A vueltas con Aki Kaurismäki

Danielle Cruz Por Danielle Cruz
5 Min lectura

Cuando una empieza a ver las películas de Aki Kaurismäki de pronto reconoce patrones que se repiten también en la amplia bibliografía sobre él: un cine de clases, de estética minimalista, diálogos lacónicos pero encantadores, personajes perdedores, apatía y silencio. Desde luego, si hay una contradicción evidente en Kaurismäki es que se suele comprender su obra como cine para pocos, aunque hable de muchos.

Y no siempre los finlandeses han querido comprender su cine. Si para Kaurismäki, en los años 90, sus compatriotas lo veían como una imagen realista del país[1], para Kati Outinen –actriz que le acompaña en toda su trayectoria– han tenido que pasar 30 años para que la prensa finlandesa empezara a entender su trabajo[2]. Se echaba en falta aquellos símbolos comerciales que supuestamente cualifican a cualquier país capitalista, pero de los que quedan por encima del proletariado.

 

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Muchas de las películas son, pues, un eco de la Finlandia de los años 70 y 80, de su sociedad y la atmósfera política en la vida íntima de sus personajes. Kaurismäki los trata de manera autobiográfica, asumiendo que alguna vez los ha conocido y ha compartido la misma falta de preparación para la vida en una ciudad grande. La ingenuidad y la inexperiencia que conducen las pocas ambiciones de los personajes se mezclan con la ironía, como si algo genuino les aflorara en forma de expectativa, dentro de la rutina laboral casi automática en la que se ven inmersos. Esperanza pues, para la soledad y la angústia.

Es así, por ejemplo, en Sombras en el paraíso (1986) . Nikander, basurero, se enamora de Iona, cajera de supermercado, y pocas palabras bastan para empezar una relación. Cuando Iona le pregunta qué quiere de ella, él contesta: -“No quiero nada de nadie. Soy Nikander, excarnicero, actual basurero. Tengo los dientes y el estómago fatal. Mi hígado no anda bien, mi cabeza tampoco. No me preguntes qué quiero.”. Diálogos como estos, cortos y directos, pueblan la obra de Kaurismäki y dan pruebas no sólo del humor, sino del atrevimiento nórdico.

 

Sombras en el paraíso (1986)
Sombras en el paraíso (1986)

 

Y no falta humor negro, surrealismo y cigarrillos. Su adaptación de Hamlet –Hamlet va de negocios (1987) – tiene escenas memorables, si bien más provocadoras que Contraté un asesino a suelo (1990), cuyo protagonista, incapaz de suicidarse, decide contratar a un asesino que lo haga por él. No es mi intención profundizar aquí en sus obras, tan o más importantes que las que me he referido -como Un hombre sin pasado (2002), Nubes pasajeras (1996), Luces en el atardecer (2006) o El Havre (2011)-, pero sí dejar la idea de que acercarse a su filmografía no tiene desperdicio.

Aki Kaurismäki nos enseña que el silencio y la economía de diálogos pueden hablar por los poros. Al mismo tiempo que elige hablar de las masas, huye decididamente de ellas. El director, que ha boicoteado más de una gala de festivales americanos -incluyendo los Oscar, en 2003 por razones políticas-, muestra la riqueza de su estilo no sólo en la manera no convencional de trabajar el cine, pero principalmente en los valores que de él se intuyen.

 

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Hamlet va de negocios (1987)

 

Espero que los que no se hayan acercado todavía a su obra no lo piensen dos veces, y los que sí lo han hecho queda aquí la sugerencia de revisitarlo. Para más: un interesante estudio sobre el director en la revista Miradas de Cine de Febrero de 2007, y también su página en Filmin.

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Es editora de elemmental. Doctoranda en Comunicación. Estudió Edición y Filosofía. Amante del arte y los nuevos medios. Estuvo antes en el Cultura/s del diario La Vanguardia.