Dora Carrington, Paisaje español con montañas, 1924. Wikimedia Commons

Dora Carrington: más allá de Bloomsbury

Óscar Soto Por Óscar Soto
16 Min lectura
La pintura y decoradora británica Dora Carrington falleció hace noventa años. Repasamos la historia de su vida y sus principales obras

No es posible hablar de la obra de Dora Carrington (29 de marzo de 1893 – 11 de marzo de 1932) ni como ha pasado de puntillas por la historia del arte sin entender el contexto histórico en el que se movió.

Hay que referirse, aunque sea de modo somero, a la febril efervescencia que a nivel artístico se vivió durante las primeras décadas del siglo XX. Son los llamados ismos o vanguardias artísticas.

Con hipocentro en París y ramificaciones en Alemania, Holanda, Nueva York, Italia o la propia Rusia posrevolucionaria, la vanguardia se extendió como un maremoto que lo arrasó todo a su paso. Surgió el cubismo, el fauvismo, la abstracción, el dada, el collage y el fotomontaje. Su influjo cala en la literatura tanto como en la arquitectura.

 

 

 

Dora carrington, Granja en Watendlath, 1921. Wikimedia Commons

 

 

 

La naturaleza dejó de ser la gran protagonista para ceder su espacio a la visión del artista. Y, como un ejército de zapadores, una infinidad de nuevos talentos socavó los cimientos mismos del arte, exigiendo para sí la gloria de la modernidad.

No es la primera vez que sucedía algo así. De hecho, la historia del arte se caracteriza por un eterno tira y afloja entre lo viejo y lo nuevo; entre tradición y vanguardia. Pero lo que sucede en esas primeras décadas del XX cambiará para siempre el arte a un nivel no visto desde el Renacimiento.

Así, es fácil entender como la obra de una artista que no militó en ninguno de aquellos movimientos pudo pasar inadvertida. Si además su biografía incluye un amor imposible, pocas obras firmadas, una generosa dosis de bohemia, amor libre y varios suicidios, hace que uno se pregunte si la figura de Dora Carrington ha sido más obviada por ser mujer o por ser víctima de su propia vida.

 

 

 

Dora Carrington, E. M. Forster, 1924-25. Wikimedia Commons

 

 

 

Un corte de pelo original y el grupo de Bloommsbury

 

Nacida en Hereford, Inglaterra, en 1893, Dora Carrington tomó conciencia bien pronto de su don para el arte. Un don que su familia alentó desde niña y que cristalizó en una beca para la reputada Slade School of Fine Art de Londres, donde coincide con otros artistas británicos como Paul Nash, Dorothy Brett y Mark Gertler.

Allí, además de ganar algún que otro premio gracias a su talento, Dora Carrington comenzó a formar su personalidad; lo que incluía un revolucionario corte de pelo al estilo paje medieval, que bien pronto fue copiado por otras alumnas femeninas.

Ese cambio de imagen tuvo, a juzgar por correspondencia que se ha conservado, un fuerte impacto entre el alumnado masculino, tanta que incluso se vio forzada a rechazar varias propuestas matrimoniales de sus compañeros. Entre ellas las de Getler, quien pese a la negativa no cejó en su empeño durante años.

 

 

 

Dora Carrington, Jane Maria Strachey, 1920. Wikimedia Commons

 

 

 

Pero los éxitos personales y profesionales no parecieron influir en el carácter de la artista. Al finalizar sus estudios en 1914, Carrington no sentía especial confianza en sí misma. Tampoco firmaba sus obras ni exponía, dos males que la persiguieron toda su vida. Gracias a Virginia Woolf, con quien compartía amistad, tuvo la posibilidad de realizar una serie de xilografías e incluso de restaurar un Mantegna en el Palacio de Hampton Court.

Se convirtió en asidua a los círculos culturales de Londres, donde se codeó con un joven Aldoux Huxley, quien la incluirá en su primera novela: Amarillo cromo. Esa relación con el mundo literario se enfatizó cuando, por mediación de Virginia Woolf, entró en contacto con el círculo de Bloomsbury.

Una colección de escritores de desigual talento y éxito entre los que se encuentran la propia Virginia Woolf, Clive Bell, Duncan Grant, Arthur Walley, Vanessa Bell y Vita Sackville-West.

