

Hannah Arendt también pensaba lo mismo del político. En ¿Qué es la política? y Verdad y mentira en política (1972), la hannoveriana analizó diversos tipos de mentira, de los que destacan dos.

La primera de ellas, la dirigida al gran público en un intento de falsear consecuencias de ciertas políticas o esconder la realidad. El otro nivel del engaño se dirige hacia eruditos, intelectuales y altos cargos de la propia Administración del Estado. En este segundo escalafón, la mentira es refinada, con un objetivo más manipulador que embaucador. Especificó en ¿Qué es la política?:

“Este espacio de lo político, que como tal realizaba y garantizaba tanto la realidad hablada y testimoniada por muchos como la libertad de todos, solamente puede cuestionarse –en un sentido que yace más de la esfera política– en el caso de que, como los filósofos en la polis, se prefiera el trato con pocos al trato con muchos y se tenga la convicción de que el libre conversar sobre algo no engendra realidad sino engaño, no verdad sino mentira”.

No obstante, Arendt no sólo no defiende la práctica de la mentira en política, sino que la desaconseja. “En los lugares donde reina el terror, la mentira puede ser impuesta como principio general, en otros lugares no”, explicó la filósofa. En definitiva, la verdad habrá de revelarse y las consecuencias reales serán igualmente ineludibles. Un buen gobierno debe aspirar a ser “bueno”, al menos, en tanto a no mentir en demasía.

 

Hannah Arendt en el I Congreso de Crítica Cultural, 1958
Hannah Arendt en el I Congreso de Crítica Cultural, 1958. Wikimedia Commons

 

Revolución y totalitarismo

 

En una entrevista con Adelbert Reif en 1970, la escritora expuso los límites de la revolución a través del fenómeno estudiantil, de carácter mundial.

Sus palabras parecen expresadas para el momento presente. Las exigencias integradoras, aperturistas y pacifistas eran positivas, no en cambio la politización de la Universidad.

Como fenómeno fundador del presente occidental, el signo de la revolución tiene para la filósofa una connotación diferente en función de sus objetivos. Cuando pretende cambios pacíficos y extensos para el conjunto poblacional resulta positiva.

Lo opuesto puede suceder cuando una revolución se torna violenta y sus fines son represivos. En palabras de Arendt durante su conversación con Reif, “cuando [los estudiantes] actúan públicamente, acceden a una determinada dimensión de la existencia humana que, de otro modo, le queda oculta y que de alguna manera forma parte de la felicidad plena”.

Este último bagaje constituye un acto totalitario. Tanto en Los orígenes del totalitarismo como en Las crisis de la república (1972), la autora analizó el antisemitismo, el nacionalsocialismo y más adelante el estalinismo y destacó dos factores que convierten en totalitario un sistema político.

Primero, la extrema burocratización, que amenaza con disolver la conciencia ética del individuo. Y segundo, la segregación o racismo como herramienta que busca objetivos sobre los que descargar la violencia de los líderes totalitarios.

Hannah Arendt se apoyó, además, en la sospecha de que la reducción del imperialismo al Estado nación agitó la conducta totalitaria. El signo político resulta indiferente: distinta careta, mismo rostro, si hablamos de América o de Europa, de Asia, India o de África.

 

Hannah Arendt en 1975. Wikimedia Commons

 

Palabra, acción y libertad

 

La filósofa esbozó una peculiar relación entre los atributos de la “palabra”, la “acción” y la “libertad” humana. Para Arendt, toda persona que vive en sociedad experimenta un segundo nacimiento cuando hilvana la palabra con la acción. Mediante este proceso, la persona trasciende en la comunidad, participa de su praxis política en la época y contexto que habita. Las libertades civiles, reconocidas o no por las leyes, han de emanar del carácter volitivo individual.

En ‘La condición humana’, la pensadora contrastó su pensamiento con el predominante en la Grecia clásica. De hecho, destacó que los filósofos de la antigüedad limitaron la “libertad” a un contexto exclusivamente político (de las “póleis”) que emana desde el gobierno. Escribió en el capítulo “La polis y la familia”:

“La distinción entre la esfera privada y pública de la vida corresponde al campo familiar y político, que han existido como entidades diferenciadas y separadas al menos desde el surgimiento de la antigua ciudad-estado”.

Como contraste situaron la “necesidad”, propia de las estructuras inferiores, como la familia, o de las atrasadas sociedades bárbaras. Las leyes, para ser justas, debían dirigirse a coaccionar la necesidad para fortalecer las libertades otorgadas desde lo alto de la pirámide de gobierno.

La comunidad política debe regirse mediante la palabra y la acción para crear y preservar las libertades civiles. Dialogar, escucharnos, aceptar las diferencias, no crispar el ambiente político. “Ser político, vivir en una polis, significaba que todo se decía por medio de palabras y de persuasión, y no con la fuerza y la violencia”, matizó.

Consejos que hoy siguen resonando en el escurridizo panorama de nuestros días, cuando las ideas ya no se debaten ni se enfrentan. Ahora se combate. Y Arendt se preguntaría hoy si esa violencia, puro totalitarismo a derecha, centro o izquierda del espectro político, no nos terminará por devorar.

 

Referencias:

Arendt, H. (1973). Crisis de la República. Madrid, Taurus.

Arendt H. & Ramos Fontecoba R. (2017). Verdad y mentira en la política (Primera edición). Página Indómita.

Arendt, H. y Reif, A. (1970). Pensamientos sobre política y revolución. Entrevista con Hannah Arendt.

Young-Bruehl, E. (2006). Hannah Arendt: Una Biografía. Torino. Bollati Boringhieri.

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Filósofo y escritor. Columnista y crítico literario. A través de sus libros y artículos compagina reflexión y pensamiento desde una mirada filosófica y crítica.