‘Bible Fiction’: venganza, perdón y religión posmoderna en Tarantino

José Luis Vila Por José Luis Vila
15 Min lectura
La película del director americano entraña una ‘disputa teológica’ que suele pasar desapercibida

Hace casi un año Quentin Tarantino estaba pillando algunos palos por Érase una vez… en Hollywood (2019). Unos 25 años antes lo que recibía eran alabanzas por la que sigue considerándose su obra maestra: Pulp Fiction (1994). ¿Hay que seguir alabándola? No. ¿Ha envejecido mal la película? No. ¿Era ya vieja desde el principio? Sí. Dicho con maldad: Pulp Fiction, desde su mismísimo estreno, y en realidad mucho antes, siempre ha sido una película antigua. ¿En qué sentido? Veamos.

De entrada: ¿qué era fresco en Pulp Fiction? ¿Qué cabe seguir alabando hoy? Su estructura, que dio bastante que hablar, su tono, sus diálogos, sus personajes, su reformulación del film mafioso, su combinación de alta y baja cultura, su humor, su uso de la violencia, su… ¿falta de moral? Aquí la cosa empieza a crujir. Para muchos lo mejor del film es lo que funda cinematográficamente: la posmodernidad. ¿Falta de moral? Eso apuntaban algunas reacciones del público que desaprobaba la película en Cannes como también lo hizo Michael Haneke que dijo encontrar el largometraje repugnante por su uso de la violencia.

Me centro en la «falta de moral». Parece que Pulp Fiction la celebra y que, precisamente por ello, trivializa la violencia, la mezcla con humor y se toma a pitorreo todas aquellas cosas sanas, buenas, elevadas y respetables por las que todo buen ciudadano debería sentir veneración o, al menos, respeto. Un buen ejemplo de ello sería la escena del tiro en la cabeza que el personaje de John Travolta le pega a Marvin, su rehén en el asiento trasero del coche. Quizás este tipo de cosas sean las que repugnaron a Haneke.

 

 

Fotograma de Pulp Fiction

 

 

Teniendo esa «falta de moral» en cuenta: ¿por qué decir que Pulp Fiction nació antigua o incluso que es una película moralista? Basta un pequeño giro de perspectiva. Gracias a él podremos decir que Pulp Fiction no solo es un film moralista sino una evangelización en toda regla, un sermón que, Biblia en mano, se dedica a predicar a puerta fría en las pantallas. Es fácil que el sermón pase desapercibido entre conversaciones sobre hamburguesas, tráfico de drogas, jeringuillas en el pecho, bailes que homenajean a Fellini y masajes en los pies, pero es así es como aprovechan la posmodernidad los evangelistas contemporáneos: agitando con una mano seductora lo aparentemente nuevo y escándaloso mientras te dan de comer con la otra una buena ración de viejo tradicionalismo moral a la antigua usanza.

Samuel L. Jackson (Jules Winnfield) y John Travolta (Vicent Vega) visitan la casa de unos traficantes que han robado a su jefe. Aquello, como muchos sabemos, termina con el asesinato de uno de los traficantes (Brett) a manos de Jules-Jackson. ¿Cómo muere Brett? Después de que Jules recite una adaptación muy libre, ficticia, de un verso bíblico. Comienza la Bible Fiction:

 

 

 

 

 

Esta es la escena central del film, articula no solo su contenido sino también su estructura. ¿Cómo lo sabemos? Por cómo se repite una hora y pico después empezando a desgranar el sentido de ese sermón.

En ese momento descubrimos que hay un traficante escondido en el baño que no habíamos visto la primera vez que se expone la escena. ¿Qué sucede en esta repetición, cuando ese personaje escondido sale a la luz y dispara a Jules y Vincent Vega sin acertar ni una sola vez?