 

 

 

Dora Carrington
Dora Carrington; Stephen Tomlin; Walter John Herbert (‘Sebastian’) Sprott; Lytton Strachey, 1926. Por Lady Ottoline Morrell. Wikimedia Commons

 

 

 

Lytton Strachey entra en escena

 

Pero, si alguien de ese grupo de intelectuales que se juntan para departir sobre arte y cultura marcaría la vida de Dora Carrington es sin duda el escritor Lytton Strachey. Según cuenta la leyenda, ella se enamoró al ver sus ojos en la oscuridad de la habitación del literato, a la que Dora había acudido para cortarle la barba como venganza por besarla sin su permiso. Eso sí es un cortejo original.

Un beso que puede despistar, ya que Strachey era un más que reconocido homosexual entre sus compañeros de grupo. Pese a ello, parece que el larguirucho y enjuto Lytton, y la bajita y la excéntrica Carrington hacen buenas migas desde el primer momento.

Su relación, abiertamente platónica, se consolidó con el paso del tiempo hasta el punto de que, cuando Dora se casa con Ralph Partridge en 1921, los tres se van a vivir juntos a Mill House. Un refugio bohemio para artistas que funciona de modo similar a una comuna. Sería este un triángulo de delicado equilibrio, que, pese a tambalearse en numerosas ocasiones por infidelidades varias, funcionó durante varios años.

 

 

 

Dora Carrington
Dora Carrington, El molino de Tidmarsh, 1918. Wikimedia Commons

 

 

 

Pintar por el placer de pintar

 

Durante ese tiempo (finales de la década de los 10 y primera mitad de los 20), Dora Carrington desgranó la mayor parte de su obra, que consta de retratos y paisajes. Sin adscribirse a ninguna corriente artística, pero bebiendo de influencias varias, pintó sobre todo cuanto la rodeaba, sin, aparentemente más objetivo, que disfrutar de hacerlo.

Retrató a Lytton Strachey (1916), lienzo en el cual es visible la huella de los prerrafaelitas, al igual que en El molino de Tidmarsh (1918), en el que reflejó una atmósfera en calma, aunque no carente de vida.

En 1921 pintó Granja en Wathendlath, creando un paisaje íntimo y naif. En ese lugar Dora Carrington conoció a Gerald Brenan, escritor hispanista de quién fue su amante y al que retrató en dos ocasiones.

 

 

 

Dora Carrington
Dora Carrington, Mrs. Box, 1919. Dominio público

 

 

 

También forman parte del universo personal de Carrington los retratos de la Señora Box (1919) y Rouen Ware (1923). Una rareza en su obra que forma parte de lo que ella llamaba “pinturas de oropel”, una especie de collage sobre vidrio con las que obsequiaba a sus amigos.

En 1924, visitó Yegen, Granada, donde residía habitualmente su ya amante Brenan y se enamoró de los paisajes de Andalucía, que le sirven de inspiración para Paisaje español con montañas (1924). En esta la artista produjo una vista hipnótica que parece vaticinar el surrealismo daliniano.

De ese mismo año es Niño español, también conocido como El acordeonista. Una obra en la que su talento para retratar la psicología de sus personajes estalla en una estampa lo más alejada posible del costumbrismo castizo.

 

 

 

Dora Carrington
Dora Carrington, Paisaje español con montañas, 1924. Wikimedia Commons

 

 

 

El poliamor versión locos años 20

 

De regreso a Inglaterra, ella y su esposo se mudaron a Ham Spray House, una propiedad que Lytton había comprado, como no podía ser de otro modo, para los tres.

En ella retrató a la también escritora y sobrina de Lytton, Julia Strachey, en 1928 y, poco antes, al escritor E. M. Forster. Utilizó entonces un estilo muy próximo al impresionismo. De modo paralelo, atraída por nuevos materiales, dedicó parte de su tiempo a trabajar en artes decorativas.

En esos años Dora vivió varias aventuras sentimentales con mujeres, y entre las que destaca la tormentosa relación con la estadounidense Henrietta Bingham, de quien confiesa en una carta sentirse enamorada. Precisamente a ese periodo tan fértil sexualmente pertenecen dos dibujos claramente eróticos de dos mujeres.

