Alan Turing, genio de la computación

David Lorenzo Cardiel Por David Lorenzo Cardiel
12 Min lectura
Conocido por descifrar Enigma e interceptar la comunicación de los nazis durante la guerra, Alan Turing nació en un 23 de junio

Sin Alan Turing (Londres, 1912–Wilmslow, 1954) los ordenadores no existirían. O puede que la computación estuviese concebida de forma muy diferente, al alcance de ciertas clases sociales. También, que solo los grupos privilegiados de un distópico mundo bajo el yugo de las potencias del Eje tuviesen acceso a los ordenadores.

Sea como fuere, debemos al matemático, lógico y criptógrafo británico la era de los ordenadores modernos, tanto en su uso rutilante como en el oscuro.

Un genio que, a pesar de su contribución a la victoria aliada durante la segunda de las guerras mundiales, acabó condenado por ser homosexual. Repasamos el cariz de la persona y de sus logros cuando se cumplen ciento y diez años de su nacimiento.

 

 

 

Alan Turing a los 16 años. Wikimedia Commons

 

 

 

Un joven muy especial

 

Alan Turing nació en el londinense barrio de Paddington en 1912. Pasó la mayor parte de su infancia junto con su hermano, en casa de un matrimonio amigo de la familia. Sus padres, adscritos al funcionariado del Raj Británico, viajaban constantemente entre Gran Bretaña y la India.

Turing desveló muy pronto su potencial: aprendió a leer y a calcular en soledad, y tuvo su propio laboratorio en casa a los ocho años. Con catorce años demostró sus dotes atléticas al recorrer casi cien kilómetros en bicicleta para asistir al internado Sherborne durante la Huelga General de 1926.

Su estancia en aquel apartado internado le proporcionó tantas alegrías como conflictos. Siguió deslumbrando con sus dotes intelectuales en matemáticas y en ciencias puras, pero no consiguió el apoyo del profesorado. Las críticas de Turing al sistema educativo, al que acusaba de encorsetar el pensamiento y la investigación, no fueron bien recibidas.

No obstante, su estancia en Sherborne le permitió descubrir su inclinación sexual. Pronto se enamoró de un estudiante, Christopher Morcom, que murió a causa de la tuberculosis bovina. La pérdida, terrible para el joven Turing, le inclinó hacia el ateísmo. El recuerdo de este primer amor se mantendría férreo durante el resto de su vida.

Ya en Cambridge, la que sería su alma mater y empleadora, Alan Turing estudió en el King’s College, donde también acabó siendo profesor. Antes asistió a las clases del reputado matemático Godfrey Harold Hardy, el mismo de la Desigualdad de Hardy.

En su paso como postgraduado por la Universidad de Princeton, en Estados Unidos, comenzó a trabajar con el también matemático y lógico Alonzo Church. Turing y Church acabarían siendo figuras clave en el desarrollo de técnicas de computación modernas.

 

 

 

Enigma. Wikimedia Commons

 

 

 

Máquina de Turing, el nazismo y Enigma

 

Durante 1938, Turing estudió filosofía de las matemáticas en Reino Unido y completó su formación. En 1939 obtuvo su doctorado por la Universidad de Princeton mediante un discurso que introdujo conceptos que hoy son de vital importancia para la computación.

Uno de los más importantes fue el de hipercomputación. Turing y Church demostraron que no existe un algoritmo de carácter universal que determine si una fórmula de lógica de primer orden constituye un teorema. De esto se deriva la famosa Máquina de Turing (universal turing machine) y la tesis que lleva su nombre y la de su maestro. A través de la Máquina de Turing, cualquier problema matemático formalizado como algoritmo podía ser resuelto.

Esta clase de dispositivos y su estudio siguen siendo hoy la espina dorsal del campo de la teoría de la computación. De hecho, Turing recibió el prestigioso Premio Smith por esta labor. No obstante, el matemático británico, que estaba centrado con la exploración de los límites de la lógica computacional y la conciencia humana, pensaba más lejos.

En 1938, Turing amplió las máquinas que llevan su nombre con unas capaces de estudiar problemas que carecen de una solución algorítmica, las Máquinas Oráculo.

El estallido de la Segunda Guerra Mundial y un enfrentamiento intelectual con el filósofo Ludwig Wittgenstein marcaron un importante cambio de rumbo para el londinense. Turing fue convocado a las instalaciones militares en Bletchley Park.

Adscrito a un equipo de matemáticos y lingüistas, Alan Turing desarrolló la máquina Bombe. Esta nueva máquina fue enfrentada a Enigma, la máquina de encriptado portátil diseñada que usaba el ejército alemán.

Poco después desarrollaría Colossus, esta vez contra la máquina Lorenz SZ40 que usaban los nazis en sus comunicaciones del alto mando. Estos esfuerzos clave para la victoria aliada durante la guerra quedaron en riguroso secreto durante décadas.