 

 

 

 

 

Según Jackson está claro: un milagro. Después de que Travolta y Jackson eliminen a ese traficante se inicia una «disputa teológica» que se mantendrá en el aire hasta casi el final de la película. A la mierda la maleta, el escarceo con Uma Thurman y el rescate de Bruce Willis ante la sodomización de Marsellus Wallace: son todo cebos, como lo es la cómica voladura de cabeza a Marvin en la parte trasera del coche.

Hay algo que consigue hacernos olvidar rápidamente esa escena aparentemente falta de moral, y es que se estaba discutiendo, justo hasta el momento del disparo, sobre si la supervivencia de Jackson y Travolta se debía a una intervención de Dios. Después del disparo y con el coche ensangrentado la disputa teológica parece una parida más sin importancia, un diálogo cualquiera como el de los masajes en los pies. Nada de eso: este diálogo es parte del núcleo de Pulp Fiction y empieza a dejar oler que esta no es otra cosa que la historia de redención de Jules.

 

 

 

 

 

Pulp Fiction empieza a parecerse más a una Miracle Fiction. Pero esa ficción milagrosa no comienza en ese momento, venía sucediendo todo el rato. ¿Dónde? Por ejemplo en las diferencias entre sus dos personajes principales. Jules es el hombre de Dios: recto, creyente, abierto a la espiritualidad y disciplinado. Vega es un ateo cutre y superficial: heroinómano, flirteador con la novia del jefe, despistado, tocapelotas y contestatario (como cuando se ridiculiza llevándole la contraria al espectacularmente profesional señor Lobo).

No es casualidad que sea Vega el que le revienta la cabeza a Marvin, el que se mete en el marrón de tener que resucitar al personaje de Uma Thurman por llevar heroína en un bolsillo o el que muere absurdamente por dejar su arma fuera del baño mientras caga. Nada de esto le pasaría nunca a Jules. Vincent Vega muere castigado por su estupidez, sus despistes y sus vicios. Su consumo de heroína hace que no pare de cagar y su ineptitud para reconocer el milagro le acaba costando la vida. ¿Casualidad? No, milagro. Y castigo por no reconocerlo.

Nos acercamos al final. Jules-Jackson y Vega-Travolta llegan a la cafetería del arranque donde está la pareja atracadora con Tim Roth a la cabeza. Ahora que toda la historia del señor Lobo ha quedado atrás se puede reanudar la disputa teológica. Nos acercamos a la catarsis de la evangelización, al planteamiento de la duda profundamente religiosa que acosa a Tarantino y nos traslada con Pulp Fiction. Jules apunta con una pistola a Roth y repite la pregunta que ya hemos escuchado: «¿Lees la Biblia»?

 

 

 

 

 

Jackson repite su Bible Fiction y junto a ella nos ofrece algo nuevo: su interpretación. Después de tanta coña, tanto balazo aleatorio y tanto malabarismo con el guión la posmodernidad de Pulp Fiction desemboca en un clásico ejercicio de hermenéutica bíblica. La moral, que parecía haber sido expulsada posmodernamente por la puerta entra, judeocristianamente, por la ventana.

¿En qué consiste este sacerdotal ejercicio hermenéutico? En llevarnos de la mano, como hace el buen pastor con sus ovejas, a la duda entre la venganza y el perdón. Una duda falsa, superficial, para la que ya hay una respuesta que no se explicita. En vez de ello se plantea una especie de dilema moral. El dilema está escondido a lo largo de los tres pasos de la interpretación del «fragmento bíblico» que estallan con el último paso.

1) El mundo se divide en personas buenas y malas. Las buenas (Jules-Jackson) deben defenderse de las malas (Roth) guiadas por un pastor (Mr. Nueve Milímetros, el arma de Jackson) que las protege.

2) El mundo se divide en pastores y pastoreados, guías y guiados. Los dos son buenos, pero es el mundo el que es malo. Pese a que Jules dice que le gusta esta opción no cree que sea «la verdad».

3) La opción verdadera, la que desata el dilema real del film: el mundo se divide en fuertes y débiles. Los fuertes tienen el poder de tiranizar a los débiles, que son también los malvados.