 

 

 

Dora Carrington
Dora Carrington, Julia Frances Strachey, 1928. Wikimedia Commons

 

 

 

Una de ellas es la propia Henrietta que posó con despreocupación para la pluma de Dora. El desnudo femenino no es ajeno al repertorio de la artista. Lo practicó a menudo en su etapa en la Slade School of Fine Art. Pero los dos dibujos de la segunda mitad de los años 20 carecen de la ingenuidad y el academicismo de su época de aprendizaje, y se sumergen de pleno en una cierta voluptuosidad sin ambages.

En 1926 abandonó la relación que mantenía con Brenan y comenzó una nueva con el también artista Stephen Tomlin. Parece que no del agrado de su esposo, quien creía (con buen tino) que ese affaire acarrearía más desdichas que felicidad. Sea como fuere la relación acabó cuando Tomlin se casó con Julia Strachey. Poco después, fue Marc Gertler, el eterno pretendiente de Carrington, quién pasó por el altar.

 

 

 

Dora Carrington, Estudio de una mujer, 1912. Wikimedia Commons

 

 

 

La muerte de Lytton

 

Tal ajetreo de camas, que recuerda a un hotel de Benidorm lleno de jubilados, acabó por tener un impacto en la obra de Dora Carrington, como ella misma reconoce en su diario en 1929. Aun así, ese mismo año inicia una nueva relación con Beakus Penrose.

En 1931, Lytton Strachey enfermó de cáncer de estómago, aunque nunca se le diagnosticó. El hecho irremediablemente tuvo una enorme repercusión en la vida de la artista. Ella se volcó por entero en cuidar del que había sido el amor de su vida, relegando los pinceles a un segundo plano.

Por si alguien cree que la historia de Dora Carrington aún puede tener un final feliz, siento decepcionarles. Un suceso en el invierno de ese mismo año vaticina la tragedia que acontecería meses más tarde.

El día de navidad de 1931 Lytton es dado por muerto y Carrington intenta suicidarse en el garaje de la casa. Solo la rápida intervención de su marido lo evita. Lytton sobrevive al zarpazo de la parca, pero no escapará de ella mucho tiempo. El 21 de enero de 1932, el escritor muere y Carrington se sume en un estado de depresión que acabará por llevarla a la tumba.

Como si quisiera mantener la esperanza, aún escribe un diario dirigido a Lytton en el que en febrero se puede leer: “Veo mis pinturas y pienso que son inútiles, ya que Lytton no las verá nunca más”.

 

 

 

Dora Carrington, Lytton Strachey, 1916. Wikimedia Commons

 

 

 

Un final trágico

 

Lo inevitable acaba por suceder la madrugada del 11 de marzo. Esa madrugada, Dora Carrington se pegó un tiro con una escopeta que no acabó con ella al instante y la mantuvo con vida durante horas.

Finalmente, murió en su cama esa misma tarde. Para rizar el rizo, Marc Getler, su eterno pretendiente, intentó seguir los pasos de la artista. No lo logró al principio, ya que era sábado y las armerías estaban cerradas. Pero acabó por descerrajarse un tiro en la sien en junio de ese mismo año.

Un final digno de una tragedia griega que aún puede rastrearse hasta 1941, cuando la propia Virginia Woolf se quita la vida arrojándose al río Ouse.

 

 

 

Dora Carrington y el escritor Lytton Strachey en su casa de Ham Spray. Wikimedia Commons

 

 

 

La obra de Dora Carrington quedó sumida en el olvido hasta que los primeros estudios de género en historia del arte despertaron el interés por su figura en los años 70.

El legado que nos dejó incluye un buen número de paisajes, en los que basculó del idealismo prerrafaelita a un incipiente surrealismo. Así como retratos de sus allegados, en los que demuestra un don para reflejar el alma al tiempo que no renuncia a un cierto idealismo naif.

Su obra revela a una artista que nadó a contracorriente entre las vanguardias sin renunciar a sumergir la punta de los pies en el estanque de la modernidad.

Una vida que Chistopher Hampton llevó a la gran pantalla en 1995 en el filme Carrington, con Emma Thompson dando vida a una extravagante y dubitativa Dora. Una figura de cuyo trágico final se cumplen 90 años este mes y cuya vida invita a reflexionar sobre la naturaleza verdadera del amor.

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Escritor. Ganador en 2017 del Premio Círculo de Lectores de novela con 'El diablo en Florencia'. Autor de 'La sangre de la tierra' (Esfera de los Libros). Presidente y fundador de la Asociación Riojana de Escritores. En la actualidad estudia Historia del Arte.