 

 

 

El despacho de Turing en Hut 8. Wikimedia Commons

 

 

 

Carrera hacia la primera computadora

 

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, Alan Turing vivió un breve periodo de esplendor académico. Aceptó ser investido en 1946 como Oficial de la Orden del Imperio Británico y hasta 1948 trabajó para el Laboratorio Nacional de Física, en Richmond.

Allí comenzó a trabajar en una nueva máquina, la ACE, o Motor de Computación Automática. A pesar del fin de la guerra, la carrera tecnológica estaba alimentada por la rivalidad contra la Unión Soviética y con los propios aliados.

Es el caso de Estados Unidos, quienes financiaban un proyecto paralelo, el EDVAC, que se convertiría en una máquina pionera en la computación.

De hecho, los numerosos retrasos en la financiación del proyecto de Turing impidieron que se llegase a construir una versión completa de su máquina. Mientras tanto, el genio londinense creó el Abreviated Code Instruction, padre de los posteriores códigos de programación.

A partir de 1948, Alan Turing fue nombrado director delegado del laboratorio de computación de la Universidad de Manchester. Esta nueva oportunidad laboral le permitió seguir indagando en sus inquietudes, que ya iban más allá de la mera computación.

Sus preguntas situaban su mirada en la inteligencia artificial y la cibernética. En Manchester trabajó en el software para la computadora Manchester Mark I.

En 1950, planteó a la comunidad científica el Test de Turing. Con él definió el primer albor para determinar si a una máquina se la podía considerar inteligente. Para formularlo, el matemático se basó en un juego, donde una persona debe averiguar si una máquina es realmente una máquina u otro ser humano. Un programa superó esta prueba por vez primera en 2014.

Durante ese mismo año 1950, Turing también construyó parcialmente su proyecto ACE, y creó un programa de ajedrez, que se jugó en 1952.

 

 

 

Alan Turing en 1930. Wikimedia Commons

 

 

 

Computación más allá de las máquinas

 

Como una de las grandes mentes de su tiempo, Alan Turing desarrolló un particular pensamiento filosófico. Para el británico, todo era mecánico. Los procesos físicos y químicos, el comportamiento biológico, la vida: todo podía ser matematizado, calculado, predicho.

Por tanto, la computación puede trascender, según el planteamiento de Turing, a una replicación de la inteligencia procesal humana. El sueño último del londinense era conseguir descifrar el código de la existencia.

Su trabajo en el campo de la cibernética junto a su fundador, Norbert Wiener, consiguieron abrir un amplio campo de estudio. En 1952, en su estudio La base química de la morfogénesis, Alan Turing se sumerge en la biología teórica.

Estudió la amplia presencia de la sucesión de Fibonacci en las estructuras vegetales, buscando la manera de predecir y de procesar patrones.

No obstante, el resto de su trabajo en biología matemática, que abarcó hasta su fallecimiento en 1954, son hoy de gran importancia. Los diferentes estudios para comprender los patrones de organización genética celular, cromosómica y de algunas enfermedades, como la sindactilia, beben directamente de su trabajo.

 

 

 

Fotografía de Alan Turing en exposición en el London Science Museum. Wikimedia Commons

 

 

 

Condena y muerte

 

Pero Alan Turing, además de matemático, era persona. Durante sus años de servicio en el ejército como criptógrafo y de investigador tuvo numerosos amantes. Uno de ellos accedió a la casa de Turing junto con un cómplice para robarle.

El matemático denunció el robo y el allanamiento de morada, pero la investigación policial encontró pruebas de su homosexualidad. Como en los años cincuenta del pasado siglo estaban penadas las orientaciones que no fueran heterosexuales, Turing fue procesado por indecencia. Le dieron a elegir: la cárcel o la castración química. Eligió la segunda opción.

La versión oficial aseguró que la muerte se produjo por suicidio. Las personas más cercanas consideraron la posibilidad de que hubiese sido envenenado deliberadamente. Sea como fuere, Alan Turing murió en 1954, en su casa, envenenado con cianuro.

Desde entonces, pero sobre todo desde el inicio del siglo XXI, su figura se revitalizó. En especial, en esta nueva era, digital, que tanto le debe al intelectual británico. En 2001, en Manchester inauguraron una estatua a Turing. Ya en 2004, la Universidad de Manchester creó el Instituto Alan Turing, coincidiendo con el quincuagésimo aniversario de su muerte.

Desde 1966 se creó el Premio Turing, que galardona a investigadores que realicen contribuciones de calado al ámbito de la computación. Además del impacto de sus ideas en la ficción y en la ciencia-ficción, en 2014 se le rindió homenaje mediante la película The imitation game. En 2013 fue indultado por orden de la reina Isabel II.

Alan Turing fue, es y será un genio de difícil reemplazo, cuyo nombre seguirá inspirando a las generaciones venideras. Quién sabe qué nos habría deparado el destino de haber vivido hasta la senectud. Un misterio que se mantiene, ululante, en el resquicio del tiempo y de la memoria.

 

 

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