¿Dónde está la duda? ¿Dónde el falso dilema? Entre la venganza y el perdón. Jules intenta ser el pastor, el que perdona, pero no le resulta fácil. Sabe que la verdad es que él es fuerte y bueno y por ello debe castigar vengativamente. ¿Qué se lo impide ahora? El milagro que ha presenciado, la redención que ha vivido: el esfuerzo, inaudito hasta el momento, por perdonar. Este gesto define el mensaje del film, la enseñanza evangelizadora de Pulp Fiction.

De eso iba lo de leer un pasaje del Antiguo Testamento a cara perro: aunque sepas en lo más profundo de ti que el mundo se divide en fuertes y débiles y que estos últimos han de ser castigados a través de la venganza, no debes hacerlo: tu misión es perdonarlos. Eso es Bible Fiction, el evangelio según Quentin Tarantino, la reexposición, en 1994, de una duda moral antigua. Tan antigua como la milenaria separación entre el antiguo y el nuevo testamento, entre el Dios vengativo y el Dios del perdón, entre la ira y la compasión.

Esta enseñanza señala un problema más escurridizo que hasta ahora hemos planteado en los propios términos de la película. Ese problema es el de la definición de la superioridad moral religiosa. ¿En qué consiste ser superior moralmente? ¿Cómo ayuda la redención a ello?

En tiempos del Antiguo Testamento el superior era el que se vengaba, a partir del nuevo testamento el superior perdona. Tarantino parece situarse con el segundo, pero la cara de Jules en la escena final dice otra cosa, dice que cuesta horrores perdonar. Dice que el deseo de venganza es tan intenso y suculento que solo un milagro puede pararlo. ¿Y qué se obtiene ahora que uno es capaz de resistir esa tentación gracias a haberse redimido? Una nueva superioridad: la del disfrute de ser una persona misericordiosa. Pulp Fiction, o la evolución de la venganza en perdón, una evolución que dice: «porque soy más fuerte que tú podría castigarte, pero por el mismo motivo no quiero hacerlo: me he redimido, te perdono».

 

 

Fotograma de Pulp Fiction

 

 

Aún hay quien considera a Pulp Fiction el máximo ejemplo de cine irreverente, un parteaguas que ha supueto el inicio de una época cinematográfica y cultural aún por terminar: la posmodernidad. Puede que el film de Tarantino ofreciera una «nueva narrativa» fílmica en los años 90, pero lo hizo con un aroma rancio, muy rancio, con olor a incienso. ¿Venganza o perdón? ¿Cómo debería definir mi superioridad moral, de forma violenta o misericordiosa? «Es violenta, en el fondo lo sé, por eso nadie me acusa de moralista sino de lo contrario», parece pensar Tarantino. «¿Cómo podría ser la violencia algo moral si ella es lo más falto de moral?», podría pensar un espectador desprevenido.

¿Qué piensa el pastor, incluso aunque no sea un director de cine? Mi hipótesis: «diré que lo mejor es reconducir toda la fuerza de la venganza al perdón. Os daré dos opciones para que no veáis lo que hay entre ellas. Os diré que estoy intentando perdonar mientras, como Jules, clavo mi mirada de desprecio y ansia de venganza, de odio, en alguien que considero inferior y débil. ¿Lo notas? ¿Sientes ese subidón nada más pensar que eres el fuerte pero que no te hace falta demostrarlo porque eres mejor, porque te has elevado al peldaño espiritual del perdón? ¿Cuánto disfrutas al creerte una buena persona por ello? ¿Cuánto disfrutas gracias a mí?». Pero la pregunta última, la que nunca plantea el pastor al rebaño porque entonces tendría que planteársela a sí mismo, es: «¿cuánto crees que disfruto yo?».

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Doctorando de Filosofía, Licenciado en Psicología e Historia y Ciencias de la Música. Trabajando en investigación política y científica sobre drogas. Docente y tallerista de Filosofía y Cine.